“Cuando me enseñaron su viaje en patera no podía dejar de llorar”
Cristina Guerreros ha vivido este verano una de las experiencias de su vida. Ha estado trabajando en un centro de atención a menores inmigrantes, (MENA, Menores Extranjeros no Acompañados). Ante la llegada masiva de pateras este verano, los gobiernos autonómicos han tenido que poner en marcha, de forma prácticamente improvisada, todos los recursos para atender y proteger a los menores.
Cristina estaba en Barcelona y, ante la urgencia de educadores sociales con la apertura de estos centros, comenzó a trabajar en uno de ellos, en un pequeño municipio de la provincia, en un espacio cedido por una parroquia. “Ellos acababan de llegar, la policía los trajo directamente del puerto al centro, no sabían ni dónde estaban y nosotros tampoco teníamos muy claro cómo iba a funcionar todo”, cuenta.
“Llegaban sin nada, sólo un teléfono y mucha desconfianza”
Enseguida comenzaron a amueblar el centro y a atender a los adolescentes que fueron llegando. “El lenguaje es una barrera increíble y, en un primer momento, a la espera de tener un traductor, tuvimos que recurrir a un vecino árabe del pueblo”, explica, “los chicos venían sin nada, ni un documento, ni una mochila, sólo un teléfono móvil en el bolsillo y mucho miedo y desconfianza”.
El único registro que se hace en ese primer momento es el de sus nombres escritos a mano en un papel, ninguno de ellos trae documentación. Tienen entre 15 y 17 años pero todos deben someterse a la prueba de la muñeca que determina si realmente son menores o si tienen más edad y se les debe aplicar por tanto otro protocolo.
Y a partir de ahí comienza una nueva historia. “Es terrible, todos ellos han pagado entre 3.000 y 8.000 euros para realizar ese esperado viaje en el que les prometen tantas cosas, sus familias han dedicado todos sus ahorros a enviarles a Europa y cuando llegan aquí se encuentran con otra realidad”, cuenta la joven logroñesa. “Vienen muy engañados, algunos incluso con grandes exigencias y mucho enfado porque creen incluso que nosotros tenemos relación con esas mafias y, como han pagado tanto dinero, creen que tienen los derechos que les prometieron”.
“Ver esta realidad te cambia para siempre”
En el centro de Cristina había veinte jóvenes africanos, ninguno de ellos conocía a los demás. Su único vínculo era la esperanza de un futuro mejor y un largo viaje en patera. “Eso fue lo peor, cuando nos enseñaron los vídeos que habían grabado con sus teléfonos en la patera, una barca diminuta, en la que a duras penas caben diez personas y en la que viajan 25, sin agua, sin absolutamente nada, en mar abierto, la noche que vi los vídeos no pude dejar de llorar”, recuerda la joven, “eso sigue ahí en mi cabeza”.
Durante los días que Cristina estuvo en el centro, dos de los jóvenes se marcharon. “No puedes hacer nada, no puedes ir a buscarlos porque no son jóvenes tutelados, una vez que se van, ya no podemos protegerles”. Lo peor para ella es la incertidumbre. “Todo este asunto de los menores es tan nuevo que no se sabe qué pasará, si estos chicos tendrán papeles o si serán expulsados cuando cumplan 18 años, y en ese caso, ¿de qué habrá servido todo esto?”, se pregunta, “la ley nos dice que debemos protegerles por ser menores pero no dice nada de lo que pasará con ellos después”.
Se necesitan trabajadores y voluntarios, sobre todo hombres
Estos centros de atención a menores inmigrantes están desbordados y necesitan personas, trabajadores sociales, educadores y voluntarios, para atender a los jóvenes. Cristina insiste en que se necesitan especialmente hombres. “Como en todos los sectores sociales, somos mayoría mujeres, y los menores vienen de una cultura en la que no nos respetan igual que a los hombres, les indigna que no seamos nosotras las que les freguemos los platos, que les digamos que tienen que hacer algo, creo que es fundamental que los equipos sean paritarios”, explica, “hay un machismo exagerado y yo lucho cada día por la igualdad pero hay que tener empatía y entender que no han sido educados igual que nosotros”.
Una experiencia única
A pesar de todas las dificultades la joven logroñesa tiene claro que esta ha sido una experiencia que marcará su vida. “A nivel personal es absolutamente enriquecedor, ellos se abren a ti, tienen muchísimos problemas y te los acaban contando, pero les cuesta mucho, y la empatía es fundamental”, cuenta, “imagina que con 16 años emprendes ese terrible viaje en solitario, te coge la policía, no entiendes nada y te lleva a un lugar que no conoces, mucho de ellos tienen brotes de ansiedad y necesitan medicación”.
Tienen que tomar también otra decisión, la de explicar o esconder a su familia su situación, decirles u ocultarles que no podrán enviarles dinero como esperaban y que todos sus ahorros se han diluido en el mar, que su sueño era una estafa.
Lo que seguro no podrán decirles es qué pasará con ellos, cuál será su futuro, porque parece que nadie tiene esa respuesta. “Por mucho que los trabajadores y voluntarios queramos ayudar, por mucho que les protejamos, hay que legislar, lo fundamental es que se tomen decisiones políticas, que se aborde el futuro de estos menores y que se investigue a esas mafias que tanto daño hacen con sus engaños”, concluye Cristina.
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