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Crowdfunding para un ejército

El líder de Desokupa, Dani Esteve (c), conversa el día en el que la plataforma Desokupa ha desplegado una lona en Atocha contra el presidente del Gobierno, a 3 de julio de 2023, en Madrid (España). La plataforma Desokupa ha desplegado un lona en la madril

Aldo Conway

6 de julio de 2023 06:01 h

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No estoy cómodo en Murcia últimamente. Hay unas nieblas en la mente colectiva que me producen ansiedad; nieblas de necedad y odio, como un Boca-River. No hay hostilidad, porque en realidad, la mayoría aquí es gente buena, pero el ambiente está raro, como cuando un mosquito de ronda y oír el zumbido somatiza en picores por todo el cuerpo.

Al colegio al que yo iba había un chaval que tendrá, no sé, uno o dos años menos que yo. Era un crío de perfil bajo en el patio; era el típico chaval que habla con las manos en los bolsillos: ni bueno ni malo al futbol, ni feo ni guapo, ni alto ni bajo, su voz, vete a saber, casi invisible; era de los que recuerdas su nombre de milagro, por haberlo tenido como amigo en Tuenti y ya. Entiendo que sería buen chaval; no sé.

De él sólo sé que le dio por el culturismo, el bodybuilding o algo por el estilo, porque la siguiente vez que lo vi, hará un par de años, no cabía por una puerta. Si os digo la verdad, cuando lo vi la primera vez, pensé: ‘olé sus cojones’, porque ahora sí que iba a acordarme de él para siempre. Dicho esto, mi vida continuó sin demasiados sobresaltos -me tinté el pelo un par de veces y en una ocasión llegué a depilarme los brazos, no me preguntéis por qué- y no volví a saber nada del nene hasta el otro día, cuando un amigo, que iba conmigo al cole, me preguntó por él. Que si lo recordaba, decía. Le contesté que claro, que ahora tenía la espalda como una maqueta de la Península Ibérica. “Pues vas a flipar, loco” y me enseña una story suya de Instagram, con Ayax y Prok de fondo, una camiseta de una empresa de desokupación y conduciendo un BMW. Mi colega me llegó a contar que la empresa era suya y se me partió el alma pensando en que un chaval al que he visto disfrazado de oveja en un teatrillo de Navidad ahora pega patadas en la puerta a la gente. Sigo pensando que hay gente que es recuperable, pero hay unos límites.

El fascismo es algo viejo; hay un contexto, un zeitgeist del pasado que lo explica. Un lugar en el tiempo en el que, dentro del absurdo, tiene su sitio, su razón de ser. Aunque muchos sean pesimistas -a los que no les faltan motivos, por otra parte- la batalla la estamos ganando nosotros. La derecha no hace más que asumir, uno tras otro, los postulados que la izquierda logra colocar en el ideario colectivo. Tardan una o dos décadas en cesar la pulsión reaccionaria, pero al final acaban subiéndose al carro de determinadas causas. A Pablo Casado, que no era el bollycao con más chocolate de la bolsa, se le ocurrió que, si se volvía más loco que Abascal, todo iría bien. Menos mal que Rivera desintegró Ciudadanos antes de estas elecciones. Ver al PP de ahora, con el clima añostreintista que rodea el 23J, hablando de violencia de género y participando en el Orgullo es, aunque hipócrita, una señal de que, a largo plazo, no pueden ganar esta batalla. Para hipócrita Prok, de Ayax y Prok, que dice que quiere invertir en Airbnb en su barrio después de sacar temas hablando del desahucio de sus padres, el traidor.

Aunque lo hagan para calmar a su electorado, cada vez más integrado con la comunidad LGTBIQ+ y menos propenso a la homofobia, están asumiendo marcos que la izquierda consiguió consolidar hace años. Por todo esto, el fascismo está desubicado; no termina de encontrar espacios en los que conectar con el grueso de la población. En Francia no es tanto así, porque su discurso no es tan zafio como el de la extrema derecha española. Le Pen orquesta un discurso mucho más obrerista, situando el marco de la discusión en clave binaria: la víctima de las protestas es el trabajador francés al que le queman el coche; en cambio, el que protesta, es un africano o un ‘terrorista Antifa’, en otras palabras: un mantenido que vive de las ayudas y que odia lo que representa la República.

Las derechas siempre se han acogido a la religión para desatar su homofobia; a marcos hobbesianos para justificar el neocolonialismo y a la integridad de la nación para justificar sus represiones. Ahora, con unos estándares muy avanzados en materia de derechos, el fascismo tiene mucho más que recortar y, por tanto, muchas más resistencias que vencer. Que vayan a ser capaces o no es otra cuestión distinta, pero en el contexto francés, que se está utilizando como gancho propagandístico en España, los grupos paramilitares están encontrando un hueco desde el que legitimar su postura.

La primera parte era la normalización de su existencia, la creación de un problema que no existe -los okupas- y la fácil y sencilla solución de llamar a un montón de gorilas para que se salten las garantías judiciales y saquen a una persona a puñetazo limpio. La segunda ha venido a lo largo de estos últimos años en los que la okupación se convertía en uno de los quince problemas que más preocupaba a los españoles. Una empresa privada que tiene casi el monopolio de acabar con uno de los principales males de la sociedad, un desquiciado ultraderechista con un ego estratosférico y unos disturbios terribles en Francia con el que publicitarse; en serio, ¿qué puede salir mal? Ahora que haga un crowdfunding para comprar balas, o tanques, o lo que tenga pensado usar para dominarnos a todos o curtirnos el lomo a gorrazos.

Todo esto, en realidad, es una estafa piramidal, como la monarquía, el feudalismo o el equipo este donde jugaba Messi (uno de ellos, no me demanden). Se basa en el autoflagelo y la sumisión voluntaria por un miedo frenético a enemigos irreales. La cuestión es que, en perspectiva histórica, el fascismo tenía mucho sentido por el resurgir de los nacionalismos apaciguados en la primera guerra mundial. El desplazamiento hacia el progresismo -esta locura de no castrar a los gays- ha situado los debates en posiciones tan ajenas a los proyectos faraónicos que la ola reaccionaria no da abasto y tiene demasiados frentes que cubrir para un argumentario en blanco y negro.

No busquéis paralelismos a España en los años veinte y treinta de Italia y Alemania, sino en el comienzo de los cuarenta de Grecia. Abascal es más Metaxas que Mussolini.

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