Huelga de deberes
Sabemos que el verdadero aprendizaje tiene que ver con la emoción y con el placer. Pese a que realizamos conexiones neuronales durante toda nuestra vida, es en la infancia cuando se realizan la mayoría, las más importantes. Un niño aprende cuando está haciendo algo que le gusta hacer. Cuando juega. Cuando algo le interesa. Cuando lo vive. No lo aprende cuando se lo enseñan de modo forzado, cuando no le interesa en absoluto. Mucho más, cuando el supuesto aprendizaje, desde nuestra óptica adulta, es el que evita que se de el aprendizaje real. El aprendizaje inutil, impuesto, roba a nuestros hijos el valioso tiempo que necesitan para realizar la actividad que la naturaleza ha diseñado para aprender y desarrollarse: el juego.
En estos días, la polémica ha saltado: afortunadamente, la Confederación Española de Padres y Madres (Ceapa), planta cara a los deberes durante el periodo estival. No sólo cargamos de deberes a los niños en el curso escolar, también los niños se ven cargados de ellos en vacaciones. Curioso, que se llamen “vacaciones”. Los adultos podemos descansar, los niños parece que no tienen derecho a ello. Como ocurre con tantas otras cosas.
No es que los deberes no estén bien en verano. Es que son perjudiciales durante todo el año. Es que el sistema escolar en su totalidad debería cambiar de manera radical, eliminando el aprendizaje impuesto, los deberes, los exámenes, el modo en que se trata a nuestra sociedad del futuro. Estamos desperdiciando sus capacidades naturales en aras de nuestra necesidad de controlarlo todo. Estamos consiguiendo que pierdan sus ganas y su capacidad de aprender.
No sólo eso, sino que les exigimos que hagan deberes durante el verano. Todos necesitamos descansar. No es de recibo llevarnos montañas de trabajo a casa tras nuestra jornada laboral, y menos durante nuestras vacaciones. Pero es que encima, en el caso de los niños, no conseguimos lo que creemos, sino el efecto contrario. Con los deberes conseguimos que odien estudiar. ¿O lo que pretendemos no es que aprendan, sino que interioricen que el mundo funciona de este modo, que se dobleguen cuando sean adultos y tengan que llevar semejante ritmo laboral? La escuela tradicional recoge niños llenos de curiosidad y potencial y los transforma en obreros grises y uniformes preparados para un sistema anacrónico y enfermo.
Además, si tenemos en cuenta que en la adolescencia se realiza una gran poda neuronal, en la que todo el aprendizaje superfluo va a desaparecer, no estamos consiguiendo más que todos estos deberes absurdos, impuestos, pasen a ser tiempo perdido, papel mojado. Más aprovechados estarían si se los comiese el perro. Como cambiaría el cuento si les permitiésemos aprender desde lo vivencial, lo placentero, lo interesante, tal y como ocurre en muchas escuelas libres, o en familias que se decantan por la educación en casa.
No podemos permitir que el aprendizaje de nuestros hijos se produzca únicamente mientras juegan en media hora de recreo, o en los pocos casos en los que dan con un profesor que ama su trabajo y sabe hacerles interesante el mensaje a los niños. ¿Les dejamos en la escuela para que aprendan o porque nos viene bien cara a nuestra jornada laboral? Además quieren quitarles el verano, ese periodo de descanso, de juego, de vivencias, de aprendizaje con mayúsculas. ¿Tu, qué recuerdas de tu infancia? ¿Pasarías un examen de primaria o secundaria? ¿Te sirvieron de algo los deberes? ¿O recuerdas los recreos, tus amigos, los veranos? La evidencia científica habla del placer como fuente de aprendizaje. Nuestros niños tienen derecho a aprender y a ser felices, no lo estropeemos más.
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