El cerebro al poder
La expresión Inteligencia Emocional (IE) nació en la Universidad de Yale (Estados Unidos) y su definición ha ido variando a medida que se implantaba en todo el mundo durante las últimas décadas. Javier Mañero, pionero en la implantación de este conjunto de técnicas en España, la describe utilizando cinco claves: autoconciencia (conocimiento de las propias emociones), control emocional (adecuación de la conducta a cada emoción), canalización del comportamiento a objetivos deseados, empatía (capacidad de influir en los demás sin manipularlos) y, en último lugar, pero especialmente importante, capacidad de compartir los logros, de contribuir.
La relación entre la inteligencia emocional y la salud mental, social y física es el objeto de diversos estudios. Uno de ellos, firmado por investigadores de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense (Madrid) ha evaluado a un grupo de estudiantes para descubrir los lazos que unen la IE con los niveles de síntomas de ansiedad y depresión, el estado de salud físico, el social y el mental.
Utilizando una escala habitual para medir la IE de los sujetos, y otras específicas para analizar su estado de salud, llegaron a la conclusión de que una alta puntuación en el apartado de claridad y reparación emocional (dos conceptos íntimamente relacionados con la IE) iba asociada con menores niveles de ansiedad y depresión y, llamativamente, con una mejor forma física, así como con el mejor funcionamiento social, mental, vitalidad y percepción del estado de salud general.
Incluso en modelos animales hay teorías similares con aval científico. Uno de los últimos experimentos llevados a cabo con el C. Elegans, una especie de gusanos que se utilizan mucho en estudios sobre longevidad, ha probado que usar terapia antidepresiva consigue que estos animales vivan más tiempo. Aunque suenan a rareza, hay un gran número de estudios con este modelo que pueden servir para explicar por qué las personas vivimos más o menos tiempo. El estudio en cuestión lo completaron científicos del prestigioso Instituto Médico Howard Hughes, entre cuyas filas figura más de un Premio Nobel de Medicina.
La estrategia en cuestión, que consistía en administrar medicación antidepresiva a los animales, logró extender su vida hasta un 30 por ciento más que la de los gusanos sin terapia. uriosamente, el medicamento empleado tenía un modo de acción similar a la restricción de calorías, lo cual también viene a reforzar la teoría, ampliamente estudiada en modelos animales (mamíferos incluidos), de que llevar una dieta moderada es una forma de extender la esperanza de vida.
Cuestión de actitud
Volviendo a las indicaciones de Mañero, “la actitud mental (sana o insana) explica en gran medida el estado físico en el que se encuentra una persona”.
La máxima tiene a su favor más pruebas de peso. Durante diez años, un equipo de la Universidad de Heldelberg (Alemania), encabezado por el profesor Hans Eysenck, analizó a un grupo de sujetos, fumadores y no fumadores. Los clasificaron no por ser fumadores o no, sino por sus actitudes generales ante la vida, diferenciando a las personas con más prejuicios (y no fumadoras) de los fumadores que “se lo tomaban con tranquilidad”. Estudiando su tasa de mortalidad, resultó que la de los no fumadores prejuiciosos era casi tres veces mayor que la de los fumadores. Hay quien interpreta, a la vista de estos resultados, que la actitud ejerce una influencia en la salud incluso más poderosa que la de los buenos o malos hábitos.
De todas maneras, sin ir tan lejos, Mañero recuerda la enorme cantidad de estudios llevados a cabo en todo el mundo que han venido a demostrar que en pacientes con cáncer, por ejemplo, las tasas de recuperación dependen enormemente del estado mental de los enfermos en cuestión, el apoyo que encuentran en sus familias y amigos en la manera personal de afrontar la enfermedad.
Profesionales sanitarios
Entre los numerosos equipos de trabajo que han dado sus primeros pasos en las técnicas de la IE guiados por Mañero figura personal de grandes centros hospitalarios españoles. Algunos son el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, los hospitales de La Princesa y la Paz (también en Madrid) y varios centros pertenecientes a la aseguradora Sanitas. La Escuela de Inteligencia lleva a cabo también diversos proyectos con autoridades de varias comunidades autónomas, entre ellas La Rioja, y está integrado en el mundo académico con su participación en el programa de la Unviersidad Camilo José Cela, donde ya está implantado el programa de titulación correspondiente a IE.
Tal como recuerda este especialista, en el campo de la salud las aplicaciones de la inteligencia emocional son enormes. Sirve para ayudar a los pacientes a manejar sentimientos en situaciones difíciles (ira, miedo, ansiedad...) y a los profesionales les sirve de herramienta privilegiada para elevar los estándares de calidad en la atención a las personas que pasan por sus manos. Está probado que los pacientes se benefician cuando sus necesidades emocionales se atienden al tiempo que las puramente clínicas.
Además, las relaciones entre los diversos miembros de los equipos médicos mejoran cuando se tiene en cuenta esta dimensión del trabajo.
En la formación de los médicos que nos atienden no abundan los temarios sobre comunicación con pacientes, y se sabe que en esa relación con el profesional de la salud está muchas veces la clave de la recuperación. Wendy Levinson, profesora de la Universidad de Toronto (Canadá), que tiene una amplia experiencia investigadora en este campo, considera que “este tipo de enseñanza es fundamental”. Los médicos españoles toman nota, y la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc) tiene ya un grupo de trabajo dedicado por entero a la comunicación y a la salud, fundado por iniciativa del doctor Francesc Borrell.
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