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Cuatro deudas de Madrid con el medio ambiente más allá de Madrid Central

Un hombre trabaja en la construcción de un edificio ecosocial en Usera.

Constanza Lambertucci

Los recursos de Madrid se agotan. La capital española, con más de tres millones de habitantes, consume materiales y energía “por encima de sus posibilidades”, según alertan los ecologistas, y los riesgos son “graves”. La ONG Ecologistas en Acción ha advertido de cuatro deudas que Madrid tiene con el medio ambiente más allá de Madrid Central: un modelo energético que depende del petróleo; un sistema agroindustrial intensivo; la construcción “sobredimensionada” de viviendas, e infraestructuras de saneamiento del agua que necesitan una “transformación”.

“Podemos hacer políticas ambientales, climáticas y sociales o bien podemos seguir haciendo como hasta ahora y cerrar los ojos”, critica Luis González Reyes, miembro de la organización.

“Madrid tiene unas ecodependencias muy marcadas, que, en un escenario de crisis climática, energética, material y de biodiversidad, nos colocan en una situación de tremenda vulnerabilidad”, lamentaba González Reyes durante un recorrido que ha organizado esta semana la ONG por diferentes puntos de Madrid. El activista criticaba, por ejemplo, el modelo de vivienda convencional, basado en el hormigón armado y el ladrillo, que dependen de combustibles fósiles en su fabricación. La vivienda, sostenía, es un bien que está “sobredimensionado” en Madrid, con 263.000 viviendas vacías en la comunidad, y es “excluyente”.

“Hay distintos fallos, pero eso no quiere decir que lo que tengamos por delante sea un batacazo”, aseguraba González Reyes delante de un conjunto de viviendas ecosociales en construcción en el barrio de Usera. Es una iniciativa de la cooperativa Entrepatios, de la que González Reyes es miembro. Son 17 pisos hechos en madera y aluminio y diseñados para minimizar los consumos de energía y agua.

La propiedad del edificio es de la cooperativa y los socios pagan una cuota por el derecho de uso de sus viviendas. Este conjunto habitacional “es una gota” dentro de la ciudad, reconoce el activista, pero representan una alternativa.

Cerca de allí, en el parque lineal del río Manzanares, la desembocadura de la depuradora La China pone en evidencia otro de los agujeros medioambientales que señala Ecologistas en Acción: el “sobreuso” del agua. El crecimiento urbanístico de Madrid, afirma Erika González, miembro de la ONG, no ha sido planeado para ahorrar agua. La ecologista critica que se sigan creando urbanizaciones “con usos despilfarradores” como piscinas y jardines poco adaptados al clima mediterráneo, grandes centros empresariales y comerciales, campos de golf, etc.

González también apunta a que Madrid es un gran emisor de aguas residuales que deterioran los ríos: el 40% del agua que sale de la Comunidad de Madrid son aguas grises –es decir, las que se generan al limpiar los platos o lavar las manos– que han pasado previamente por la depuradora, según datos de la organización. “Ha habido avances para hacer un uso más racional del agua en Madrid, pero sigue siendo necesario revisar y transformar el abastecimiento y saneamiento del agua”, explica la activista.

Los ecologistas también han puesto en cuestión el modelo agroindustrial de consumo, que consideran “injusto, frágil y petrodependiente –según los datos de la ONG, en 1940 se necesitaban 0,43 calorías de energía fósil para producir una caloría de alimento y hoy, 10–. ”Por no hablar del impacto en la salud y en la biodiversidad del uso y abuso de pesticidas“, indica Adrián Almazán, también miembro de la organización.

Las más de 200 hectáreas que ocupa Mercamadrid en el sur de la ciudad escenifican para la ONG ese modelo. Un gran almacén del que entran y salen camiones de día y de noche y que recibe productos de más de 40 países y los distribuye por todo el mundo.

“Es una producción cuyo centro es la generación de beneficios. Ahora casi nadie se pone a producir alimentos si no es porque le reporta beneficios”, sostiene Almazán. Frente a este modelo, destacan como alternativas la agricultura ecológica, de productos de temporada y cercanía. En Madrid ya hay algunas iniciativas como el parque agroecológico de Fuenlabrada, grupos de consumo en diferentes barrios, supermercados cooperativos en Lavapiés, Getafe y Tetuán (que se inaugurarán en 2020) o el restaurante agroecológico El Fogón Verde, en el centro de la capital.

Los ecologistas, sin embargo, han afirmado que no se trata solo de sustituir unos modelos por otros similares, sino que es “necesario e imprescindible” un “drástico descenso” del consumo. La mayor contradicción, señalan, está en la dependencia de la sociedad actual del petróleo: “Tenemos que limitar nuestro uso de combustibles fósiles si queremos dar un freno al cambio climático, pero vivimos en una sociedad totalmente petrodependiente”.

“La energía más importante para que pueda funcionar nuestro modelo económico fluye a través de una red de 4.000 kilómetros de oleoductos y llega luego a sitios como este”, señala Tom Kucharz, portavoz de Ecologistas en Acción, en la puerta de una de las plantas de almacenamiento de la Compañía Logística de Hidrocarburos (CLH), en Villaverde.

Es una de las 39 instalaciones de almacenamiento de petróleo de España. Los tanques circulares que se ven desde la autovía almacenan más de 176.000 metros cúbicos de combustible que abastecen en parte a la comunidad. En Madrid hay, además, otras dos instalaciones similares desde las que salen la gasolina, el gasóleo, los biocarburantes y el queroseno para hacer funcionar el centro logístico y de transporte que es la capital y sus alrededores.

“Hemos creado una realidad ficticia, de que podemos seguir funcionando así, pero esto se va a acabar, ahora o en 2045”, indica. “Si realmente queremos reducir las emisiones de gases del efecto invernadero en España, entonces instalaciones como estas tendrían que dejar de funcionar al menos hasta 2030 o 2040”, señala Kucharz.

“Los problemas que enfrentamos no son fundamentalmente técnicos sino políticos”, añade Almazán. “La cosa va de cómo nos organizamos socialmente, qué tipo de estilo de vida llevamos y cómo podemos repartir para vivir todos con menos consumo, que no significa de ninguna manera una vida peor”, concluye. “Sería ilusorio pensar que podemos cambiarlo todo dejando todo igual”.

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