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The Guardian en español

Evan McMullin, el exagente mormón de la CIA que amenaza a Trump en Utah

El cartel de campaña del candidato independiente Evan McMullin.

Maria La Ganga

Richfield, Utah —

Quinn Cowan, un niño de diez años, juega con su hamburguesa mientras reflexiona sobre la carrera presidencial que se libra en Utah, un estado claramente republicano en el que en un principio no se esperaban sorpresas.

–¿Has conocido a Donald Trump?–, le pregunta a Evan McMullin, un candidato presidencial independiente que está arrebatando votos a la candidata demócrata Hillary Clinton y también a Trump, en un estado que tradicionalmente ha sido un feudo del Partido Republicano.

–Sí, he conocido a Donald Trump–, le contesta McMullin, que está sentado al lado del niño, en una mesa de la cafetería Little Wonder Café, en Richfield, un pueblo situado en el interior de Utah.

–¿Te gritó?

–No, no me gritó –puntualiza McMullin– pero lo cierto es que no es un tipo agradable.

McMullin explicó en agosto que la naturaleza enfermiza de la campaña presidencial de 2016 lo empujó a tomar la quijotesca decisión de presentarse como candidato; una decisión que ha sacudido la campaña electoral de un estado que no ha votado al Partido Demócrata en más de 50 años. Según los sondeos, este ex agente de la CIA está en segunda posición, solo por detrás de Trump. Está convencido de que puede ganar los seis votos electorales de Utah y abrirse camino hacia la Casa Blanca.

La candidatura de McMullin es lo suficientemente sólida como para que por primera vez en la historia moderna los votantes de Utah, el estado de las colmenas, tomen consciencia de lo que es una campaña presidencial. Clinton tiene una oficina con seis empleados en nómina en las afueras de Salt Lake City. “Cómo Utah podría decidir el próximo presidente de Estados Unidos”, era uno de los titulares de la portada del Salt Lake Tribune del pasado domingo.

En el último fin de semana antes de la jornada electoral, los equipos de los tres candidatos libraban una batalla a contrarreloj. Los voluntarios de la campaña de Clinton hacían llamadas. El sábado, McMullin hizo una ruta gastronómica por el sur de Salt Lake City. Comió tacos de carne con salsa barbacoa en una parada de Ephraim, un batido de leche con chocolate y patatas fritas del plato de Quinn Cowan en Richfield y una hamburguesa (sin queso) en Cedar City.

Los seguidores de Trump también salieron a la calle y protestaron en el último mitin en el que McMullin participó ese día, frente al centro de convenciones Dixie en St George. Llevaban carteles en los que se podía leer “Hagamos que Estados Unidos recupere su grandeza” e interrumpieron el discurso que el candidato intentaba pronunciar dentro del edificio. “Es un perdedor, no tiene ninguna posibilidad de ganar”, gritó un simpatizante de Trump que lucía un sombrero de paja.

Chris Karpowitz, codirector del Centro para el Estudio de las Elecciones y la Democracia en la Brigham Young University, afirma que “McMullin lo está haciendo extraordinariamente bien” si tenemos en cuenta que no cuenta con el apoyo de ningún partido de peso.

“Probablemente Trump logre ganar por un margen ajustado, pero de momento su victoria no es segura y estamos ya en la recta final de las elecciones”, indica Karpowitz: “La noticia es, precisamente, esta incertidumbre. Nadie podía prever que a Trump le saliera un rival así”.

La “marioneta mormona”

McMullin, un mormón ferviente, trabajó como consultor jefe en el comité de asuntos exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y más tarde pasó a ser el director de políticas de los republicanos de la Cámara de Representantes. Afirma que ve a Trump como a un candidato mezquino e irreverente que ha dado la espalda a los valores más esenciales del Partido Republicano. En cuanto a Clinton, le parece una candidata corrupta y que no es de fiar.

