Javier Padilla: “La crisis es una característica de nuestro sistema de salud más que una coyuntura”
Javier Padilla es médico de familia, padre que lo lleva a gala y muy activo en redes sociales. Si eres uno de sus más de 13.000 seguidores en twitter –poco para alguien que habla de videojuegos, pero mucho para quien pisa las intersecciones entre la salud y la política– sabes que explica con la misma precisión, y similar humor, las políticas públicas de salud y el transcurrir diario de su consulta. Escribía en el conocido blog Médico crítico, es co-coordinador del libro Salubrismo o barbarie (Atrapasueños, 2017), ha pisado distintos charcos políticos desde la asesoría…y todavía ha tenido tiempo para escribir para la omnipresente editorial Capitán Swing ¿A quién vamos a dejar morir? Sanidad pública, crisis y la importancia de lo político. El libro se presenta el martes 29 de octubre en la librería Cervantes y Compañía a las 19 h, y hemos querido hablar con él antes.
Quedo con Javier en la cafetería de Chamberí donde se rodó el Salvados de Pedro Sánchez y nos sentamos en una barra, frente al ventanal que da a la calle. “En este mismo taburete escribí el libro”, me cuenta. Comenzamos a hablar con el transcurrir de Guzmán el Bueno frente a nuestras narices.
¿Por qué ahora este libro? –¿por qué no?, podrá preguntar el lector, pero necesitamos situarlo en contexto–. Entre los años 2008 y 2009, un año después del comienzo de la crisis, se abrió un cambio que devino en estructural en nuestro sistema de salud público, según cuenta Padilla, por el cual el gasto sanitario decreció por debajo de las variaciones del PIB y adelgazó su importancia en el peso de nuestra economía. Con perspectiva suficiente ya para saber que no se trata de una reducción coyuntural, parecía el momento de pararse a contarlo. Y había que hacerlo bien. “Tengo la sensación de que en salud hay una disociación entre la comunicación del mundo académico o de los negocios, que no llega al público, y la divulgación, que a veces carece un poco de profesionalismo”.
Mientras damos sorbos, el a su té y yo a mi zumo de melocotón (me abstengo de preguntarle por la reciente demonización del zumo porque, de todas maneras, no me gustan el café ni el té), charlamos acerca de algunas de las ideas fuerza que articulan su libro.
“Existe una tendencia a pensar que los servicios de salud son algo neutro e intrínsecamente positivo, pero conocer su génesis nos ayuda a darnos cuenta de que no son solo esto, sino que han sido y son, también, herramientas al servicio de la idea de productividad y del poder”.
Empezamos fuerte. Es esta una frase que nos ayuda a acercarnos a una de las constantes del texto: Padilla habla de salud de una manera global que, a priori, uno no esperaría de un médico. Escribe de política, de sociedad, recurre para ello la filósofa Marina Garcés o al debate feminista sobre redistribución y reconocimiento. La salud en su contexto, el autor en un determinado ecosistema cultural y toda su argumentación bien contextualizada, histórica y políticamente.
Perdón por la interrupción, devolvemos la palabra a Javier, que estaba explicando por qué un sistema de salud es algo más que hospitales y médicos, y sirve para más cosas que para curarnos.
“En un inicio, y tras la Segunda Guerra Mundial, los sistemas de salud aseguran trabajadores sanos para la industria; además, garantizaban que la tasa de ahorro no creciera mucho por el gasto catastrófico, esto es, que el desmesurado gasto de un imprevisto médico sea tan grande que produzca temor y nos lleve a atesorar dinero”.
“Pero posteriormente –continúa–se ha desarrollado también como institución de control, lo que se ve muy claramente en el ámbito de la salud mental, que ha definido lo que es normativo en las últimas décadas. Otra de las patas del Estado del Bienestar son los servicios sociales, pero, si te fijas, estos no son universales (como si lo es, con matices, la salud), de manera que a los médicos se nos convierte en jueces que determinamos quiénes pueden acceder a servicios sociales u otros servicios públicos. Se nos pide que demos respuesta a problemas que nos son médicos sino de renta, derivados de situaciones de vida en la calle, etc.”
