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Dime dónde vives en Madrid (y cuánto dinero tienes) y te diré a dónde te mudarás

La trama continua o discontinua, propia de los barrios más recientes, condiciona la segregación de la ciudad de Madrid

Luis de la Cruz

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Madrid es la comunidad autónoma más desigual de España y la ciudad no le va a la zaga. Esta desigualdad se plasma sobre el mapa en una diferencia clara de la pauta residencial y permea en todos los aspectos de la vida de los vecinos de los distintos barrios de Madrid hasta el punto de condicionar su esperanza de vida. La palabra con la que suele denominarse esta plasmación de la desigualdad en la ciudad es segregación y es la materia de estudio de la investigación de Cauces socioespaciales: la segregación y el arraigo en Madrid, una investigación de José Ariza de la Cruz y Daniel Sorando publicada recientemente en la Revista Española de Sociología (RES).

Tejiendo con fineza los datos de la Encuesta Domiciliaria de Movilidad (EDM) de la Comunidad de Madrid, la Estadística de Variaciones Residenciales (EVR) elaborada por el Ayuntamiento de a partir del padrón municipal, el Atlas de Distribución de Renta de los Hogares (ADRH) del INE y las distancias físicas del catastro, han elaborado una reflexión sobre la naturaleza de la movilidad residencial y cotidiana de los vecinos de Madrid y lanzado algunas explicaciones sobre lo que se han econtrado.

A la luz de la ciencia, se confirman –y sofistican–algunas intuiciones. La mayoría de las mudanzas se dan dentro del mismo barrio y tendemos a mudarnos a lugares próximos para preservar nuestras redes sociales que dan sustento –y cuidados–a nuestro día a día. Sin embargo, a la distancia física hay que añadirle como condicionante la distancia social. Es decir, los barrios adyacentes pueden estar lejos socialmente, y este es un aspecto que influye en el sitio al que partimos (o donde llegamos). Los barrios entre los que nos movemos tienden a ser –dentro de las posibilidades que el mercado nos ofrece– parecidos entre sí y a estar influidos, según los investigadores, por nuestros desplazamientos cotidianos dentro de nuestro tiempo de ocio o laboral.

Los flujos de movilidades residencial y cotidiana registrados en Madrid a lo largo de 2018 (año que utilizan como foto fija por avatares de los datos disponibles) fueron más intensos en los barrios adyacentes que son, a su vez, más próximos desde el punto de vista social y físico, nos dicen los autores.

Para visualizar esta distancia social, Ariza y Sorando han creado un mapa interactivo –es complementario al artículo científico y encabeza este comentario– que permite visualizar bien las fronteras entre barrios. A más gruesa la línea de las fronteras, más diferencia hay de renta entre los vecinos de un barrio y el contiguo.

A su vez, han dividido las fronteras en dos tipos, según la trama sea continua o discontinua, cuando existe una distancia de más de cien metros entre los edificios residenciales de los dos barrios vecinos.

Esta discontinuidad, que puede significar que hay en medio carreteras o polígonos, por ejemplo, y viene dada normalmente por los avatares históricos de la formación de la ciudad. Los desarrollos urbanos recientes, de menor densidad vecinal, están separados entre sí y fueron diseñados para depender del coche.

Pues bien, los números dicen que los barrios que forman una trama continua entre sí tienen una renta más semejante que aquellos que constituyen una trama discontinua. Y, efectivamente, también son más infrecuentes los flujos de personas entre ambos.

Aunque la palabra que sobrevuela el texto es segregación, conviene señalar que la investigación ha querido poner el foco también sobre su envés, el arraigo, la inercia vital que nos empuja a agarrarnos con las uñas al suelo próximo.

Cabe imaginar que los autores, a la hora de plantear el trabajo, se plantearan hasta qué punto la gentrificación, en tanto que aceleración de la movilidad (osea, expulsión de los vecinos) podría desvirtuar sus resultados. Sorando es un conocido experto en la materia así que imaginamos que el concepto no tardaría en entrar en la ecuación.

Para abordar el fenómeno, han calculado la distancia media de los movimientos residenciales y se han fijado en qué pasa en los barrios que han sufrido procesos de gentrificación. Resulta que las personas que se mudan de barrios gentrificados se mueven menos kilómetros –lo atribuyen a la mayor densidad y continuidad de la trama urbana del centro– pero existe una clara brecha entre los vecinos con estudios superiores y primarios (relacionados con menor renta), que se ven abocados a trasladarse más kilómetros. Esto podría indicar una mayor posibilidad de desarraigo precisamente en las capas sociales que acostumbran a depender más de su malla social.

Fijarse en la frontera en lugar de en el territorio ha permitido a Ariza y Sorando ayudarnos a tratar de entender las relaciones interclasistas de la ciudad de Madrid a la luz de la configuración urbana de los barrios de la ciudad y la posición social de sus protagonistas, abocados de nuevo, por el propio diseño de ciudad, a reproducir la desigualdad a través de la segregación.

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