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Bodegas Lo Máximo: un local de boleros en Madrid que lucha por su supervivencia tras la compra por un fondo de inversión

Bodegas Lo Máximo abarrotado en una noche de boleros

Cristina Armunia Berges

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Cinco chupitos de whisky y un escenario diminuto en el bar abarrotado. El espectáculo de boleros que Piluka ha puesto de moda en Bodegas Lo Máximo arranca con un trago fuerte y continúa con acordes, chascarrillos y letras familiares para todo el mundo; porque es la cuarta vez que acuden a “esto de los boleros”, o porque las canciones que entona la mujer de metro ochenta, pelo rizado moreno y voz rasgada, son tan conocidas como las maracas de Machín. 

“¿Quién ha pedido queso?”, grita en medio del guirigay Piluka, que además de la estrella de la noche es una de las socias del local. El espectáculo está a punto de empezar y hay una tapa sin dueño en la barra metálica. “Pues si nadie quiere el queso, no lo sirvo”. Además de poner y quitar platos y vasos de una barra brillante, también es la protagonista de los “miércoles máximos”, día en el que se sube al escenario de madera para cantar “a pelo”. 

La mujer manda callar a los asistentes entre canción y canción. Los más avispados han reservado una de las cinco mesas que tiene el bar y disfrutan cómodos de la voz raspada de Piluka. Los primerizos soportan estoicos la falta de espacio y se mantienen de pie, cerveza en mano, con un ojo puesto en Piluka y otro en sus abrigos. Que el bar siga abierto depende de una negociación que mantienen las socias con los nuevos dueños. 

Según apuntan desde la plataforma 'Lavapiés, ¿dónde vas?' y ha podido confirmar este diario, la sociedad Muflina Investments SL, cuyo propietario último es un fondo estadounidense llamado Ares Management, adquirió hace un año el local y justo ahora están en medio de negociaciones para que este bar madrileño pueda continuar abierto.

“Los que compraron Bodegas Lo Máximo son los mismos que adquirieron Santa Ana 8”, asegura Eduardo Gutiérrez, portavoz de la asociación. “Ellos van moviendo las piezas según les conviene”, apunta.

Este bar de boleros se ubica desde hace 70 años en el Bajo de San Carlos 6 y es uno de los locales que puso de moda las cañas y vermut al mediodía. En 2000, el hijo de su fundador traspasó el local a las socias actuales. El contrato de alquiler vencía a comienzos de este año y las socias están negociando su supervivencia con los nuevos dueños del edificio.

Este “gestor de activos financieros”, tal y como ellos mismos se definen en su web, tiene dos formas de operar en el ámbito residencial, comenta Gutiérrez, que ha seguido sus pasos junto a la Asamblea de Bloques en Lucha. O bien compran para mantenerlo unos años y venderlo, sacando de este modo un rendimiento rápido, o compran para mantenerlo en el mercado del alquiler, evitando riesgos y subiendo de manera desmedida los precios para los inquilinos.

“Ellos saben que el alquiler en España es la bomba y más que lo va a ser. Se garantizan un rendimiento del 5%. En este caso, en el de San Carlos 6, no sabemos lo que va a pasar, si lo dedicarán a lo uno o a lo otro”, apunta Gutiérrez. 

Pero este inmueble tiene una característica especial. Dos propietarios no han accedido a vender sus viviendas, hay dos personas a las que “no van a poder echar”, al menos, por el momento. “Al resto les están llegando notificaciones ofreciéndoles uno, dos o tres meses gratis si se marchan. Ni siquiera se les están anunciando subidas de renta, que normalmente tampoco se pueden asumir”, añade el portavoz. “Lo que quieren hacer es una operación integral sobre el edificio para integrarlo en el mercado”, avisa.

Ángeles, la dueña de la clínica veterinaria que hay en otro de los bajos comerciales del edificio, explica que su caso lo quieren dejar para el final porque ella quiere ejecutar su opción de compra sobre el local en el que lleva 30 años trabajando. Según explica, desde que “hubo un intento de ocupación en el edificio”, Muflina ha enviado a unos vigilantes que están instalados en el propio edificio para evitar que los pisos que van desalojando sean ocupados.

En Lavapiés, barrio que ya está sufriendo los estragos de la gentrificación, este tipo de operaciones se han multiplicado. Primero una sociedad perteneciente a una empresa mucho más grande se hace con la propiedad y, después, con muy poco tiempo de antelación, notifican a los inquilinos que deben irse o pagar una gran subida del precio de su alquiler. 

El Baobab ha sido el último símbolo que cierra en Lavapiés. El restaurante senegalés bajó definitivamente la persiana tras 14 años en activo después de que un inversor comprase el número tres de la calle Cabestreros y el número uno, donde se ubicaba la Pensión Prinoy, lugar emblemático puesto que era un establecimiento que todavía alquilaba por meses y se había convertido en un punto de encuentro para muchos migrantes en Madrid. 

Aunque el espectáculo en Bodegas empieza a las 9 de la noche, una hora antes ya no cabe un alma, el aforo es limitado. En el escenario, un contrabajo, un saxo tenor, dos guitarras y la estrella, que lleva un vestido negro, medias de rejilla y zapatos con cuatro dedos de tacón. “Bienvenidos a este miércoles máximo. Necesito que estéis en silencio para que se pueda escuchar, para que se pueda cantar a pelo”. 

La actuación dura poco más de media hora porque la policía municipal, según dice desde el escenario la propia Piluka, está en la puerta y para la actuación por exceso de aforo. La artista, resignada, baja de la tarima con botellas y vasos en las manos para no hacer un viaje en balde hacia la barra. Todo el mundo la conoce y la saluda en una especie de paseíllo hasta que se refugia un rato en la cocina. Cuando vuelve a salir, la gente le pregunta por lo ocurrido y por el futuro del bar con fachada de azulejos verde botella y letrero rojo.

Este medio se ha puesto en contacto con Piluka Aranguren en varias ocasiones estas últimas semanas para conocer el estado de las conversaciones con el nuevo dueño del local, pero no ha obtenido respuesta. Los que saben lo que se mueve en el edificio son optimistas sobre la continuidad del local en el centro de Madrid. Cuánto tiempo seguirá Piluka subiendo al escenario a cantar boleros es todavía una incógnita.

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