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Portugal, una sociedad avanzada

Marcelo Rebelo de Sousa, presidente de Portugal, haciendo la compra en un supermercado.

Pilar del Río

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Esta foto del presidente de la Republica Portuguesa en pantalón de deporte y haciendo cola para entrar a comprar en un supermercado ha hecho las delicias fuera de Portugal, no así en su tierra, donde la mayoría de la población considera normal que los servidores públicos traten de su vida domestica y a la parte que resta de esa mayoría simplemente no le interesa quien compre las patatas, los plátanos y el yogurt en cada casa, sea ésta la de un político o la de una estrella de TV. A veces la educación tiene estas cosas, implica no inmiscuirse en lo que es ajeno a las funciones propias de la representación política, ésas sí bien claras, delimitadas por leyes y objeto de escrutinio democrático. Donde, por supuesto, no entra la compra en el supermercado, por más que llame la atención en España. Varias veces, en los lejanos 90, vi al presidente Jorge Sampaio empujando el carrito de la compra y Sampaio, al contrario que Marcelo Rebelo de Sousa, no es expansivo y coloquial, simplemente usaba la normalidad que algún día habrá que adoptar en España, ahora que ya no existe el terrorismo y los coches oficiales con corbatas a juego no molan tanto.

Por supuesto, la naturalidad de la foto y los elogios que han recibido miembros del gobierno y de la oposición de Portugal por su comportamiento durante los días duros de la pandemia no se pueden traducir como ausencia de turbulencias en la vida política portuguesa: las hay y no son pequeñas. En breve, según todos los oráculos, habrá una crisis de gobierno en Portugal no atribuible a maniobras oscuras sino a la propia dinámica de la política. Se da por hecho que saldrá del gabinete el todopoderoso ministro de Finanzas –y presidente del Eurogrupo- Mario Centeno, tras la polémica desatada por un préstamo legal, aunque inoportuno y mal explicado, a un banco en venta, el Novo Banco, antes Banco Espíritu Santo, que quebró hace seis años porque sus dueños y gestores se creyeron que eran Alicia en el país de las maravillas, donde todo les estaba permitido y todo hicieron. Ahora, mientras los antiguos dueños enfrentan penas de prisión y condena social, el banco surgido de aquellas cenizas acaba de recibir un crédito del estado, uno más, de 850 millones de euros. No era el momento para hablar de créditos bancarios, por eso el primer ministro Antonio Costa trató echar balones fuera en el parlamento argumentando con auditorias y plazos futuros cuando el crédito ya estaba otorgado y había pasado los trámites legales de rigor. Evidentemente saltaron todas las alarmas políticas y mediáticas, el escándalo estaba servido, era ignorancia impropia de un gobernante o mentira más impropia todavía, urgía aclarar y se aclaró porque la política es el arte de conciliar lo que parece imposible, así que Costa y Centeno se sentaron a trabajar y salieron de la residencia oficial con un comunicado conjunto, asumiendo errores de interpretación y dejando clara la situación. Hasta estuvieron a punto de darse un abrazo rompiendo la distancia social impuesta para todo hijo de vecino… El problema existió, la solución también existía, Centeno saldrá del gobierno cuando se presenten los presupuestos generales del estado, tal vez dirija el Banco de Portugal, lo importante es que el asunto se abordó sin desenterrar hachas de guerra y avanzado en vez de retroceder.

Más escenas de la vida social y política portuguesa que contrastan con las caceroladas y la tensión española y ponen de manifiesto que los problemas se pueden resolver sumando en vez de con la terrible resta que tanto nos asustaba en la escuela, “si fulanito tiene 7 y menganito le quita 4”, y tan traumática sigue siendo desde entonces. Ocurre que en Portugal habrá elecciones para la presidencia de la republica el año próximo, o sea, ha empezado la campaña aunque todavía estemos en estado de alarma por la pandemia. Lo normal en los procesos electorales es que cada partido presente su candidato, pero puede ocurrir que quien ejerce la función se haya granjeado las simpatías de los ciudadanos, independientemente de sus opciones ideológicas. Pasó así con el socialista Mario Soares, que en la reelección para el segundo mandato recibió el voto del partido antagónico, el PSD, y ocurre ahora con Marcelo Rebelo de Susa, que siendo del PSD será votado por el partido socialista, con Antonio Costa a la cabeza entre otras altas autoridades de la nación, que ya le han manifestado su respaldo. ¿Se entiende este comportamiento en la dura España? ¿Y si añado que el voto del primer ministro al presidente se hizo público en una reunión de apoyo a la industria, ambos rodeados de personas variopintas, en cordial convivencia, con cámaras de TV y sin protocolos? Con la naturalidad con que los días suceden a otros días. Claro que tras la aparente espontaneidad hay estrategias de comunicación, pero, insisto, son estrategias que convidan a sumar, que ya tenemos otros problemas que nos restan vida y armonía. Más tarde vendrá la campaña, habrá otras candidaturas, se discutirá porque la vida, afortunadamente, es plural, pero esa escena de convivencia interpartidaria, y más en época de pandemia, marca una forma de estar en la vida.

La foto del apoyo del primer ministro a un candidato de otro partido, la del presidente en el supermercado y la de la noche de la resolución del conflicto político-económico grave, enseñan que en las sociedades más avanzadas el guerracivilismo no funciona. Por si tenemos algo que aprender de Portugal.

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