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The Guardian en español

Los civiles afganos toman las armas contra la expansión talibán tras la salida de EEUU

Civiles afganos muestran sus armas mientras juran luchar junto a las fuerzas de seguridad afganas para defender sus regiones, en el distrito de Enjil de Herat, Afganistán, el 27 de junio.

Emma Graham-Harrison

Guzara (Afganistán) —

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Haji Ghoulam Farouq Siawshani ha visto en el último mes cómo los talibán avanzaban por el norte de Afganistán. Después de sopesar la amenaza que representan los militantes tras llegar a las puertas de su casa, el antiguo comerciante petrolero devenido comandante de un grupo armado publicó una llamada a las armas.

“Donde quiera que vayan los talibán llevan destrucción y están a un kilómetro de mi aldea”, dice a The Guardian. “Hemos decidido responder”.

Ahora lidera a unas pocas decenas de hombres armados con viejas Kalashnikovs en el distrito de Gozara, al sur del antiguo centro comercial y cultural de Herat, en la frontera occidental con Irán.

Las tropas extranjeras salen rápidamente de Afganistán de cara a la partida final de los militares estadounidenses, que lideraron y sostuvieron la misión durante casi 20 años. Se espera que para mediados de julio se hayan ido. La mayoría de los aliados de la OTAN ya han salido, las únicas fuerzas que quedan son la británica y la turca.

Crece la amenaza talibán

Con el regreso de sus hombres y mujeres a casa, los generales y oficiales desde Washington a Berlín afirman que ha sido una “misión cumplida”. Ese mensaje puede sonar bien en casa, pero suena vacío en Afganistán, donde la violencia se dispara y la amenaza de los talibán crece día a día.

Desde mayo han caído en manos de los talibán al menos 50 distritos de los casi 400 que componen Afganistán, según la ONU. En el norte, lejos del tradicional bastión del grupo situado al sur, han conquistado decenas de ellos –ocho cayeron en en tan solo dos días–. En varios de ellos las fuerzas de seguridad se rindieron sin ni siquiera dar batalla o sus líderes negociaron la transferencia del control a los insurgentes.

Los talibán controlan o se disputan el control de más de la mitad de la parte rural de Afganistán. Las ciudades tienden a ser baluartes de la seguridad y los sentimientos contra los insurgentes, pero los talibán se están acercando a muchas de ellas y se espera que lancen una seria ofensiva militar sobre algunas capitales de provincia una vez se haya completado la retirada estadounidense.

“Los americanos nos han traicionado”

“Los americanos nos han traicionado,” dice Jawad, uno de los comandantes de la milicia bajo las órdenes de Siawshani, que dos semanas atrás tenía un trabajo regular como mecánico. “Estamos preparados para que la situación empeore mucho más”.

Incluso el jefe de las fuerzas armadas estadounidenses, el general Austin S. Miller, encargado de terminar la guerra más larga de Estados Unidos, admite que dejará atrás un país al borde. Trillones de dólares y la muertes de más de 2.300 soldados estadounidenses no han comprado seguridad.

“Se vislumbra una guerra civil si todo sigue su trayectoria actual y eso debería preocupar al mundo”, dijo Miller a los periodistas en una extraña rueda de prensa reciente en el cuartel de la OTAN en Kabul.

El general se ha negado a declarar cuándo concluirá la retirada de Estados Unidos. La fecha límite oficial es el 11 de septiembre, pero los estadounidenses han dejado en claro que apuntan a hacerlo en julio y fuentes oficiales han declarado esta semana a Reuters que las partidas finales se darán en pocos días. Una fuerza pequeña de 650 soldados se quedará para proteger la embajada.

Los aliados que cuentan con Estados Unidos para la logística, incluyendo el transporte aéreo, ya casi han terminado de hacer las maletas. El miércoles, mientras Siwashani discutía tácticas con el jefe de policía del distrito en Gozara, las últimas tropas italianas que operaron durante dos décadas desde la base aérea de Herat regresaron a casa. Los últimos soldados alemanes también lo hicieron el mismo día.

