“¿Por qué nos dejáis solos?”
Ayer no hubo invasión del ejercito, o como dicen aquí, alhamdulila. Hay una torre con una cámara que controla cada movimiento en Bilín, y un avión nos sobrevuela cada noche, con lo cual deduzco que son capaces de saber en cada momento cuántas personas estamos. Supongo que esperarán a que vuelva a haber escasez de recursos humanos para realizar una incursión por sorpresa.
En la madrugada de ayer durante la guardia, una de las familias que tienen algún miembro en la lista negra israelí, es decir, que corre riesgo de ser arrestado por el ejército, nos ofreció tomar un té en su casa. Saludamos a la abuela del chico que puede ser detenido. Sus arrugas hablan de muchas noches de desvelo como esta, pero su mirada es limpia y viva casi como la de una niña.
Ayer hablábamos entre los internacionales que estamos apoyando la resistencia del pueblo de Bilín de lo mal que nos hacía sentir a veces no ser capaces de controlar la tristeza rodeados de palestinos que nunca pierden la sonrisa. Un compañero me decía que la mayoría de ellos habían nacido bajo la ocupación y por tanto debían de aprendido a convivir con ella.
Sin embargo, anoche imaginaba a esta mujer viviendo en la Palestina libre de ocupación. Tampoco aquella debió de ser una situación ideal (era la época de colonialismo británico), pero se tenía que respirar infinitamente mejor. Ha debido ser duro salir adelante en el tiempo en que la ha tocado vivir. Ella sí que conoció otra cosa, pero tuvo que parir a sus hijos bajo una ocupación militar. El sionismo pretendió negar su existencia con la falacia de una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra. Claro que había pueblo, con sus tierras, su modo de vida, sus costumbres y sus estructuras de organización social. Pero esta mujer, que tendría que estar descansando en su cama, pasa la noche en vela porque un ejército ajeno puede asaltar su casa y arrestar a su nieto, cuyo único crimen ha sido resistir pacíficamente a la ocupación.
Cuando el palestino que nos lidera decide que salgamos de la casa para ir a otro sitio, la señora comienza a hablarme en árabe de forma bastante alterada, me traducen: “¿por qué nos dejáis solos?”. Todas las emociones contenidas afloran y siento la necesidad de abrazarla, pero me reprimo porque supongo que a ella posiblemente le desconcertaría. Me contengo y le digo, rescatando alguna palabra en árabe, que estaremos cerca.
Me siento ridícula proporcionando tanta seguridad a esta mujer cuando no somos más que un grupo de personas desarmadas. No me permito llorar porque ellos no lloran.
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