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The Guardian en español

Silbidos, gritos de alerta y ¡explosión!: un día con el equipo de desminado de un antiguo niño soldado en Camboya

El equipo de Cambodia Self Help Demining (CSHD).

Jamie Fullerton

Hurgando entre las raíces y el barro de un pequeño trozo de tierra, asoma la oxidada aleta del mortero. También, el símbolo de una calavera tachada con unos huesos cruzados. Aki Ra cree que esta bomba, escondida en esta zona de Siem Reap, en la Camboya rural, lleva bajo tierra unos 40 años. Si no la hubiera encontrado, otra persona más podría haber pasado a engrosar la larga lista de víctimas mortales. Desde finales de los años sesenta hasta los noventa, unas 20.000 personas han muerto tras pisar accidentalmente uno de estos artefactos.

En los dos meses que han estado desminando una superficie de unas 9,5 hectáreas en el distrito de Chi Kraeng, el fundador de Cambodian Self Help Demining (CSHD por sus siglas en inglés, que significa Autoayuda Camboyana para el Desminado), y su equipo han encontrado cerca de 100 explosivos. A pesar de que desde 2008 se han dedicado a diario con la detección y detonación de estos explosivos, ninguno de sus trabajadores ha resultado herido por uno de los artefactos.

“Todas las heridas son de cobra”, explica Aki Ra, el fundador de la organización. “Cortamos hierba, las cobras viven allí, así que te muerden la mano. Cuando una cobra ha atacado a un miembro de mi equipo, les he hecho un corte en la herida y les he sacado sangre. Ha pasado tres veces y ninguno de ellos ha muerto”.

Sin rastro de serpientes en el día de hoy, el equipo de Ra excava alrededor de la bomba, la saca y la lleva a un agujero más profundo. Luego se sitúa en el extremo seguro de un cable de 100 metros conectado a un proyectil, silban, lanzan gritos de advertencia y ¡explosión! Una mina menos. Ya solo quedan unos seis millones de minas más en Camboya.

El Gobierno camboyano quiere que en 2025 el país esté libre de minas terrestres y de otros artefactos explosivos. Sin embargo, lo cierto es que en la primera mitad de 2019 las víctimas mortales como consecuencia de la explosión de minas terrestres se ha duplicado –62 en comparación de las 31 en el mismo período de 2018–, así que el objetivo, aunque urgente, parece poco realista.

Una mujer que se presenta como la señora Yorn perdió la pierna izquierda cuando era adolescente, al explotar una mina escondida entre la vegetación, a pocos metros de su casa. De hecho, en otra ocasión, cortaba el césped de su casa y otra mina estalló, y la metralla la hirió en la boca. Yorn, que ahora tiene 55 años, afirma que su vida es “difícil”. “A veces siento dolor porque todavía tengo fragmentos [de metal de minas terrestres] en el cuerpo”, explica.

Durante las labores de desminado, el equipo de Ra ofrece asistencia médica básica a los aldeanos empobrecidos que viven cerca, como un servicio adicional para aquellos que no pueden permitirse desplazarse hasta un hospital o comprar material médico y medicamentos. Sin embargo, el equipo no tiene suficientes conocimientos como para extraer el metal incrustado en el cuerpo.

“Antes de perder la pierna, mi vida era mejor”, lamenta Yorn. “Trabajaba duro y tenía mucha comida”. Ahora, su familia depende en gran medida de la caridad. Ra envía a un socio a su coche a buscar una manta y algo de dinero para donárselo. Yorn y algunos de sus nietos pequeños juntan sus manos en un gesto de agradecimiento mientras él regresa al vehículo. Los lugareños pobres como Yorn se ven obligados a vivir en tierras que son baratas, precisamente porque están llenas de minas.

El CSHD cuenta con 40 empleados que trabajan en diez provincias del país y afirma que desde su fundación en 2008 ha conseguido limpiar 175 campos de minas. Suele trabajar en aldeas ignoradas por ONG de mayor tamaño y por la Autoridad de Acción contra las Minas de Camboya del Gobierno.

“Otra aldea nos necesita”, señala Ra, mientras su equipo hace un breve descanso para comer arroz y pescado. “Si nos quedamos demasiado tiempo, otras personas sufren, así que tenemos que irnos”.

De los enfrentamientos al desminado

Es difícil no ver la historia de Ra como un caso de redención. A mediados de la década de los sesenta, cuando tenía unos 10 años –no está seguro de su edad, pero cree que tiene 45–, fue reclutado por los Jemeres rojos [Khmer Roug] del dictador camboyano Pol Pot. Sus padres figuran entre los millones de camboyanos asesinados por el régimen.