Incógnitas sobre el futuro apoyo militar de EEUU

Las conversaciones de paz en Doha, iniciadas como parte del acuerdo para la retirada estadounidense, están estancadas. Los oficiales afganos acusan a los talibán de actuar de mala fe. Con luchas intensas en desarrollo y el avance casi diario de la posición militar de los insurgentes, hay poca expectativa de que eso cambie, por lo menos a corto plazo.

Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, ha prometido a su homólogo afgano, Ashraf Ghani, un apoyo sostenido para cubrir los enormes costes económicos de los esfuerzos de seguridad, así como entrenamiento y otro apoyo técnico desde fuera del país. Pero Miller y otros se han negado a detallar cuánta ayuda podrán ofrecer a las asediadas fuerzas armadas y policiales de Afganistán.

“Lo que no quiero hacer es especular sobre cuál será [ese apoyo] en el futuro”, dijo. Una de las mayores preguntas es el apoyo aéreo, que ha sido vital para repeler el avance de los talibán en los últimos años, especialmente en ciudades como Kunduz.

Afganistán gestiona una pequeña fuerza aérea que realiza operaciones de ataque, evacuaciones médicas y lleva provisiones a posiciones remotas o asediadas. Pero los pilotos y las naves afganos están agotados por el ritmo de la guerra y dependen para su mantenimiento de contratistas estadounidenses cuya permanencia en el país no es segura.

Los bombarderos estadounidenses todavía brindan algo de apoyo y los drones armados ahora llegan a los cielos afganos desde más allá de sus fronteras, pero según dicen, tienen dificultades para coordinar los ataques con las tropas sobre el terreno.

“Los talibán lanzaron un ataque a las 22 horas y luchamos hasta las 6 horas. Llamamos a nuestros comandantes, llamamos a Kabul, llamamos al gobernador de Herat implorándole apoyo aéreo, pero no llegó nadie”, dice un comandante que prefiere no revelar su identidad y que sufrió el asedio de los talibán en Obe.

“Por la mañana llamamos y dijimos que ya no necesitábamos los ataques aéreos, pero que vinieran a recoger a los muertos y a los heridos, pero tampoco vinieron”, agrega.

Y así, mientras buscan modos de proteger a sus poblaciones, los oficiales reciben con los brazos abiertos a las milicias tras años de esfuerzos apoyados por Occidente para intentar desarmar a los grupos de combatientes no oficiales. Tras su reunión con The Guardian, Siawshani se juntó con el gobernador del distrito y el jefe de la policía para discutir la táctica y el apoyo.

“Nunca me había sentido bajo tanta presión”

En otro Afganistán, el que Estados Unidos soñó con construir alguna vez, los jóvenes habrían tenido otro futuro. Salim Shah se graduó de la escuela secundaria el año pasado y planeaba estudiar derecho en la universidad. Ahora Jawad, después de haber dejado su trabajo de mecánico, no está seguro de cómo alimentar a sus dos hijos.

Pero colectivamente decidieron que la lucha por su país se ha vuelto crítica. Muchos ya han perdido hermanos, primos y vecinos a manos de los talibán. “Nuestro objetivo principal es proteger a nuestras familias, nuestros parientes y nuestras tierras”, dice Jawad.

Aunque este nuevo episodio de la larga guerra civil afgana será su primera participación en un conflicto bélico, muchos de quienes dirigen a los milicianos se endurecieron en los ciclos pasados de violencia. Siawshani empuñó su primer arma con los muyahidines en la década de 1980 en la lucha contra los soviéticos. Rahmatullah es un general retirado que pasó más de tres décadas en el ejército del Gobierno contra el cual Siawshani luchó.

Afzali alza una ceja ante esta extraña alianza actual. “Cuando él estaba haciendo la yihad, yo trabajaba para [el entonces presidente] Najibulá. Ahora, los talibán nos han unido”, dice con una sonrisa. Pero la lucha nunca había sido tan crítica.

“He luchado en todo Afganistán, me han herido 17 veces y nunca me había sentido bajo tanta presión como en los últimos cuatro meses desde que Biden anunció que entregaría Afganistán a los talibán”.

  • Akhtar Mohammad Makoii contribuyó a este reportaje

Traducción de Ignacio Rial-Schies

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