El hermano menor de Mari Trini, Gonzalo Pérez-Miravete, su biógrafo, Miguel Fernández, y el que suscribe, mantuvimos la otra tarde una animada charla a la que acudió un puñado de oyentes que añoran a la autora de canciones tan rotundas como Yo no soy esa o Amores.
Hay quien, por cuestiones de edad, anda descubriendo ahora a esta mujer, pionera en tantas cosas pero con las ideas tan claras que no precisaba de pasaporte al uso para expresarlas. Resulta lógico que ni la censura reparara en algunas de sus letras, muchas entendidas y asumidas décadas después como algo escrito por alguien con voluntad visionaria.
Si durante el franquismo hubieran corrido delante de los grises tantos como luego dijeron que lo habían hecho, es muy posible que el dictador hubiera muerto de un soponcio y no en la cama de un hospital de la Seguridad Social por una cuestión vegetativa. Ser cantautora y mujer en aquel tiempo debió de ser algo tan difícil de comprender como descifrar la conjetura de Hodge.
Mari Trini, que peregrinó por Londres y París, pudo comprobar en primera persona que había otras vidas allende nuestra fronteras y que el blanco y negro que aquí lo impregnaba todo se transmutaba en vívidos colores. Peleó contra las incomprensiones defendiendo lo que creía. Vivió, cantó y amó como quiso, aunque sin hacer ostentación de ello. Y se negó a pasar factura cuando vinieron mal dadas, vendiendo su intimidad en aquellos platós donde las vísceras se expenden a un precio más que razonable.
Cuando Mari Trini murió en el hospital Morales Meseguer de Murcia, el 6 de abril de 2009, apenas tenía reconocimientos públicos en su tierra natal. Tan solo una calle en Caravaca de la Cruz y un premio por la igualdad concedido en el Día de la Mujer del año anterior. En 2015 le otorgaron la Medalla de Oro de la Región por el Gobierno autonómico y en 2019 la nombraron hija predilecta de la capital por el pleno del Ayuntamiento de Murcia, ambas distinciones a título póstumo.
Cuentan que cuando en 1948 se propuso conceder el Premio Nobel de la Paz a Mahatma Gandhi, que había sido asesinado a comienzos de ese año, alguien reparó en que no había un heredero o entidad para recoger el galardón. Y, claro, al final, no se le otorgó y quedó desierto. Menos mal que aquí la cosa no llegó a tanto y que las conciencias repararon, aunque tarde, en lo injusto que era el ostracismo. Ya dijo alguien que amamos sin razón y que olvidamos sin motivo. Supongo que algo hubo de eso.
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