Ra libró una guerra en la selva contra las fuerzas vietnamitas entrantes, y colocó minas alrededor de la provincia de Siem Reap. Aunque ha escrito sobre la brutalidad de las comunas de los Jemeres rojos, afirma que después de que le entregaron un fusil AK47 las cosas mejoraron. “Me alegré de poner minas... Las armas parecían juguetes. Ametralladoras, artillería, granadas, cohetes... las explosiones y los golpes eran como música, tambores. Éramos felices cantando canciones y luchando”.

Sin embargo, no compartía la visión genocida del Khmer Rouge, y a principios de la década de los 80 a Ra lo convencieron para que se uniera al ejército de Vietnam. Cuando, en los noventa, los soldados vietnamitas se replegaron, Ra se unió al ejército nacional de Camboya. Cuando los enfrentamientos cesaron, empezó a ayudar a los voluntarios civiles a retirar las minas. 

En aquel momento, todavía no disponían de detectores de metales. “Construí un artilugio para desatornillar minas”, dice Ra. “Utilizábamos hierba o trozos de madera para quemarlas y destruirlas”.

Había visto las consecuencias letales de estos artefactos así que estaba muy concienciado. “Cuando las personas pierden una pierna, al principio ni siquiera son conscientes de que se ha producido una explosión. Cuando finalmente consiguen ver a través del humo se percatan de que han perdido una parte de su cuerpo y es entonces cuando empiezan a sentir el dolor. Durante la guerra, algunas personas perdieron las dos piernas y luego se suicidaron. Yo les decía: '¡Alto, amigo!', pero disparaban”.

Cuando a principios de la década de los noventa la ONU envió fuerzas para el mantenimiento de la paz a Camboya, Ra trabajó en las labores de desminado. “La ONU me mostró que en otras partes del mundo hay escuelas, hospitales, comida. Entonces lo entendí. Decidí reconciliarme con los malos recuerdos del pasado. Quería hacer de mi país un lugar seguro.”

Ra tenía una colección de minas desactivadas y cobraba un dólar a aquellos turistas que quisieran verla. Además, tenía un don para manipular explosivos, así que en 1997, abrió el Museo de Minas Terrestres de Camboya, cerca de Angkor Wat. En 2007, él y su esposa, Hourt, decidieron reubicar el museo justo al norte de la ciudad de Siem Reap y abrir un pequeño orfanato.

Con fondos de la organización benéfica estadounidense Landmine Relief Fund, Ra fundó el CSHD. Aunque muchos lo consideran un héroe, recientemente ha protagonizado un incidente que le ha valido comentarios menos elogiosos. En agosto de 2018, el museo de Ra se incendió y la Policía que se desplazó hasta el lugar encontró granadas, balas y minas que son ilegales en Camboya.

Ra fue detenido con cargos de posesión de armas de fuego, y el museo estuvo cerrado durante tres meses, mientras las autoridades sopesaban si cumplía con todos los requisitos legales. De hecho, antes del incidente la relación de Ra con las autoridades ya era tensa, su trabajo, y el de otras ONG, ha evidenciado que desde que el primer ministro Hun Sen llegó al poder en 1985, el Gobierno no ha sido capaz de abordar de una forma integral el complejo problema de la presencia de minas terrestres en las tierras. El Gobierno afirma que para solucionar esta cuestión necesita contar primero con grandes donantes de la comunidad internacional. Al mismo tiempo, unas imágenes del primer ministro con un reloj de pulsera que cuesta millones de dólares se han hecho virales.

El Gobierno suele detener a sus detractores así que resulta comprensible que Ra no quiera hablar de sus problemas legales. Se limita a afirmar que las raciones de arroz que le dieron en la cárcel no eran “del día” y que durante el tiempo que estuvo detenido durmió, o mejor dicho no durmió, en una celda con otros 30 presos. “Estoy bien”, señala, “respeto la ley. La ley puede meterme en la cárcel”.

Ra consiguió evitar una condena más larga, reabrir su museo y volver a trabajar.

Si quiere terminar con todas las minas terrestres de Camboya, tendrá que seguir trabajando durante muchos años más, y espera que sus tres hijos, o al menos uno de ellos, quieran seguir con su labor al frente de la organización. De hecho, su segundo hijo se llama Mina.

Muchas personas admiran su labor. Hak Hort, de 33 años, es uno de ellos. A finales de la década de los noventa, una mina terrestre terminó con la vida de su hermano y de su hermana. En una de sus misiones de desminado, Ra visitó la aldea de Hort cerca de Siem Reap y se conocieron. Hort se fue a vivir al orfanato.

“Estaba feliz de vivir con él, ya que esto significaba que podía ir a la escuela”, explica Hort durante una visita al museo de Ra. Hasta la fecha, han vivido en el orfanato unos 100 niños. Mientras observa un cuadro que representa un grupo de cuerpos mutilados por las minas, junto a aldeanos que sollozan, Hort añade: “Ra ha ayudado a muchas personas”.

Traducido por Emma Reverter

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