“Decidí presentar mi candidatura porque sentía que los candidatos del Partido Demócrata y del Partido Republicano, Hillary Clinton y Donald Trump, no reúnen las características que se necesitan para liderar este país y no pueden asumir las responsabilidades que la Casa Blanca conlleva”, repitió a los periodistas una y otra vez el pasado sábado: “Creo que encarnan la crisis de liderazgo que sufre este país”.

“Y el problema no son solo ellos. También representan un problema todos los líderes políticos que no son lo suficientemente valientes como para enfrentarse a Hillary Clinton y a sus prácticas corruptas o a Donald Trump, sus tendencias autoritarias y sus ataques contra personas, en base a su género, su raza o su religión”.

La candidatura de McMullin ha conseguido tocar la fibra sensible de muchos. Los divorcios de Trump, sus infidelidades y sus comentarios sobre tocamientos a mujeres en contra de su voluntad han hecho que incluso los republicanos más leales se planteen no votar al candidato del partido.

La respuesta de Trump y sus seguidores no se ha hecho esperar. La semana pasada, Trump atacó a McMullin y afirmó que era “una marioneta”. Los aliados del candidato republicano en Fox News y Fox Business cerraron filas con él y el presentador Lou Dobbs no dudó en llamarlo “un juguete de la mafia mormona”. Por su parte, Sean Hannity tuiteó el siguiente mensaje: “¿Quién es ese idiota que se presenta como tercera opción y que está perjudicando a Trump en Utah?”.

Sin embargo, la de William Johnson, un nacionalista blanco que apoya a Trump, fue la peor reacción. Puso en duda la orientación sexual de McMullin, insultó a la madre del candidato y afirmó que este era “partidario de una amnistía para los migrantes indocumentados”. Más tarde se disculpó.

El sábado, en un encuentro con los periodistas durante la penúltima parada de su recorrido, McMullin aseguró que esa reacción no lo había sorprendido lo más mínimo y que simplemente era una muestra “del tipo de personas con las que estaba lidiando”.

La estrategia del tercero

“Donald Trump ha dado alas al movimiento de supremacía de la raza blanca de este país –indicó–. Con sus comentarios, ha promovido la intolerancia religiosa y racial, y la misoginia, al presumir de haberse propasado con mujeres. Es este tipo de persona. Es el tipo de campaña que hace. Y es el tipo de campaña que el Partido Republicano está apoyando”.

“Así que no resulta sorprendente que ahora que defendemos los valores de igualdad y de libertad, el movimiento de supremacía de la raza blanca y el movimiento nacionalista de los blancos ataquen nuestras creencias religiosas. Propagan estos horribles rumores sobre nosotros. Es una triste muestra de cómo funciona la política en nuestro país”:

Esta es la estrategia de McMullin para llegar a la Casa Blanca: ganar en Utah y, una vez que Clinton y Trump no puedan conseguir los 270 votos electorales necesarios, que sea la Cámara de Representantes la que tenga la última palabra. Y es aquí donde él cree que tendrá la oportunidad de convertirse en el líder del mundo libre.

Al contrario que en el partido republicano, este panorama no preocupa al equipo de Clinton. El domingo, en la sede del Partido Demócrata en Utah los voluntarios hacían llamadas sin parar para pedir a sus bases que votaran por correo o, mejor aún, lo depositaran en el buzón más cercano.

Los teléfonos móviles sonaban. “Hola, soy Angela”. “Hola, soy Kristin”. “Hola, me llamo Brenda”. “¿Puedo hablar con Pedro?”. “¿Está Kevin?”. “Hola, ¿Eres Ashley?”.

“Apoyas a Hillary Clinton, ¿verdad? Genial, indica una joven de aspecto jovial que luce una camiseta verde: ”¿Vas a votar? ¿Ya lo has hecho? Fantástico. Gracias por votar. Genial. Que tengas un buen día“.

Cuelga el teléfono y en un gesto de entusiasmo exclama: ¡Sí!

Traducción de Emma Reverter

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