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Crónica de un desvelado: ¿Hubiera pasado inadvertida esta fiesta al otro lado de Bravo Murillo?

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En la madrugada de ayer [por el sábado 13 de noviembre], en la Calle Dulcinea (Tetuán) se celebró una fiesta a la que asistieron un número elevado de jóvenes (aseguraría que al menos veinte, por lo que vi y oí, pero sin pruebas no quiero exagerar más de la cuenta) que se alargó, por lo menos, hasta las 3:30 h., cuando deje de oírles entre sueños.

 

 Hasta bien pasadas las 00:00 los Cabify llegaban poco a poco y el ruido era cada vez mayor. El número 57 de la calle tiene tres portales y los invitados, que en realidad iban al B, llamaron varias veces al sexto noséqué del A y el C, imagino que con el creciente cabreo de los vecinos. En un momento de la noche, uno de los invitados comentaba a gritos en la calle, durante un receso de la fiesta junto a varias personas más, que en cuanto entró “había flipado”. Una amiga le respondía, en pleno debate sobre si quedarse o no, que “su miedo no era la COVID, era la multa”. Otro proponía al grupo abandonar la fiesta e ir a otra que se celebraba en la Calle Cuevas.

 

Como vecino trato de ser respetuoso al máximo con las normas de convivencia, pero tengo un aguante, tal vez exagerado, con el resto del vecindario, incluso aunque me toquen el sueño. Tampoco me gusta ser policía de balcón, así que ni hablar de llamar para denunciar. En condiciones normales ni me lo habría planteado (“deja a los chavales que camelen”, me habría dicho), pero ayer me lo llegué a plantear por la situación epidemiológica que vivimos. La duda la resolví con un “ya llamarán los vecinos más cercanos” porque el ruido debía ser poco soportable. Para compensar mi duda y remordimiento, un poco cobarde para algunos, me animo a escribir esta reflexión a este nuevo medio.

 

Los habitantes de estos balcones, en su mayoría, se veían más cómodos en la cacerolada que en el aplauso, en el que solo unos pocos nos acordábamos de la sanidad pública. Eran más del “dónde está mi libertad” y bandera de España que de sábana blanca y de “viva la sanidad pública”. Este perfil de “barrio bien” no suele ser el más estigmatizado cuando hay rebrotes. Dudo que esta fiesta hubiera pasado inadvertida al otro lado de Bravo Murillo, tradicionalmente con mayor presencia policial.

 

Vivimos en la zona de Infanta Mercedes, cerrada perimetralmente. No parece lo más adecuado en estos días saltarse el máximo de 6 personas en reuniones, el toque de queda de las 00:00 h., obviar el cierre perimetral entrando y saliendo de la zona, además de los posibles daños colaterales del ruido de madrugada. Sobre todo, hacerlo saltándose todas estas normas en la cara de tus vecinos, algunos cansados de la situación, otros con un miedo que no ha llegado a irse desde marzo, otros, como yo, que tengo que privar a abuelos que viven solos del contacto con su única nieta de año y medio por no poder moverme de la zona desde hace semanas.

 

Y, sobre todo, porque los centros de salud y los hospitales de esta área con alta incidencia están al límite y la mayoría de los vecinos queremos ser desconfinados perimetralmente para pasear por otros parques y ver a los nuestros, al aire libre y con mascarilla, algo que con relajaciones de este tipo tal vez tarde en suceder. No seré yo quien diga lo que hay que hacer, pero, si hay que camelar, camelemos pensando en los demás. Al menos aguantemos unos meses.

Firmado: J.Martínez (vecino)

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