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Retrato del primer Ramoncín

Fotos de Ramoncín en 1977

Luis de la Cruz

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Cada cierto tiempo, alguien que solo ha conocido al Ramoncín más televisivo y ha escuchado Litros de alcohol  descubre en YouTube un fragmento de su concierto en el Parque de Atracciones de Madrid en 1978 y se sorprende con la energía punk de aquella sílfide con muñequera de pinchos y un rombo rojo pintado en el ojo. 

Su imagen con el rombo acababa de nacer en el backstage de un estudio de televisión, durante su actuación en el programa Dos por Dos, presentado por Mercedes Milá e Isabel Tenaille. Se le ocurrió decirle a la maquilladora que le pintara un rombo como los que entonces salían en una esquina del televisor para clasificar su idoneidad. Y nació esa imagen, entre el glam y el punk, de la que hablamos hoy.

Al principio, José Ramón Julio Márquez Martínez era un chico de Delicias que estudiaba para aparejador y hacía teatro universitario. En 1976 decidió acudir a un anuncio en la revista Disco Express que pedía “cantante para grupo de Vallecas. No importa que sea muy bueno pero que se lo monte bien en el escenario”. Ramón interpretó el Jumping Jack Flash de los Stones y se convierte en el cantante de los W.C., su primer grupo antes de volar en solitario. Por cierto, pronto los W.C. originales, liderados por el guitarrista Jero Romero (Ñu, Santa, Saratoga y Santelmo) se fueron por diferencias musicales (eran más heavys que Ramón) y entraron otros a ocupar su lugar.

Ramoncín era en 1977, cuando empieza a ser conocido, actitud y pintas punk, aunque lo suyo, como pronto se verá, es más bien el rock tirando a clásico. Como le dijo al Mariskal Romero en una entrevista, le vino muy bien la moda porque estaba haciendo la mili y llevaba el pelo corto. 

Paco Umbral, que fue uno de los grandes valedores de Ramón en los círculos letrados, le dedicó a finales de 1977 una larga columna con su estilo torrencial: “Mucho lo tuyo, Ramoncín, tío, rockero vallecano, guarro, pégate el festival, dale al rock punk, delfín obrero del desmadre madrileño, guitarra salvaje, amor, basura”, empezaba. Después de la columna, Ramón escribió al columnista que le citó en su peluquería. Según parece, el peluquero de Umbral dijo, “¿El punk este no se meará en las jardineras?”, a lo que el literato contestó desde el sillón de barbería, “el punk este lee a Balzac”. Sea más o menos exacta la anécdota, referida por el propio cantante, nos acerca a un artista que no tarda en mezclarse con la intelectualidad progre.

El mismo periódico le dedicaría poco después un reportaje titulado Ramoncín, un mito vallecano del "punk" español donde se describían sus inicios:

“El segundo recital de Ramoncín y WC? se desarrolló en un colegio de Vallecas. Allí, ante un público que debía rondar los doce años de media, Ramoncín cantó, gritó, rompió dos micrófonos a patadas (uno de ellos llegó a clavarse en el techo) y cuando su equipo acabó de destrozarse por completo espetó a la poca audiencia que todavía quedaba: Iros a tomar por culo, ¿qué queréis por cinco duros?”

El artículo relata cómo, tras apenas un puñado de actuaciones y sin haber grabado aun, el grupo y su solista ya sonaban en el mundillo por su personalidad desafiante, llamada a comerse la industria.

El periodista bohemio Eduardo Haro-Ibars también dedicó palabras elogiosas para Ramoncín, más o menos a la vez que lo hacía Umbral. En noviembre el periodista escribía El punk en Madrid (con pieza aparte titulada Ramoncín y el circo mágico), una crónica sobre la fiesta punk celebrada por la discográfica Ariola en El Escalón (un garito cerca de la estación de Chamartín). Allí estaban ,convenientemente disfrazados todos, “gordos ejecutivos, enfundados sus torsos, tripa incluida, en camisetas negras desgarradas y cubiertas de alfileres, imperdibles, cadenas y cruces gamadas”. Ramoncín era la nota de autenticidad, “que había tenido el buen gusto de vestirse de una manera normal, sin verse obligado a hacer una pública confesión de fe de punkitud”.

Un mes después, Haro-Ibars firmaría junto con Miguel Ángel Arenas Capi una entrevista  a toda página con el cantante en la misma publicación. Ramoncín: testimonio de una generación, se titulaba aquel texto con tintes sociológicos en su introducción que decía que “el rock madrileño se hace en los barrios -Usera, Vallecas, Lavapiés, La Elipa o San Blas- donde se mueve toda una generación de hijos de emigrantes”.

