La eterna campaña de López Obrador en un México dividido sobre su figura
Cuatro años después de su toma de posesión, el presidente populista de México parece haber vuelto a hacer lo que mejor se le da: avivar a su ardiente base política.
Aunque la Constitución de México le impide presentarse a la reelección en 2024, el presidente Andrés Manuel López Obrador, conocido con el acrónimo de AMLO, parece decidido a que un candidato de su propio partido continúe el movimiento que lo llevó al poder en 2018.
Hace unos días, ofreció una impresionante demostración de fuerza política para ese movimiento, al sacar a cientos de miles de simpatizantes a las calles de Ciudad de México en una marcha que culminó con un discurso en la céntrica plaza del Zócalo de la capital.
“Son cuatro años y la gente quería expresarlo, lo manifiestan todos los días, todos los días hablan del tema”, dijo el presidente en una rueda de prensa el lunes. “No somos uno, no somos 100: cuéntanos bien”.
Pero la demostración de fuerza política se produce en un momento crítico para López Obrador y su Gobierno, que se enfrenta a crecientes críticas de organizaciones de derechos humanos y de la oposición, así como a luchas intestinas dentro del partido gobernante Morena. Y aunque mantiene un alto índice de aprobación, está por ver si su sucesor podrá inspirar un fervor similar al de AMLO, uno de los políticos más populares y polarizadores de la historia de México.
La oposición existe
Por primera vez desde que López Obrador asumió el cargo, la oposición mexicana parece haber encontrado finalmente su equilibrio después de años de desorden, y se ha unido en contra de la propuesta del presidente de reformar el sistema electoral del país, una iniciativa que sus detractores califican como un ataque a la democracia de México.
A principios del mes pasado, decenas de miles de personas participaron en una marcha por la Ciudad de México en defensa del Instituto Nacional Electoral. Esta fue probablemente la mayor marcha de la oposición desde que el presidente asumió el cargo, y un duro reproche a sus afirmaciones de que sus adversarios son una pequeña élite.
“Fue una clara señal de que la oposición, aunque fragmentada, existe”, dice Tony Payan, doctor en Ciencias Políticas y experto en política mexicana del Instituto Baker de la Universidad de Rice. “La gente tiene una idea muy clara de que el país debe tener un sistema electoral que sea libre y justo”.
El presidente y sus partidarios han afirmado que la marcha del domingo no fue una reacción a la marcha de la oposición, sino una celebración de sus logros en el cargo.
“El propósito era celebrar los cuatro años de Gobierno”, dice Allan Pozos, quien ayudó a movilizar a los manifestantes desde el bastión de Morena en Iztapalapa, un barrio de clase trabajadora en la capital. “No para confrontar a la derecha, sino para dar un mensaje de que estamos aquí, que estamos contentos con el gobierno que tenemos”.
La marcha tuvo un ambiente festivo, que recordaba a un carnaval, con simpatizantes vitoreando al presidente, bandas de mariachis cantando una serenata y López Obrador, vestido con una sencilla camisa blanca, rodeado a veces por una multitud de fervientes admiradores.
Sin embargo, muchos críticos consideran que se trata de una descarada maniobra política, sobre todo teniendo en cuenta que algunos de los participantes fueron trasladados en autobús desde todo el país por las administraciones locales o por políticos del partido presidencial Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), a pesar de la promesa de AMLO de que no se gastaría ni un peso de dinero público en la marcha.
Elizabeth García Vilchis, responsable de las redes sociales de la oficina de prensa del presidente, rechazó tales afirmaciones por considerarlas racistas e insultantes para los seguidores del presidente, que pertenecen en su mayoría a la clase trabajadora de México.
A favor o en contra del presidente
Para algunos analistas, las acusaciones de que el dinero público se utiliza para apoyar al presidente y a su partido se remontan a la época autocrática del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México de forma ininterrumpida durante 71 años hasta el año 2000.
Durante décadas, varios presidentes del PRI llevaban autobuses llenos de gente a las marchas en Ciudad de México, a menudo con la promesa de comida o dinero, al tiempo que utilizaban los poderosos sindicatos del país para aumentar la participación.
“Morena ha tomado esa parte de la tradición política mexicana y en lugar de enterrarla, en lugar de corregirla, ha mantenido esa forma de hacer política”, dice Genaro Lozano, politólogo y columnista del periódico conservador Reforma: “Prometieron una forma diferente de hacer política, y creo que en ese sentido han fracasado”.
Sin embargo, más allá de la cuestionable política partidista, los analistas afirman que las marchas de gobierno y oposición son una muestra de la profunda polarización de México, que no ha hecho más que aumentar desde la elección de López Obrador. Se trata de una división que el presidente y su partido han tratado de fomentar y, cada vez más, aprovechar.
“En los últimos años, México ha transitado por un camino de polarización muy fuerte”, explica Lozano. “El clivaje más fuerte ahora mismo en México no es el de izquierda y derecha, sino estar a favor o en contra del presidente”.
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