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Primera dosis de la vacuna en El Corte Inglés: “Me he sentido bastante culpable”

Entrada del local de El Corte Inglés en Arapiles, nuevo centro de vacunación en Madrid.

Víctor Honorato

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En el centro de vacunación de El Corte Inglés de la calle Arapiles de Madrid no hay sanitarios trabajando a destajo, no hay tabiques desconchados, no hay colas, no hay nervios. Hay azafatos de traje, aire acondicionado, paredes de blanco reluciente, sillas de sobra y caras risueñas. También un poco de guasa comercial entre los primeros madrileños que acudieron a por su dosis. “Creo que no me van a hacer un tres por dos”, bromeaba Javier, enfrascado en el móvil mientras esperaba cómodamente los 15 minutos de precaución tras el pinchazo en una sala fresca y ventilada. Los grandes almacenes empezaron a inocular vacunas contra la COVID-19 este miércoles a la población general. Se trata de un servicio por el que no perciben ninguna contraprestación económica de la Comunidad de Madrid. A cambio, durante dos días han podido inmunizar primero a sus propios trabajadores, en lo que la presidenta Isabel Díaz Ayuso calificó la semana pasada de “proyecto pionero de colaboración público-privada”.

También participan en la iniciativa la multinacional de las infraestructuras y la energía Acciona y el Banco Santander, en sus sedes de La Moraleja y Boadilla, respectivamente. Al igual que el Corte Inglés, lo hacen sin recibir por ello fondos públicos. Las tres inyectan el preparado desde este miércoles a quien pide vez por el sistema público de autocita. La Comunidad suministra las vacunas y las empresas corren con los gastos del personal que emplean, además de ceder sus espacios para la vacunación, según anunciaron.

El centro de El Corte Inglés, en Chamberí, uno de los barrios de mayor renta de la capital, está en un local que llevaba unos meses sin uso, pendiente de venderse. Por allí paseaba la responsable de los servicios médicos de los grandes almacenes, Pilar Fernández-Fígares, contenta porque el espacio se había habilitado “en un tiempo récord”. Tienen “mucha ilusión” por colaborar, decía.

Las citas para no empleados empezaban a las 16 horas y, entre los primeros que llegaron, varios indicaron que si optaron por El Corte Inglés fue porque era donde antes había disponibilidad. Patricia, a quien por domicilio le correspondía el centro de salud de Eloy Gonzalo, señaló que allí la vez se le retrasaba varios días. “En un hospital sería mejor, pero aquí se corre el mismo riesgo que en cualquier otro centro”, razonaba la mujer, contenta de su decisión. “Es supercómodo”. Rubén, empleado del Banco Santander, apuntó que el turno en la Fundación Jiménez Díaz se la habían dado para 15 días después, mientras que en El Corte Inglés podía cambiarla sin problema. “A mí en el Wizink [otro de los puntos públicos], me venía mejor, pero me la daban para las cinco de la mañana”.

El centro de Arapiles tiene 34 trabajadores, 18 de los cuales son sanitarios. Cuenta con tres puntos de vacunación (más otro de reserva) y tenía en agenda a 600 personas para la primera jornada, con la idea de que lleguen a ser 1.000 diarias, hasta que termine agosto. El horario es de mañana y tarde, al contrario que en la sede de Acciona en La Moraleja (Alcobendas), donde la actividad se para a las 14h. En el recinto de la empresa de infraestructuras, a la zona de vacunas se accede por un lateral, que da a una estancia prefabricada, donde están los puestos de inoculación. También hay una carpa exterior para esperar al fresco por si se manifiestan efectos secundarios. Aunque a primera hora hubo bastante afluencia, según el personal de Acciona, a media mañana estaba prácticamente desierto, por lo que las vallas colocadas para organizar las colas tenían poco sentido.

La directora de Salud de la compañía, Pilar Alfranca, presumía de las neveras adquiridas (una de reserva) para conservar las vacunas frías mientras enseñaba las instalaciones. En Acciona el recinto ya llevaba meses en pie, pues aquí es adonde se derivaba a los trabajadores que llegasen a trabajar con síntomas para hacerse las pruebas de PCR o antígenos correspondientes. Blanca, una de las pocas no empleadas que se vacunaba a esa hora, celebraba que en “la nube” figurase que ella ya había pasado la enfermedad y constase que ya tenía puesta una dosis de la vacuna, aunque concedía que la abundancia de bases de datos personales en Internet también tiene sus cosas malas.

En la sala de espera de Arapiles, Álex se arrugaba un poco. “Lo he pensado tarde, pero la verdad es que no quiero estar aquí; me he sentido bastante culpable”, confesaba. Que el Gobierno autonómico recurra a empresas privadas para recuperar el ritmo de vacunación, cuando el mes pasado se supo que amagaba con cerrar hasta 41 centros de salud en verano, tampoco lo ha encajado muy bien la oposición política ni el personal de los centros de salud, que han anunciado para el jueves dos concentraciones de protesta en Arapiles, por la mañana y por la tarde. Critican que se confíe en empresas privadas para unas funciones de las que los centros de salud “pueden hacerse cargo” y que se permitiese vacunar antes a los empleados de las propias compañías.

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