Revisar la hemeroteca del año 1978 es darse cuenta de que Ramoncín ya está en boca de todos porque su nombre sale a colación de las cosas más diversas en los artículos de opinión ajenos a la música. Ramoncín es uno de los nombres que simboliza la revuelta cultural juvenil que España espera y tema de moda en sí mismo. También es habitual encontrarse su nombre asociado al cliché sociológico del pasota, que hizo fortuna en aquella época.

Y empezaron también las actuaciones accidentadas. En abril de este año tuvo que ausentarse del escenario de un concierto en Bilbao (ante 3000 personas, con una entrada de 200 pesetas) por el lanzamiento de objetos desde el público. Al parecer, uno de ellos impactó sobre él, y pese a que también hubo gritos de “Ramoncín herria zurekin” (Ramoncín el pueblo está contigo), el cantante decidió dar por terminado el concierto al poco de empezar. Algo similar sucedió en septiembre en Zamora, donde el artista tuvo que salir escoltado por la policía.

Este año recibió el título honorífico de hijo adoptivo de Vallecas en un acto popular en el que también se extendió el honor al jugador del Rayo Felines (que marcó el gol que supuso el ascenso del equipo en el 77), al periodista Paco Umbral y a El Lute. Está bien recordar que es hijo honorífico porque mucho se ha hablado de Ramoncín como vallecano, cuando es de Delicias, aunque es justo decir que no ha sido él quien ha propiciado un equívoco que, por lo demás, tiene que ver con la relación estrecha entre ambos barrios.

El verano de aquel año Ramón y su grupo W.C. no pararon de rodar por toda España (aunque también salieron a tocar fuera, por ejemplo a París). El periodista musical José Ramón Pardo situaba al cantante en La Hoja Oficial del Lunes (Asociación de la Prensa) entre los artistas más contratados de la temporada junto con Miguel Bosé, Mari Trini, Los Amaya o Gaby (el de los payasos de la tele). El cantante estaba abriendo paso para que el rock alcanzara grandes cifras durante los siguientes años.

Lo cierto es que 1978 fue una temporada importante para el rock español, con discos que lo situaron como fenómeno cultural. Junto con Ramoncín y WC salieron, el Madrid de Burning, el stoniano Matrícula de honor de Tequila, el Fiebre de vivir de Moris, el Asfalto del grupo del mismo nombre, Este Madrid de Leño, entre otros trabajos, como los de Nú, La Banda Trapera del Río o Bloque.

La crónica en El País del mítico concierto de Los Ramones en la plaza de toros de Vistalegre hablaba del estupor de los vecinos de Carabanchel ante tanta ida y venida de jóvenes por allí, “es que canta Ramoncín, el artista ese”, comentaban.

En 1979 saldrá al mercado el imprescindible Barriobajero y los años siguientes serán frenéticos para Ramoncín, que grabó doce discos en doce años y no paró de girar. Ya en los noventa, tras un adiós temporal con disco en directo, comienza la lenta reconversión de su imagen pública:  presentador televisivo de El Lingo, tertuliano pisacharcos y el tío de la SGAE. Para las nuevas generaciones, la imagen de Ramoncín ya no es la del chico del rombo en el ojo que se cabreaba si le llamaban El Rey del Pollo Frito ni la de un Springsteen a la madrileña. A lo sumo, era el tipo cuya música sonaba en las últimas horas de la verbena o en los momentos de confraternización etílica más rabiosa (Litros de alcohol, claro), aunque posteriormente haya seguido sacando trabajos y conserve un buen grupo de seguidores que, inasequibles a los peores tiempos de vapuleo de su imagen, siguen acudiendo a sus conciertos en recintos medianos.

Este viernes, Ramoncín recibirá la Medalla de Oro de Madrid, coincidiendo con la festividad de San Isidro, y el reconocimiento llega en un momento de rehabilitación de su figura, después de que se sobreseyeran las acusaciones de falsedad documental y apropiación indebida como miembro de la junta directiva de la SGAE y el estreno en 2020 de un documental sobre su carrera. Ramón ya no es el mismo de hace 40 años -¿quién puede afirmar serlo?- pero sigue sin dejar indiferente a nadie, mucho más ruidoso que un susurro que recorre la ciudad.

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