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El lugar del trabajo en la vida, un debate olvidado en la reforma de las pensiones en Francia

Coches circulando delante del Arco del Triunfo, en París, durante el atardecer.

Amado Herrero

París (Francia) —

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Detrás de la oposición a la reforma del sistema de las pensiones planteada por el Gobierno francés se esconden otros grandes debates sociales, como el reparto de los esfuerzos para sostener el modelo público o el aumento de las desigualdades. La fuerza de la movilización en contra del proyecto de ley de subida de la edad de jubilación, que este martes se materializa en una nueva jornada de paros y manifestaciones, no solo se explica por el rechazo a las medidas anunciadas. También es consecuencia de problemas más amplios, incluyendo el deterioro de las condiciones laborales y la evolución del lugar que el trabajo ocupa en la vida de los franceses, según expertos consultados por elDiario.es.

“Se han hecho muchas reformas de las pensiones en las últimas décadas, pero ninguna del mercado de trabajo dirigida a mejorar la calidad de las condiciones”, dice a este medio Anne-Marie Guillemard, profesora emérita de la Universidad Paris-Cité y especialista en la protección social y las pensiones. “Así que la gente se ve incapaz de trabajar dos años más y no hay ningún esfuerzo [por parte del Gobierno] para que la prolongación de la actividad sea más atractiva o, por lo menos, soportable”, explica.

Si en 1990 el 60% de los franceses consideraban el trabajo como “muy importante” en su vida, hoy solo lo es para un 24%, según una reciente investigación del IFOP. Al mismo tiempo, encuestas internacionales apuntan a una situación particularmente negativa de los trabajadores franceses en relación al resto de Europa, tanto por las exigencias físicas de sus puestos (cansancio, dolores posturales, etc.) como por el sentimiento de falta de reconocimiento (laboral y salarial). Según una encuesta reciente de la agencia de la UE Eurofound, Francia está entre los países europeos con peor calidad de las condiciones de trabajo –España se sitúa ligeramente por debajo de la media comunitaria–.

“En las últimas décadas, los gobiernos han dejado las cuestiones sobre las condiciones de trabajo a la consideración de las empresas, cuando se trata de un tema complejo que se debería acompañar e incentivar. En su lugar, los poderes públicos se han concentrado en las sucesivas reformas de las pensiones”, opina Anne-Marie Guillemard, quien apunta también a la ausencia de políticas para formación y empleabilidad de los trabajadores por encima de lo 50, a diferencia de lo que ocurre en los países nórdicos o en Alemania. En Francia, solo un 53% de los ciudadanos deja un puesto de trabajo en el momento de empezar a cobrar la pensión; el resto enlaza el subsidio de desempleo o rentas mínimas sociales con la jubilación.

Por otro lado, en las semanas posteriores a la presentación del proyecto de ley, el Gobierno insistió en defender la “justicia” de su reforma, un argumento que, a fuerza de repetirse, puso la cuestión de las desigualdades en el centro del debate. Y las explicaciones del Ejecutivo no han convencido a la opinión pública. El rechazo ha continuado creciendo en los sondeos. En gran medida, porque se considera retraso de dos años en la edad de jubilación –de 62 a 64 años– perjudica especialmente a los trabajadores asalariados en puestos no cualificados: estadísticamente, son los que primero se incorporan al mercado laboral, los que más problemas tienen para encontrar trabajo pasados los 55 y los que más desgaste físico acumulan en su carrera.

“Hoy las circunstancias vitales al llegar a la edad de jubilación son extremadamente diferentes”, sostiene Guillemard. “La noción de edad [como indicador] ha perdido su pertinencia: a los 60 años, dos personas pueden estar en puntos muy diferentes de su vida, con expectativas diferentes, distintas necesidades y diversos estados de salud. Al imponer dos años más de trabajo, se les quita la posibilidad de decidir”, indica.

Reparto del esfuerzo

El lugar que el empleo ocupa en la vida de los franceses llevaba décadas evolucionando, pero la pandemia ha servido de acelerador. “La reforma de las pensiones, en los términos que se está planteando, pide más esfuerzos a los ciudadanos, que se añaden a todos los que se han realizado en los últimos tres años (confinamiento, vacunación, sobriedad energética, etc...)”, dice Denis Maillard, filósofo especializado en cuestiones sociales, cofundador de la consultora de relaciones sociales Temps commun.

“Al mismo tiempo, desde la pandemia, todo el mundo ha visto transformada su relación con el trabajo”, recuerda. “Por un lado, el teletrabajo ha mostrado que otras formas de organización son posibles, por otro a los trabajadores de primera línea se les dijo que se les iba a reconocer (mejores condiciones y mejor remuneración). Todo esto son cosas que el Gobierno no ha tenido en cuenta, no ha habido un diagnóstico general sobre la relación con el trabajo”, asegura.

Sin embargo, el “valor del trabajo” y “el mérito” son dos de los principales ejes que Emmanuel Macron fijó para su segundo mandato, con fórmulas que se hacen eco de la expresión “trabajar más para ganar más”, popularizada por el expresidente Nicolas Sarkozy. Además de las pensiones, varias grandes reformas se están enlazando de una forma u otra con el trabajo, con el objetivo declarado de lograr el pleno empleo para 2027. Un ejemplo es el futuro proyecto de ley sobre inmigración que plantea incluir la creación de un permiso de residencia temporal ligado a sectores que tengan dificultades para contratar.

El “derecho a la pereza”

Macron y sus ministros oponen la concepción del “valor trabajo” a lo que califican como “la izquierda de las ayudas” y la asistencia social. El sábado 28 de enero, el ministro del Interior, Gérald Darmanin, criticó en Le Parisien el, en sus palabras, “izquierdismo perezoso” y su “profundo desprecio por el valor del trabajo, que defienden los trabajadores y las clases populares”, una referencia apenas velada a la diputada ecologista Sandrine Rousseau, que ha evocado en varias ocasiones el “derecho a la pereza”, un concepto acuñado por el escritor Paul Lafargue.

En uno de sus últimos discursos en la Asamblea Nacional, Rousseau defendió “una reducción de las horas de trabajo”, un mejor “reparto de la riqueza”, “cuidar de nosotros mismos y de nuestro entorno” y “bajar el ritmo”.“Tenemos un solo cuerpo, una sola vida, un solo planeta”, dijo. Para Europa Ecología-Los Verdes, el debate alrededor de la reforma está siendo una oportunidad para redefinir la relación con el trabajo, tanto en relación a la salud como a cuestiones climáticas, con planteamientos ligados a la teoría del decrecimiento.

Aunque la oposición es unánime entre los partidos de la Nueva Unión Popular Ecologista y Social, en realidad existen varias corrientes alrededor del trabajo. En lado opuesto a Rousseau, el líder del Partido Comunista Fabien Roussel promueve “la izquierda del trabajo”, que también opone a la “izquierda de las ayudas”, criticando además a las “flemministes, un juego de palabras con feminista y flemme (pereza).

“El error que cometen muchos políticos es ver el trabajo como un valor, porque la gente no lo percibe de esa manera”, asegura Denis Maillard. “Hablar de valor implica o bien reducirlo a un elemento contable (como ha hecho la sociedad industrial durante mucho tiempo), o bien darle una consideración moral. El trabajo es, sobre todo, una actividad que, efectivamente, ocupa un lugar importante y que tiene que ver con la personalidad (creatividad, sociabilidad, etc.). Pero verlo como un valor impide comprender cómo la gente vive realmente su empleo y sus ganas de conciliar vida personal y profesional y de no sacrificarlo todo por el trabajo”, concluye.

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