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The Guardian en español

OPINIÓN

Boris Johnson “vende” el viaje hacia la inexistente tierra prometida del Brexit

Boris Johnson en su discurso este miércoles en el congreso conservador en Manchester.

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Uno de los primeros números de comedia que recuerdo haber visto fue el del actor británico Les Dawson durante algún programa de entretenimiento ligero de los sábados por la noche en el que tocaba mal el piano, cosa que hacía bien. Hay que saber dominar la música para poder equivocarse en las notas correctas.

Es la técnica que utiliza el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, cuando habla en francés. “Prenez un grip (dame un respiro)” fue su respuesta a la furia en París por el acuerdo de seguridad AUKUS que Reino Unido pactó con Australia y Estados Unidos a espaldas de Francia. “Donnez-moi un break (tranquilízate)” , añadió el primer ministro.

Los espectadores habituales del programa “Boris” están familiarizados con sus episodios de “franglés”. La audiencia internacional ya no se escandaliza por la teatralidad vodevilesca del primer ministro de un país que solía ser serio. Al igual que Dawson aporreando el piano con sus dedos gordos, Boris Johnson sabe cómo debe sonar la diplomacia adecuada y por eso es capaz de equivocarse con tanta precisión.

El verdadero Boris

La educación, la crianza y la experiencia profesional del primer ministro le han proporcionado una fastuosa exposición a las culturas europeas y a las instituciones mundiales. Sabe hablar francés de forma correcta si así lo necesita. Es un verdadero cosmopolita en todos los aspectos, a excepción de la postura política que consideró conveniente adoptar para alcanzar el poder. Uno de los conocimientos que aportó al proyecto del Brexit fue una perspectiva verdaderamente globalizada, la cual empleó para dibujar las fantasías más caricaturescas sobre el lugar de Reino Unido en el mundo.

Esa combinación de internacionalismo pomposo y estrechez de miras deliberada es en la actualidad la doctrina oficial del Gobierno. Distintas voces han expresado esta postura en la conferencia del Partido Conservador en Manchester. Liz Truss, recientemente ascendida a ministra de Exteriores, pronunció un discurso en el que prometió construir “una red de asociaciones económicas, diplomáticas y de seguridad” con una lista de aliados que incluía a las autocracias del Golfo, pero no a la UE.

A la mañana siguiente, David Frost, ministro del Brexit, describió la pertenencia a la UE como un “largo mal sueño”. Notablemente, Frost incluye el tratado que negoció con Bruselas como parte de la pesadilla, razón por la que no se siente obligado a cumplir con sus términos. El hombre cuyo trabajo debería ser restaurar la diplomacia funcional al otro lado del Canal de la Mancha está, en cambio, pregonando el “Renacimiento Británico”, que será estimulado por la ruptura de los lazos continentales.

Cuando Rishi Sunak habló ante la conferencia este martes, reafirmó la fe que le había llevado a votar por abandonar la UE en 2016. Dijo que había sido una cuestión de principios guiada por la convicción de que “la flexibilidad y la libertad” frente a Bruselas serían más valiosas que “la simple proximidad a un mercado”. El canciller ve a Reino Unido como una “superpotencia científica” y “el lugar más emocionante del planeta”. En ese mundo feliz ya no serán necesarios los camioneros continentales. Las gasolineras se abastecerán de vehículos autónomos mantenidos por trabajadores nativos altamente cualificados y con salarios de lujo.

Sunak no completó explícitamente esta última parte del panorama, pero esa es la trayectoria implícita en gran parte de lo que los ministros han dicho en Manchester. Boris Johnson ha marcado el tono tanto en entrevistas previas como durante la conferencia en su discurso de este miércoles, argumentando (con su uso típicamente tendencioso de las estadísticas) que los salarios están aumentando porque la demanda de mano de obra supera la oferta. Esto se plantea como una saludable corrección de la anterior dependencia de la inmigración. En otras palabras, la interrupción de la cadena de suministros, las colas para comprar gasolina y los estantes vacíos de los supermercados son los dolores de parto de un orden post-Brexit: una catarsis más que una crisis. El malestar pasará en su debido momento, dejando al país purgado de su adicción a los infames y antipatrióticos vicios comerciales que se imponían antes de enero de 2020.

Michael Gove llegó a describir la difícil situación respecto a la desigualdad y la pobreza salarial como una función del “antiguo modelo de la UE” rechazado rotundamente por los votantes.

En realidad, Bruselas nunca insistió en los bajos salarios y los escasos derechos laborales. Los gobiernos británicos ejercieron su poder soberano (incluso como miembros de la UE) para elegir esas condiciones, exigiendo a menudo exenciones especiales a los tratados cuando los vecinos continentales preferían la protección laboral. Pero Gove estaba narrando la historia al estilo revolucionario de la campaña Vote Leave (Vote por salir de la UE), que atribuye todo lo podrido en Reino Unido a la época del mal gobierno de los “remainers” (los partidarios de la permanencia de Reino Unido en la UE).

11 años de tories

Es un dispositivo para poner el reloj a cero tras 11 años de mandatos conservadores. Theresa May y David Cameron pertenecen a otro régimen. Guiándonos por el calendario revolucionario, este es el segundo año, y como la mayor parte de ese periodo se ha perdido a causa de la pandemia, el verdadero trabajo apenas está empezando.

Tal vez Johnson no tenga más remedio que presentar las dificultades económicas como una turbulencia temporal en la transición hacia un futuro mejor. Parece que todavía goza de un considerable beneficio de la duda por parte de la opinión pública, o al menos en el sector que quería el Brexit y que no siente grandes remordimientos de comprador, ni mucha atracción magnética hacia los laboristas. En tales condiciones, capear el temporal con los trucos usuales de bravuconería y bonhomía podría ser un plan tan bueno como cualquier otro. Depende de lo que dure la tormenta y del estómago que tenga el primer ministro para las aguas turbulentas. Es más hombre espectáculo que timonel y los agonizantes aplausos no tardarán en marearle.

Las revoluciones tienen la costumbre de volverse desagradables cuando sus anunciados beneficios tardan en llegar. Cuanto más utópica es la retórica que describe el destino, menos probable es llegar a él. Los tories podrían haber aprovechado su conferencia de esta semana para gestionar las expectativas, para volver a abordar conceptos mundanos como la geografía y el peso económico. En su lugar, están celebrando un embarque, zarpando hacia la tierra prometida del Brexit con un mapa que es solo el dibujo del mundo garabateado apresuradamente por Boris Johnson.

Traducción de Julián Cnochaert.

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