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Lula intenta desmilitarizar el Gobierno de Brasil al tiempo que busca recuperar los símbolos patrióticos para la izquierda

Lula muestra la bandera brasileña tras votar en la segunda vuelta de las elecciones de Brasil el 30 de octubre de 2022

Bernardo Gutiérrez

Río de Janeiro —

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11 de septiembre de 2022. La popular cantante Ludmilla sube al palco del festival Rock in Río. Viste la camiseta de la selección brasileña de fútbol. ¿Qué hace una izquierdista, heroína del favela funk, usando el uniforme de las protestas bolsonaristas? De repente, Ludmilla grita: “Faz o L!”. Y un público enloquecido hace la letra L con sus dedos índice y pulgar, símbolo de apoyo a Lula en las elecciones.

Lula, empeñado en pasar la página bolsonarista de la historia brasileña, está siguiendo los pasos de Ludmilla. Su última apuesta: que la izquierda se sume a las celebraciones del 7 de septiembre, que marcan la independencia de Brasil de Portugal, con una buena dosis de banderas nacionales.

Desde que Jair Bolsonaro lanzara su lema “nuestra bandera jamás será roja” en la campaña de 2018, la extrema derecha monopolizó los símbolos patrios y los desfiles del 7 de septiembre se convirtieron incluso en escenario de actos antidemocráticos. Bolsonaro llegó a amenazar al Tribunal Superior de Justiça (TSJ) el 7 de septiembre 2021.

“Democracia, soberanía y unión”. El lema del Gobierno de Lula para el desfile militar del 7 de septiembre sirve de marco para todo un engranaje de mensajes. “Las conmemoraciones van a rescatar los valores de la República y los símbolos oficiales. El mensaje principal es la unión de las personas”, aseguró a Globo Paulo Pimenta, ministro de la Secretaría de Comunicación (SECOM), máximo responsable del desfile.

El lema coloca en primer plano la democracia amenazada por los ataques del 8 de enero, al mismo tiempo que intenta resignificar términos usados por la derecha (soberanía y unión). El Gobierno también pretende mandar un mensaje contra el armamentismo del expresidente, el negacionismo científico y a favor de la conservación de la Amazonia.

Sin embargo, Lula se asoma al 7 de septiembre con cautela. Su relación con los militares continúa siendo tensa. A pesar de la fuerte caída de popularidad de las fuerzas armadas debido a la implicación de destacados militares en actos golpistas, Lula mantendrá un perfil bajo. El presidente no pronunciará ningún discurso en uno de los días sagrados del bolsonarismo.

La noche del 19 de agosto, José Múcio, ministro de Defensa, se reunió con Lula y los comandantes de las fuerzas armadas en el Palácio de Alvorada (residencia presidencial). El encuentro tenía en la agenda asuntos incómodos: la implicación del teniente coronel Mauro Cid en el escándalo de la venta de las joyas saudíes recibidas por el expresidente Bolsonaro, así como la participación de otros militares en los actos golpistas del 8 de enero.

Aun así, la reunión acabó con la promesa de fondos millonarios para los militares, como detalla Thais Bilenky en un programa del Foro de Teresina, influyente podcast político. Casi 10.000 millones de euros del Novo Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), buque insignia de la construcción de infraestructuras, serán destinados a inversiones militares.

Lula no quiere forzar la situación. El presidente brasileño pronunció duros discursos contra los militares golpistas, expulsó al comandante del ejército (Júlio César de Arruda) y cesó al general Gonçalves Dias como responsable del Gabinete de Segurança Institucional (GSI). Sin embargo, no ha atendido a las presiones dentro de su partido para activar mano dura. “Lula acabó no cediendo a sectores del Partido de los Trabajadores (PT) y del Gobierno de poner a un civil al mando del GSI”, en palabras de Thais Bilenky.

