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El invierno más duro: incertidumbre y agotamiento en Ucrania mientras Trump exige concesiones para detener la guerra

Shaun Walker

Járkov —
25 de diciembre de 2025 21:14 h

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Las cajas de municiones apiladas en el escenario abiertas muestran figuritas de ángeles y un niño Jesús acostado en su pesebre. Seis actores cantan villancicos melancólicos, acompañados por la lectura de la poesía taciturna del escritor de Járkov Serhiy Zhadan. El público permanece sentado, hipnotizado por la abrumadora intensidad del espectáculo.

La obra de teatro sobre el nacimiento de Jesús, representada recientemente en el teatro de marionetas de Járkov, es un recordatorio de cómo el conflicto se ha filtrado en casi todos los aspectos de la vida ucraniana en los últimos cuatro años. “No podemos limitarnos a representar comedias y escapar de la realidad”, dice Oksana Dmitrieva, directora de la obra. “El escenario es un espejo y tenemos que volver a vivir nuestras emociones, pero esta vez desde fuera de nosotros mismos, junto con los demás”, señala esta mujer de 48 años.

Sin embargo, reconoce que diseccionar las emociones más oscuras sobre el escenario no siempre se traduce en un mayor alivio en la vida real. “A veces consigo sumergirme en el trabajo, pero otras veces también pierdo el rumbo y me pregunto: '¿Qué vendrá después? ¿De qué deberíamos hablar? ¿Qué botones deberíamos pulsar? Supongo que eso es lo que todos los ucranianos están viviendo ahora”, dice.

Este invierno, el cuarto desde el inicio de la invasión a gran escala de Rusia, amenaza con ser el más crudo hasta ahora para Ucrania. Durante su primer año en la Casa Blanca, el presidente estadounidense Donald Trump, se ha mostrado mucho más receptivo a los argumentos de Moscú que a los de Kiev. Las tropas rusas continúan su lento pero implacable avance en el Donbás, al este, y los ataques con misiles contra las infraestructuras energéticas han dejado a las ciudades sin electricidad durante horas y horas, día tras día. A las carencias presupuestarias se suma una crisis en el reclutamiento de soldados y, tal vez lo más desalentador, la falta de un desenlace favorable plausible en el corto plazo.

La visión optimista es que la propia existencia continuada de Ucrania como Estado es en sí misma un resultado positivo y que, aunque la situación es difícil, no hay señales de un colapso inminente en el frente. La innovación militar en ámbitos como la producción de drones está en auge, y en grandes ciudades como Kiev y Járkov sigue habiendo una vida metropolitana vibrante, incluso en medio de las alertas aéreas y los apagones. Los generadores que rugen en cada esquina de las calles de Kiev mantienen abiertos los supermercados, restaurantes y bares, y un viernes por la noche reciente, una cata de champán de 12.000 grivnas (unos 250 euros) en Kiev se agotó con días de antelación.

Preguntas sin respuesta

Pero mientras los negociadores de Donald Trump presionan al país para empujarlo hacia una paz muy anhelada, pero en términos que generan temor y con garantías dudosas de que Rusia no reanudará sus ataques en el futuro, el agotamiento y las preguntas existenciales rara vez se alejan de la mente de la población.

“Este es uno de los momentos más difíciles de nuestra historia moderna (de Ucrania), en el que todos vivimos al límite entre el agotamiento y la fortaleza, entre el compromiso y nuestros principios”, dijo Sevgil Musaieva, redactora jefa del popular medio de comunicación Ukrainska Pravda, en una reciente ceremonia de entrega de premios en Kiev, en la que se homenajeó a los 100 ucranianos más influyentes del año. “Sabemos que este invierno será duro, entendemos que nuestro Ejército carece de personas y armas, y también vemos que los posicionamientos de algunos de nuestros aliados están cambiando. Nos enfrentamos a preguntas para las que no hay respuestas sencillas”, añadió.

Lo cierto es que en la actualidad, las respuestas sencillas escasean. Si se pregunta a la población qué opina sobre las continuas negociaciones de paz, la respuesta probablemente será larga, llena de angustia y, a menudo, contradictoria. La mayoría de la gente está dispuesta a hacer concesiones, pero pocos están preparados para el tipo de sacrificios que podrían persuadir a Vladímir Putin de dejar de luchar.

Dmitrieva es originaria de Kramatorsk, una de las ciudades del Donbás bajo control de Ucrania, pero que Trump ha sugerido que Kiev debería ceder a Rusia como parte de un acuerdo de paz. “Mi sobrina sigue en Kramatorsk, no ha huido, está trabajando allí. ¿Y qué debemos decirle a gente como ella, 'Vete, ahora esto será Rusia'? ¿Y qué pasará con los que se queden?”, se pregunta.

Cerca del avance ruso

Cuanto más cerca de la línea del frente, más tangibles son los riesgos, dado que el modo de avanzar del Ejército ruso ha consistido en gran medida en destruir los pueblos y ciudades a su paso. Uno de los lugares que ya ha sufrido ese destino es Vovchansk, al noreste de Járkov y justo al otro lado de la frontera con Rusia.

Vovchansk fue ocupada en los primeros meses de la guerra, pero Ucrania la recuperó en septiembre de 2022. Oleksiy Kharkivskyi, responsable de la Policía de la ciudad, izó la bandera ucraniana en la plaza principal ese mes. El verano pasado, Moscú lanzó una ofensiva sorpresa sobre la ciudad, atacándola por tierra y aire. Kharkivskyi pasó semanas conduciendo hacia el frente en misiones para rescatar a civiles y evacuarlos a lugares seguros.

Creo que todo el mundo estaría dispuesto a detener la guerra en el frente tal como está ahora. Pero ¿cómo podemos simplemente ceder territorio? ¿Para qué hemos estado luchando durante cuatro años?

