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The Guardian en español

Si Grecia sigue creyendo en la UE, ¿cómo no va a poder Reino Unido?

El primer ministro griego, Alexis Tsipras, en uno de sus encuentros multilaterales con el grupo de los 27.

Stefan Stern

“¿Por qué están haciendo esto?”. Al alcalde de Tesalónica, Yiannis Boutaris, le intrigaban varios aspectos del Brexit. ¿Por qué permitir que una mayoría simple, y mínima, provoque un cambio tan gigantesco?, me preguntó. ¿Acaso no éramos conscientes del daño que nos provocaríamos a nosotros mismos? Al final, me dijo Boutaris, tal vez se hayan confirmado las reservas que tenía el general de Gaulle sobre el ingreso del Reino Unido al mercado común.

En estos días, estas preguntas conforman el día a día de cualquier británico en el extranjero. Yo estaba en la ciudad griega de Tesalónica por la presentación del Emperatriz Teófano, un nuevo premio anual para organizaciones o personas que hayan contribuido de forma relevante a la identidad y cultura europeas. Los organizadores buscan resaltar la rica diversidad de Europa, tanto sus tradiciones occidentales como las orientales (bizantinas). De ahí que acudieran tantos altos cargos griegos a la presentación en la histórica ciudad, donde tiene su sede la Fundación Teófano (llamada así en honor a la emperatriz bizantina del siglo X).

Apostolos Tzitzikostas, gobernador de Macedonia Central, fue uno de los conferenciantes. “Este es el momento adecuado para dejar de mirar hacia dentro y comenzar a mirar hacia fuera”, dijo, aprovechando el simbolismo del premio. En su opinión, es imposible ir demasiado lejos en el compromiso griego con la economía y el proyecto de Europa, en el objetivo de profundizar en una identidad europea y compartida. “Más y mejor Europa, no menos Europa”, dijo.

Pero, alto ahí, ¿estamos hablando de Grecia? ¿La pobre, injuriada y maltratada Grecia? ¿El país que fue arrasado por los despiadados y fieros neoliberales de Bruselas? Tras años de una austeridad feroz impuesta por la Unión Europea (UE), lo último que uno esperaría es escuchar un pedido de “más Europa”. Pero así fue. En la mañana de presentación del premio, era perfectamente distinguible un cívico sentimiento de orgullo nacional. Solo que ese orgullo se mostraba bajo la conocida bandera azul de las estrellas doradas.

Con el mismo espíritu habló el orador principal, Herman Van Rompuy. Predecesor de Donald Tusk en el Consejo Europeo, Van Rompuy es además el presidente del consejo asesor de la Fundación Teófano (el ex embajador británico ante la UE Sir Ivan Rogers es otro de sus miembros). Van Rompuy enfatizó la necesidad de una mayor integración entre el oeste y el este de Europa. La Unión Europea, dijo, es “el mayor proyecto de paz de todos los tiempos”. Ninguno de los presentes se lo discutió.

Esa misma noche tuve la oportunidad de charlar con Van Rompuy, que me dio una breve pero intensiva clase de política europea. También me describió lo que, en su opinión, había sido el error de Gran Bretaña en sus tratos con la UE.

Comenzó recordándome que la economía griega se había reducido alrededor de un 25% tras la crisis. “Tenían más razones que nadie para estar enfadados”, dijo. El Reino Unido, me explicó, se había unido a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) una generación después de ser creada. Pese a ser el Estado miembro de menor integración, para algunos aquello seguía siendo demasiado. Y si bien el papel de Reino Unido había sido fundamental en la Segunda Guerra Mundial, me dijo, el objetivo de unirse a la CEE no era garantizar la paz, como sí habían hecho otros Estados miembro.

Van Rompuy temía que la realidad del aislamiento nos resultara muy difícil de sobrellevar. La dureza de las negociaciones sobre el acuerdo de retirada deberían servir como señal. “Para tener influencia hacen falta aliados y amigos”, dijo. “Cuando no los tienes, es un auténtico problema”. Parte del aislamiento británico comenzó con la decisión de David Cameron de sacar a los diputados del partido conservador británico del Partido Popular Europeo (PPE), el grupo de centro derecha del Parlamento Europeo. El gobierno británico se quedó así sin socios y sin influencia.

Daniel Caspary, jefe en el Parlamento Europeo de la Unión Demócrata Cristiana alemana, piensa lo mismo. “Si David Cameron hubiera seguido participando en las reuniones previas a las cumbres del PPE, no habría convocado nunca ese referéndum”, dijo recientemente al diario estadounidense Politico.

A Van Rompuy también le sorprendían las palabras empleadas por Cameron, que hablaba de la UE como una “organización” cuando “la UE es una institución”. “Mucho más que una organización”, me dijo. La propuesta británica de “reformar la UE” también le parecía inapropiada: “Se pueden hacer reformas en la UE, pero eso no es lo mismo que ‘reformar la UE’”. “Después de 40 años de matrimonio, Gran Bretaña no entendía verdaderamente la UE”, me dijo con pesar. “Es increíble”.

Según Van Rompuy, la posibilidad de introducir ahora cambios en el acuerdo negociado entre la Unión Europea y Theresa May son “nulas”. Imitando con los dedos la forma de un cero, el expresidente del Consejo Europeo me lo dijo una segunda vez: “Nulas”.

No imaginaba que viajar hacia las antiguas tierras del este me ayudaría a comprender nuestros problemas de hoy. El aislamiento parece una mala opción, como aseguran los que se han sentido más amenazados por esa posibilidad. Los griegos, pese a todo, siguen aferrándose a la UE. La pregunta del alcalde de Tesalónica terminó siendo muy apropiada: ¿por qué estamos haciendo esto?

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