Al mismo tiempo que busca la complicidad de las fuerzas armadas en el desfile de 7 de septiembre y aumenta la inversión en defensa, el Gobierno Lula ha enviado al Congreso una reforma que muchos interpretan como una bomba: se trata de una propuesta de enmienda constitucional que pretende prohibir a militares en activo ser candidatos electorales u ocupar cargos en el primer escalón del Ejecutivo.

La nueva ley quiere deshacer la militarización del Gobierno ocurrida en los últimos años: 6.157 militares formaron parte del Ejecutivo de Bolsonaro, muchos de ellos en cargos civiles. Por ejemplo, el general Eduardo Pazuello, el ministro de Salud que recomendaba usar la ineficaz cloroquina contra la COVID-19 y maniobraba contra las vacunas, era un militar en activo.

La ley para desmilitarizar el Gobierno, que tiene que ser aprobada por el Congreso, es fruto de cinco meses de negociaciones con los tres comandantes del ejército. El texto, firmado por los ministros José Múcio (Defensa) y Flávio Dino (Justicia), recuerda que la propia Constitución coloca límites a la actuación política de los militares. Varias fuentes consultadas por elDiario.es en el Ministerio de Justicia, Presidencia y Secretaria de Comunicación no se han manifestado en un intento de no generar mucho ruido.

Lula tiene un importante objetivo de fondo: la recuperación de la bandera y el himno nacional. Desde que la extrema derecha capturase la bandera brasileña y la camiseta de la selección nacional de fútbol, la izquierda ha vivido de espaldas a los símbolos patrios. Durante el mundial de fútbol de 2014, una parte de la izquierda empezó a renegar de la selección Canarinho. La ola de protestas de 2015 y 2016, en las que la bandera y la camiseta verde amarela acabaron transformándose en símbolos contra la entonces presidente Dilma Rousseff, consumó el divorcio con la izquierda.

Simultáneamente, los artistas se han sumado a una inercia histórica de reacción al exceso de patriotismo. En 1970, Abdias Nascimento, todo un icono de la negritud, subvirtió la bandera de Brasil en su cuadro Okê Oxóssi. Cambió el lema Ordem e Progresso, enraizado en el racionalismo positivista de la Europa del siglo XIX, por okê, okê, okê, okê, el saludo de Oxóssi, orixá de las florestas en las religiones afro brasileñas.

En 1993, Martha Niklaus realizó su obra Bandeira de Farrapos con harapos de ropa tirada a la basura por mendigos. En 2014, el artista visual Paulinho Fluxus empezó a pasearse por las calles con una bandera brasileña verde y rosa. En 2019, la escuela de samba Mangueira ganó el carnaval del Río de Janeiro con un desfile que incluía una bandera brasileña gigante, verde y rosa, con la frase “indios, negros e pobres”. La bandera pasó ser una obra permanente en el Museo de Arte Moderno (MAM) de Río de Janeiro.

“La gente está empezando a entender la fuerte carga simbólica que el verde y el amarillo carga en nuestro país y que esos colores no pertenecen solamente a un segmento”, afirmaba Edilson Márcio Almeida da Silva, profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Federal Fluminense (UFF) en un reportaje de la BBC.

La desbolsonarización simbólica de Brasil está en marcha. El plan de Lula para el día de la independencia del país continúa el camino de Ludmilla, de las escuelas de samba, de los artistas plásticos, de la izquierdista Anitta (usó un traje verde y amarillo en el festival Coachella de California al grito de “los colores pertenecen a Brasil”) o los actores progresistas que lanzaron en medio de la pandemia una campaña para rescatar la bandera.

Ante el choque nacionalista del progresismo, las fuerzas bolsonaristas están divididas entre acudir al desfile para silbar a Lula o quedarse en casa. La campaña derechista del hashtag #FiqueEmCasa (quédate en casa), usado durante la pandemia por las izquierdas, muestra la desorientación de un bolsonarismo acorralado por la justicia que ha perdido el control del relato. 

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