Me queda claro, a tenor de las palabras de Javier, que a los ricos les interesa que exista la seguridad social, aunque ellos no la utilicen, por razones de paz social y productividad. En su libro cita un artículo con el elocuente título ¿Por qué los ricos deben preocuparse por la salud de los pobres? Pero, le pregunto, ¿no es esto contradictorio con que se produzca el desmantelamiento de la salud pública en tiempos de crisis?
“Lo que pasa es que la crisis es una característica de nuestro sistema de salud más que una situación. Llevamos veinte años asociando la palabra crisis a nuestro sistema de salud pero aquí estamos. En mi opinión, la razón es que este pivota entre las necesidades de rentabilidad privada y de hacerlo lo más universal posible y, claro, son condiciones irreconciliables, lo que lleva a que esté en permanente crisis.” Es por esto que, haciendo equilibrios, tradicionalmente nuestra sanidad se contraía en tiempos de crisis pero se expandía en momentos de crecimiento económico. “Esto no está sucediendo ya, y este es el cambio estructural al que me referí al principio”.
Otra idea que recorre el libro de arriba abajo es que los sistemas públicos sanitarios no son el lugar donde se genera ni se recupera la salud, “condicionarían entre el 10 y el 20% nuestra salud una vez hemos llegado a un mínimo común de protección, el resto tiene que ver con el nivel educativo, nuestra renta, el entorno…” Reparar en ello es muy relevante porque nos permite darnos cuenta de cómo políticas públicas ajenas a la sanidad han estado deteriorándola, ya sean las de dependencia, desempleo o las subidas de las tasas universitarias.
Llegados a este punto, hemos centrado la charla en dos suntos que nos interesan a Somos Malasaña y a Padilla y que, básicamente, son de lo que trata ¿A quién vamos a dejar morir? El entorno social en y la política en relación a nuestra salud. O lo que es un poco lo mismo, el barrio y cómo nos ocupamos políticamente de él. “Los vínculos sociales comunitarios se generan en los barrios y son los grandes olvidados de los servicios públicos -cuenta-. Mira, esta frase, que fue lema de unos encuentros, lo define perfectamente: Hace falta una comunidad entera para cuidar a una persona.”
De esto también va mucho el libro, por cierto, de quitar el foco sobre lo individual y devolverlo a lo colectivo, que en el ámbito de la salud nos ha llevado a señalar con el dedo los hábitos de consumo individuales y a despreciar la influencia del entorno.
“Se ha visto que la densidad de establecimientos de comida basura es el doble en el entorno de colegios de la periferia que en otros barrios de mayor renta, yo mismo lo veo en mi vida diaria. Trabajo en Parla y en el trayecto hasta llegar al Centro de Salud me voy topando con casas de apuestas y restaurantes de comida basura; mi pareja trabaja en Príncipe de Vergara y su camino está jalonado de delicatessen y establecimientos de comida saludable”.
Padilla trae a colación constantemente citas y estudios. En este momento de la conversación estoy yo impresionado con las cifras: “recientemente, un estudio sobre datos de renta en Cataluña habla de diferencias de 12 años en la esperanza de vida entre grupos de población; otro, de diferencias de 24 años en Glasgow en barrios separados por 12 km. y de 20 en Baltimore, con distancias de tan solo 5 km”.
Está claro que nuestra salud y la calidad de nuestras vidas está condicionada por el lugar en el cuál nacemos y vivimos. ¿Y vivir en el centro de la ciudad? Sin duda a nuestros lectores les interesa cómo afecta vivir aquí, en Malasaña, a nuestras expectativas saludables.
“El monocultivo de turismo deconstruye el tejido comunitario –empieza a haber trabajos sobre salud y gentrificación–, por otro lado, las prestaciones que encuentra el vecino, cada vez más, no están pensadas para él sino para la gente de paso y las infraestructuras culturales son un buen ejemplo de ello”.
En todo caso, nos cuenta, “es erróneo pensar que estaríamos más sanos viviendo en un pueblo, los indicadores rurales de salud son, en general, peores por cuestiones que tienen que ver con el acceso a la salud, una menor generalización de los hábitos saludables de vida, la dureza de determinada vida en el campo o la renta”.
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