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La bandera, a izquierda y derecha

Felipe VI y Letizia Ortiz, a su llegada al Teatro Campoamor, con una bandera republicana al fondo

Manuel Segura Verdú

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Es evidente que una parte considerable de la izquierda en España viene arrastrando desde la Transición un problema secular con la bandera nacional. A la muerte de Franco, la oposición socialista y comunista al régimen determinó que aquel símbolo había estado unido consustancialmente a él, por lo que abrazó la enseña tricolor republicana como suya.

Fue en 1977, y por 169 votos a favor, ninguno en contra y 11 abstenciones, cuando el comité central del recién legalizado Partido Comunista de España tomó el acuerdo de colocar la bandera bicolor del Estado español en todos sus actos, al lado de la del partido, roja con la hoz y el martillo. Su secretario general, Santiago Carrillo, sería el primero en aplicar esa norma: “Esta no puede ser monopolio de ninguna facción política y no podíamos abandonarla a los que quieren impedir el paso pacífico a la democracia. Hemos defendido la República, y nuestras ideas son republicanas; pero hoy, la opción no es entre Monarquía o República, sino entre dictadura o democracia”, dijo hace más de 40 años.

El PSOE, llegado con sus jóvenes cuadros dirigentes al poder en 1982, no tuvo más remedio que verse en la obligación de convivir en edificios y despachos oficiales con la bandera del Estado, si bien hubo amplios sectores de la militancia que siguieron adheridos con entusiasmo al símbolo de la extinta Segunda República.

Argumentar ahora los motivos históricos por los que la bandera bicolor no debe ser patrimonio de nadie se me antoja abrasivo. Se ha explicitado por activa y por pasiva que sus orígenes datan del siglo XVIII y que fue en 1843 cuando la entonces reina Isabel II la reconoció como enseña nacional, algo que, por cierto, no varió para nada tras la instauración de la Primera República, tres décadas después, que tan solo suprimió el escudo.

La eclosión en nuestro país durante la presente década de formaciones situadas pretendidamente aún más a la izquierda trajo consigo la proliferación de la bandera tricolor en sus actos principales en detrimento de la bicolor. Nada extraño si tenemos en cuenta lo que detallaba al principio de este artículo. Aquellos polvos trajeron estos lodos.

Algo que contrasta sobremanera con lo visto en Grecia, donde Syriza, la formación de izquierda radical que allí gobierna desde 2015, no tiene complejo a la hora de ondear la bandera de nueve franjas horizontales, en azul y blanco, que además contiene la cruz de la Iglesia Ortodoxa. Y ello, a pesar de que esa enseña se instaurara como oficial en 1969 durante el conocido como 'régimen de los coroneles', luego se sustituyera tras la caída de estos y se repusiera finalmente en 1978.

Y es que parece que a la izquierda helena no le produce tanta urticaria ese símbolo del pasado como le viene ocurriendo a cierto sector de la española de manera casi ancestral. Aunque también sea justo reconocer que poco ha ayudado a normalizar esta situación que haya estado casi proscrita por el nacionalismo excluyente en algunos territorios del país o el afán patrimonialista que de ello ha venido haciendo tradicionalmente una parte considerable de la derecha española.

El hecho de que nuestro Código Penal considere como delito las ofensas a la bandera nacional, contrasta con la decisión adoptada en su día por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos -un país donde ese símbolo se venera como pocos- de que su quema sea calificada como un ejercicio de la libertad de expresión. Qué cosas hay que ver.

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