Adiós a Paco, el de Tetuán
Esta madrugada nos ha dejado Francisco García Basauri. Mi primer impulso fue hablar con gente que le conocía mejor que yo para escribir un obituario detallado de Paco, trufado de peripecias vitales –él vivió mucho–, anécdotas humanas y ese tipo de cosas que conforman las páginas de secesos de los periódicos. Hubiera sido fácil: mucha gente le quería en el barrio. Mira que habrá Pacos y, sin embargo, solo él era Paco el de Tetuán.
Pero he pensado que me corresponde hacerle una despedida más personal precisamente porque mi nexo con Paco era parecido al de tantos otros vecinos no íntimos que le queríamos. Somos muchos los que lo encontrábamos caminando por Bravo Murillo y nos parábamos a conversar con él. Paco ha dejado un carril horadado allí, el surco hecho por el capitán de la calle de ronda, en un itinerario donde siempre me lo imaginaré saludándome subiendo las cejas, comentando al paso la actualidad política y las miserias del curro.
A Paco le conocí en el 15M. De aquellas, nos veíamos mucho en la Línea 1 de metro y solía decirme lo impresionado que estaba con la potencia de la generación de jóvenes que había encontrado en aquel espacio que gravitaba alrededor de la Plaza de las Palomas, “sobre todo las tías, es impresionante la fuerza que tienen”. Luego, algún chascarrillo: Paco era un cachondo.
Como todos los que caminamos por el barrio, arriba y abajo, por los mismos sitios, tenía sus neuras. Me divertía –se lo dije alguna vez– que tuviera tan entre ceja y ceja a los funcionarios de cierta piscina pública que aparcan su coche a la entrada del recinto. En los últimos años se había cronificado en nuestras conversaciones un poso de decepción por la deriva política y el vaciamiento de los movimientos sociales. Le sacaba de quicio que la acción estuviera en los despachos y no en las calles. Siempre mencionaba a los jóvenes y el paisaje yermo que les vamos a dejar.
A veces, Paco me decía, “tienes que escribir la historia del barrio Luisito”, y yo sonreía intimidado ante él, que lo sabía todo de Tetuán desde la experiencia. En su forma de hablar tan madrileña –la de los que sentencian y te abrazan divertidos con la mirada al final de la frase– se escuchaban sus raíces, su ser tan de aquí de toda la vida, con un abuelo que trabajaba en la Compañía Metropolitana que trajo el metro al barrio. Su apego a Tetuán venía de haber jugado en sus esquinas, haberse enamorado, haber criado a sus tres hijos en el barrio, haber regentado un bar-jamonería y haberse implicado, con otros, con el lugar donde vivía.
Si te hablaba del viejo mando cabrón del puesto de la guardia civil o del dueño mezquino de unos billares, lo hacía con nombre propio y adjetivos rotundos. Ese era Paco, el que te remitía a viejas conversaciones familiares si aparecía en redes una foto histórica del bar Chumbica en la glorieta, te contaba que “los pollos del Simago de Cuatro Caminos tenían tetas” y usaba, porque es lo justo, alguna hora sindical para acudir a parar el desahucio de una vecina.
Paco el de Tetuán fue activista del grupo Tetuán Resiste, sindicalista, compañero, padre, amigo... La fachada de tipo duro se le caía muy rápido, dejando al descubierto sus entrañas hechas de lealtad, cariño y emoción. Un mal diagnóstico hizo que se haya ido demasiado pronto, sin ver a su Atleti ganar la Champions. Demasiado pronto para todo. No hace tanto tiempo que nos habíamos visto en una manifestación por el cierre del centro de salud de Villaamil. Qué puta mierda Paco, seguiremos luchando.
Un abrazo afectuoso Carmen –otra ilustre de Tetuán–, a sus hijos y a todos los seres queridos, amigos y cómplices de Paco el de Tetuán.
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