Ucrania detuvo el avance ruso, pero Vovchansk yace abandonada y en ruinas. Hace unos meses, las imágenes tomadas por un dron sugerían que tres o cuatro personas podrían seguir viviendo en una casa en un suburbio de la ciudad: son los pocos lugareños que quedan en una ciudad que poco antes de la invasión tenía una población de 20.000 personas.

Kharkivskyi compara su ciudad natal con Pripyat, la ciudad abandonada cerca de Chernóbil que fue evacuada tras el desastre nuclear de 1986. “La diferencia es que al menos ahora se puede pasear por Pripyat. No creo que nadie vaya a pasear por Vovchansk en años. Hay una gran cantidad de cadáveres, ganado muerto, proyectiles y morteros sin explotar. La mitad de la tabla periódica de Mendeleev (una enorme cantidad y diversidad de sustancias químicas tóxicas y peligrosas) tirada por el suelo. Se tardaría años en limpiarlo todo”, lamenta.

Ahora, mientras las aldeas al sur de Vovchansk sufren intensos ataques con drones rusos, Kharkivskyi vuelve a pasar sus días conduciendo hacia el frente para evacuar a los civiles.

Algunos de ellos son personas que evacuó el año pasado, que regresaron a sus hogares y ahora quieren marcharse de nuevo. Explica que se siente un poco como en la película Atrapado en el tiempo (Groundhog Day, también traducido como 'El día de la marmota'), mientras su coche patrulla salpicado de barro serpentea por un camino de tierra lleno de cráteres en una nueva incursión en una zona de riesgo. Un detector de drones que llevaba en el regazo pita para alertarle de que, en algún lugar cercano, sobrevuela alguno. Si un dron se acerca a menos de un kilómetro y medio, el dispositivo portátil intercepta la señal de su cámara y la transmite a una pequeña pantalla.

“Cuando ves una imagen en la pantalla, es mejor dar media vuelta y alejarse rápidamente. Si te ves a ti mismo allí, entonces estás en apuros”, cuenta. Se ríe, pero con amargura: el año pasado, un dron impactó contra el coche que iba detrás de él durante una evacuación. Su compañero, que también era su amigo, murió. Varias personas más han resultado heridas durante las evacuaciones.

Reconoce que está agotado por la lucha continua, pero afirma que no se piensa rendir: “Creo que todo el mundo estaría dispuesto a detener la guerra en el frente tal como está ahora. Pero ¿cómo podemos simplemente ceder territorio? ¿Para qué hemos estado luchando durante cuatro años?”.

Daños por todos lados

Desde que su casa fue destruida, Kharkivskyi tiene su base en la ciudad de Staryi Saltiv, al sur de Vovchansk. Staryi Saltiv no ha sido escenario de conflictos activos desde que Ucrania recuperó el control en septiembre de 2022, pero los daños de la guerra están por todas partes.

El edificio de la escuela, reducido a escombros en 2022, llevaba casi dos años en reconstrucción cuando fue de nuevo completamente destruido por un ataque con misiles la pasada primavera, justo cuando las obras estaban a punto de concluir. Ahora, junto a las ruinas, se levanta una escuela subterránea.

“Algunas personas preguntan: '¿Por qué te molestas en construir algo aquí, cuando estás tan cerca de Rusia?”. Pero sin una escuela, las personas que trabajan y pagan impuestos no volverán“, dice Konstiatyn Gordienko, que trabaja en la administración local y asistió a esta escuela en la década de los 80, cuando acababa de abrir.

Gordienko critica lo que percibe como la indiferencia de Europa hacia el destino de Ucrania y su ceguera ante el peligro que representaba Rusia. Sin embargo, luego suaviza su discurso y reconoce que él tampoco se tomó en serio la amenaza tras la anexión de Crimea. “Si te soy sincero, no culpo a los europeos. Cuando ocurrió lo de 2014, yo tampoco tenía la visión de la guerra que tengo ahora”, afirma. “Cuando te sacan una muela, no puedes explicar el dolor a alguien que nunca ha tenido dolor de muelas”.

Hay pocos edificios en Staryi Saltiv que no muestren signos de daños causados por la guerra, y muchos están completamente destruidos. Mykola Spivak y su esposa Halyna, ambos de 87 años, viven en una casa contenedor temporal, proporcionada por una organización benéfica cristiana. Desde la ventana pueden ver los restos del que había sido su hogar, donde Halyna nació en 1938 y desde donde los nazis la deportaron cuando era un bebé en 1942.

Spivak recorre con tristeza las ruinas, señala con su bastón los montones de escombros y las baldosas agrietadas, y va nombrando lo que un día fueron aquellos espacios: “El cuarto de baño… la cocina de verano… el salón… aquí había suelo de parqué”.

Un familiar que estaba preocupado por ellos les compró un pequeño apartamento en Járkov, pero después de vivir en él durante unos meses, decidieron que era mejor volver a Staryi Saltiv, donde ambos habían pasado toda su vida, independientemente de las condiciones. “Las aves migran a su hogar, y nosotros también, es algo natural”, dice Spivak.

Cada noche, la pareja camina unos cientos de metros para pasar la noche en casa de un amigo, donde el ruido de los drones y las bombas aéreas es un poco más suave y la calefacción funciona mejor. Todos los días escuchan la radio. No les interesa mucho la geopolítica, pero esperan oír que se ha alcanzado un acuerdo de paz que haga las noches más tranquilas y los últimos años de sus vidas un poco más llevaderos.

“Paz, paz, paz, solo ansiamos paz”, dice Spivak. “Quizás se sienten todos en torno a una mesa, se tomen un trago de vodka y finalmente lleguen a un acuerdo”.

Traducción de Emma Reverter.