Un viaje a la vieja plaza del Conde de Toreno

La plaza del Conde de Toreno es más parecida a una encrucijada que a una plaza: desde ell centro de la isleta uno ve

cómo la calle de los Reyes viaja a la Plaza de España, cómo San Bernardino le presta un

trozo de acera; a la calle del Álamo enseñando tímidamente el mercado de los Mostenses y cómo Amaniel –que cierra un lado– le ofrece el esquinazo del Cardenal Cisneros y del conservatorio, donde hubo un noviciado. En el centro, como una urna quetraga transeúntes

, el acceso al metro.

La calle se llamó de las Capuchinas, por el convento que allí había y al que prestaremos atención más adelante. Eso fue hasta 1890, año del fallecimiento de Francisco de Borja Queipo de Llano, el conde que le da nombre y que fue alcalde y gobernador de Madrid, entre otras cosas.

La plaza apenas tiene números y los negocios se pueden contar con los dedos de una mano. Destaca entre ellos un pequeño templo de la música moderna

-el Fotomatón- y una de las tabernas de más personalidad del barrio: la Taberna del Mozárabe, ciertamente especial. Regentada por dos hermanos, en su animada atmósfera de música clásica y tapeo, se mezclan grupos de “guiris” despistados y músicos del conservatorio de Amaniel, con sus instrumentos apoyados en los respaldos. Pasar por la Taberna del Mozárabe e irse sin probar su fabulosa tortilla de patatas o su carne mechada merece una seria reprimenda.

Imaginando la plaza que fue

Situados junto al ascensor acristalado del metro de Plaza España podemos echar a volar al imaginación y recordar cómo fue una placita antaño animada por los estudiantes que salían por los patios traseros de la

Universidad Central.

Podemos reconstruir mentalmente también cómo ha cambiado la fisonomía del ensanche sustituyendo los modernos edificios de apartamentos por el convento de las Capuchinas que le dio nombre. Las monjitas llegaron al barrio en 1627 provenientes de Mesón de Paredes.

El convento, que estuvo en pie hasta los años setenta, sirvió de cárcel de mujeres durante los años del Madrid republicano y siguió luego como cárcel durante el franquismo. Por allí pasó Miguel Hernández, que tras sus

muros trabó una breve pero profunda amistad con Antonio Buero Vallejo, que hizo allí el retrato del poeta de Orihuela mil veces reproducido.

Cabe también imaginar, en este ejercicio de reconstrucción histórica, la fuente de ocho caños que hubo en ella desde 1895 hasta los años sesenta. Además de presidir la plaza con porte ciertamente más majestuoso que los actuales contenedores de reciclaje, sempiternamente rodeados de basura, sirvió como punto de abastecimiento de agua potable a muchas generaciones.

Hoy por Conde de Toreno la gente pasa de una calle a otra o al metro, vemos la basura amontonada, o a las furgonetas de reparto atascar cada día la calle, pero hubo un tiempo no tan lejano en el que se podía uno parar a mirar una portada barroca sentado en una bonita fuente. Por encima de la iglesia se atisbaban los rascacielos de Plaza de España; alrededor,

casas muy viejas hoy desaparecidas y a la espalda, los estudiantes del Cisneros y de la universidad. Hoy la plaza no destaca, pero al menos nos queda la hospitalidad del Mozárabe.