En el verano de 2018, Donald Trump se hallaba haciendo campaña en Pensilvania. Durante un mitin, llegando al clímax, apuntó con el dedo índice de su mano derecha a la zona donde se encontraban los periodistas que cubrían la visita. “Ellos son los responsables de las noticias falsas y asquerosas”, gritó enfurecido. Los asistentes, contagiados por la acusación de su presidente y líder supremo, se volvieron hacia la prensa y lo secundaron: “Embusteros, deshonestos, enemigos del pueblo”, fueron algunos de los epítetos más presentables. Solo faltó que alguien gritara un ¡A por ellos! y que la gente lo siguiera en tromba.
En su particular cruzada contra los medios de comunicación, Trump ha creado escuela en todo el mundo. Y, sobre todo, en España. Aquí, Vox ha adoptado sus formas y estilo. Durante las pasadas campañas electorales vetó en sus actos a algunos, entre ellos, este que ahora está leyendo. Pero no solo el partido de Abascal imita el trumpismo. Hay ramalazos en otras formaciones que recuerdan a menudo el drástico proceder del político republicano estadounidense.
Las protestas que se vienen produciendo estos días con motivo de las negociaciones con los independentistas catalanes para la investidura de Pedro Sánchez y, sobre todo, para amnistiar a los condenados por el procés, han reactivado el odio al periodista entre cierta militancia. Sin ir más lejos, esta semana, en una de las concentraciones frente a la sede regional del PSOE en Murcia, en la calle Princesa, algunos de nuestros compañeros recibieron insultos e improperios de determinados asistentes y, uno de ellos, hasta un huevazo en la cabeza.
En los graves incidentes de Madrid, junto a la sede socialista de Ferraz, el periodista murciano Javier Bastida, un todoterreno que hace meses recaló en la Sexta después de curtirse en diferentes medios audiovisuales de su Región, también recibió reiterados insultos de un grupo de impresentables mientras desarrollaba su trabajo, protegido incluso con un casco, ante la batalla campal protagonizada por manifestantes y policías antidisturbios. “Pedazo de maricón”, le espetó con odio uno de los violentos. Bastida, aún joven pero con recursos suficientes para hacer frente a la intolerancia, estuvo sublime: “Mire, de todo lo que ha dicho, es en lo único que tiene usted razón”. El avezado periodista desarboló al ultra con su ocurrente respuesta, algo que se ha convertido en trending topic en las redes.
En ese caldo de cultivo, el eurodiputado de Vox, Hermann Tertsch, periodista que fue y que andaba por allí cual zascandil, agarró el micrófono de un compañero de El Plural para bramar: “Dile a tu jefe que es un miserable. Tenéis una basura de medio y una basura de jefe. El dueño de esta mierda es Sopena y sois una auténtica basura golpista”. La cla, que le rodeaba, aplaudió y jaleó la perorata del otrora columnista y corresponsal de El País. La escena de Tertsch, en la achispada noche madrileña, me recordó aquella otra entrevista que le hicieron en los noventa al escritor José Luis de Vilallonga, marqués y grande de España. Un periodista le preguntó, no recuerdo con qué motivo, su opinión sobre Hans-Heinrich von Thyssen-Bornemisza. El autor de La nostalgia es un error o La imprudente memoria se repantigó en el sillón y, sin inmutarse, respondió: “Ah, el barón Thyssen… Pues que es un ser encantador cuando no está bebido”.
Me apena el silencio, o la reacción tardía y a remolque, de los que debieran velar por la defensa de los profesiones y la libertad de expresión, porque dan la impresión de que pretenden seguir viendo los toros desde la barrera. Cuando alguien nos hable de corporativismo en el oficio, o de aquella máxima de que perro no come perro, habría que pasarle el vídeo de Tertsch sin solución de continuidad. Para que sepan de lo que va esto.
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