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Desagravio antinazi en el parque de San Blas: medio millar de personas se concentra en el barrio madrileño en apoyo de los menores extranjeros

Concentración en San Blas en apoyo a los menores extranjeros acogidos tras las reyertas con ultraderechistas de esta semana.

Víctor Honorato

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Carmen vive en San Blas y está preocupada con la juventud del barrio. “Mi hija me dice que hay muchos fachas. ¡Pero si somos obreros!”, lamenta. La pareja acudió esta tarde a la concentración en defensa de los menores extranjeros acogidos en un bloque del vecindario, después que una reyerta el martes entre magrebíes y neonazis y una manifestación de ultraderecha el miércoles caldeasen el ambiente. Unas 500 personas acudieron al acto de desagravio, convocado por colectivos antifascistas en el pequeño parque entre la calle Rusia y la avenida de Guadalajara.

“Nos enfrentan a los más débiles”, critica Miguel, ingeniero de 56 años, 24 de ellos en San Blas, que no niega que pueda haber algún problema puntual de convivencia, pero cree que se saca de contexto por motivos espurios. “Es doloroso cómo nos manipulan”, se queja. A su lado, Félix, gallego que llegó al barrio en 2001, concuerda: “Quieren encender la chispa del odio”. Él acudió a la convocatoria para protestar “contra el racismo”.

“Fuera fascistas de nuestros barrios” o “No pasarán”, coreaban los asistentes, la gran mayoría jóvenes, mientras Carmen, funcionaria de un centro de salud, deslizaba una posible explicación económica del auge local de la extrema derecha. El área del ensanche, donde se produjeron los altercados, es una zona de construcción relativamente reciente, tras el desalojo del poblado gitano en los 80. “Una vivienda aquí puede costar 300.000 euros, y al otro lado de la carretera de Vicálvaro, 70.000”, apuntaba Pedro, su marido. “Nuevos ricos”, resumió.

En el bar Europa, a la vuelta de la esquina, José Antonio se presenta y dice que es vecino del bloque conflictivo. “Estamos entre los unos y los otros”, se excusa. Él “no es racista” (dice que en el bar trabajan sudamericanos), pero se queja de problemas de civismo entre los jóvenes acogidos. Otros parroquianos empiezan a hablar de intentos de robos. En el exterior, María y Daniel, de 16 años, están en uno de los vértices de la plaza, fumando a caladas rápidas y observando a los presentes. “A mí me parece mal esta manifestación”, dice María, que ha oído hablar de robos en el barrio. Daniel concuerda. Otro amigo se queja de que los menores extranjeros le piden cigarrillos y papel “de muy malos modos”. Un tercero dice que a su padre le intentaron robar. Los coros a su lado continúan: “Ningún ser humano es ilegal”.

“La gente joven no tiene aún la formación para tener criterio”, abundaba Carmen, que ha visto una relación directa entre la pérdida de pudor de los neonazis y el ascenso electoral de Vox. Miguel, el ingeniero, vincula también el deterioro de los servicios públicos y los problemas de convivencia, de que los menores acogidos no tengan alternativas en cuanto llegan a la mayoría de edad. También intenta aportar contexto: “Hay gente con navaja y hay 'Rodrigos Ratos”. 

La manifestación se extendió durante una hora sin incidentes y con fuerte presencia policial, con agentes flanqueando los extremos del parque y numerosos coches patrulla y furgonetas en espera. Al término se leyó un manifiesto en que se advirtió de que “los nenoazis pretenden hacerse pasar por víctimas” y de que “el fascismo ha ido creciendo” en San Blas. “Este siempre ha sido un barrio muy tranquilo”, incide Carmen. Félix, el gallego, desdramatiza: “Esto es algo puntual”.

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