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Marine Le Pen, el gesto amable de la ultraderecha francesa

El objetivo, como siempre lo ha sido para el Frente Nacional fundado por su padre Jean-Marie Le Pen en 1972, era que Francia fuera "para los franceses".

Luis Miguel Pascual / EFE

Marine Le Pen ha pasado los últimos años lavando la cara del partido de ultraderecha que heredó de su padre, para convertirse en el rostro amable de un movimiento que no ha dejado de ascender electoralmente hasta situarse, por segunda vez, en la segunda vuelta de unas presidenciales.

Quince años después que su padre, la política aspira al Elíseo con más fuerza que su progenitor, aunque sin la suficiente, según los sondeos, como para ganarse el derecho a conquistar el poder.

Pero la hija pequeña del fundador del Frente Nacional ha logrado consolidar un movimiento basado en el patriotismo económico e ideológico, dejando de lado algunos de los postulados tradicionales de la extrema derecha para crear menos rechazo que en el pasado.

A sus 48 años, en su segunda campaña presidencial, esta convencida “eurófoba” ha mantenido en vilo al mundo entero durante la campaña electoral, aunque su impulso parece haberse desinflado en el tramo final y todos los sondeos le sitúan muy lejos del triunfo frente al socioliberal Emmanuel Macron.

Aunque la adhesión a su partido va en aumento, todavía genera suficiente rechazo como para unir a electores de diferentes sensibilidades en su contra.

Marine Le Pen goza de un electorado fiel que le perdona incluso las acusaciones de financiación ilegal de su movimiento por los que ya ha sido sancionada en el Parlamento Europeo (PE), donde ocupa un escaño desde el 14 de julio de 2009.

La candidata se mueve como una funambulista entre las propuestas radicales heredadas y la cara más aceptable con la que pretende conquistar el Elíseo.

Evita las alusiones a la II Guerra Mundial que tantos quebraderos de cabeza le costaron a su padre —e incluso a ella misma en esta campaña—, y arremete contra la inmigración esgrimiendo la inseguridad, la preferencia francesa y el patriotismo económico, su tema de campaña favorito tras comprobar que en Estados Unidos le funcionó al magnate republicano Donald Trump.

Todo ello tras haber cortado en 2015 el cordón umbilical con su progenitor después de la última salida de tono del patriarca, lo que le valió protagonizar un culebrón familiar durante meses pero que acabó por independizar a la líder y consagrarla como uno de los rostros más reconocibles de la ultraderecha europea.

De verbo ágil y carácter fuerte

Nacida el 5 de agosto de 1968, Marine Le Pen comenzó pronto su militancia política, siempre a la sombra de su padre. A los 18 años se afilió al Frente Nacional y, ayudada por su apellido, no tuvo problemas en escalar peldaños en su estructura interna.

En un partido al que le costaba encontrar cargos y candidatos, la hija del líder fue pronto un valor electoral que se presentó a diversas elecciones legislativas y locales, carrera que compaginó con la de abogada en París entre 1992 y 1998.

Cuando en 2002 su padre accedió a la segunda vuelta, Francia descubrió en infinidad de intervenciones televisivas que tenía un verbo ágil y un carácter fuerte.

Había nacido una estrella política que, con el paso de los años, se fue afianzando. Primero en el partido, donde tuvo que soportar los ataques de la vieja guardia que le consideraban una “arribista” y que no aprobaban el giro “amable” que encabezaba.

Hasta que en 2011 se hizo con las riendas del FN, al que al año siguiente dirigió en sus primeras presidenciales, donde con el 17,9% de los votos acabó tercera, pero tuvo un mayor porcentaje que su padre diez años antes.

Su legitimidad ya no podía ser contestada desde dentro y Le Pen se lanzó a la conquista de nuevos horizontes, acompañada de una nueva guardia pretoriana más joven y moderna, en la que destacan su marido, Louis Aliot, y su mano derecha, Florien Philippot.

Esa estrategia le ha permitido ganarse a las clases obreras y desfavorecidas que se consideran olvidadas por el sistema y que pagan los efectos de la globalización sobre su modo de vida.

Le Pen eligió la circunscripción de Hénin-Beaumont como laboratorio de su apuesta, un territorio del norte del país marcado por la desindustrialización y que convirtió en su feudo electoral.

En las municipales de 2014, su partido conquistó una decena de ayuntamientos, lo que les permitió nombrar dos senadores. Ese mismo año, en las elecciones al Parlamento Europeo (PE), acabaron como la fuerza más votada con un cuarto de los sufragios, algo que se repitió en las regionales del año siguiente, cuando rozaron los 7 millones de votos.

Un récord que batió en la primera vuelta pero que tendrá que multiplicar si quiere convertirse mañana en la primera mujer en conquistar el Elíseo.

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