La cultura es un conjunto de ideas, valores y costumbres que caracteriza a un grupo humano. Los problemas a los que se enfrentan los distintos grupos humanos son similares: encontrar alimentos y agua, protegerse de las inclemencias del medio ambiente, construir vínculos afectivos y sociales, defenderse de agresiones tanto dentro del grupo como de las procedentes de otros grupos, procrear y criar a las siguientes generaciones, etc. Sin embargo, las circunstancias en las que se plantean estos problemas difieren entre unos grupos y otros, resultando diferentes las estrategias adaptativas para obtener alimentos en la tundra y en la sabana, por poner un ejemplo.
Esto lleva a que distintos grupos desarrollen culturas diferentes. Además, incluso en circunstancias similares, surge una variabilidad entre las culturas debida a la arbitrariedad de algunas de las soluciones adoptadas. Arbitrariedad no es lo mismo que capricho. Hay elecciones que no son mejores ni peores que otras, lo que da cierta libertad a los grupos humanos para constituirse culturalmente. Sin embargo, no todo vale, como pueden comprobar los viajeros que tratan de conservar inalteradas sus vestimentas culturales en climas diferentes.
Para complicar las cosas, también llamamos cultura al grupo de personas que comparten un conjunto de ideas, valores y costumbres. Esto nos permite confundir al sujeto con su atributo, a la vez que reificar unos rasgos de conducta y pensamiento como si constituyesen una entidad fija e independiente de las personas. Esta confusión lingüística abre la puerta a múltiples problemas.
Llamamos cohesión al grado en que los miembros de un grupo están vinculados entre sí. Una cohesión alta condiciona que los individuos de una comunidad se vean forzados a adoptar las formas del grupo, renunciando a su individualidad y sometiéndose a la homogeneización en la conducta y, en gran medida, también en el pensamiento. Sin embargo, por muy cohesionado que esté un grupo y por muy totalitario que sea su funcionamiento, siempre hay un margen para la libertad y la responsabilidad individual.
Pines introdujo el concepto de coherencia grupal como algo análogo al de cohesión, dado que también se refiere a la fuerza de los vínculos entre los miembros de un grupo. Sin embargo, los vínculos que hacen coherente a un grupo permiten la libertad y variabilidad individual, facilitando un nivel más alto de funcionamiento grupal.
El análisis de la cultura permite describir el funcionamiento de un grupo, inferir su sentido y, a veces, incluso clarificar sus causas. Resulta más arriesgado predecir el funcionamiento de un grupo en base a su cultura, pero puede ser posible lograrlo, hasta cierto punto. En las culturas mediterráneas solemos mantener una mayor cercanía entre los familiares que en las del norte de Europa. Esto provoca que se visite más a los enfermos en los hospitales. El conocimiento de un hecho como éste permite adaptar el diseño de los hospitales a las características culturales de sus usuarios, lo que resulta beneficioso.
Sin embargo, el conocimiento de una cultura, incluso en el caso de un grupo muy cohesivo, no permite predecir la conducta de un miembro individual de esta.
Llamamos falacia ecológica al error lógico consistente en atribuir a los miembros de una clase las propiedades de ésta. Este error es la base de paradojas como la de Epiménides, un cretense que dijo que los cretenses eran unos mentirosos. Si aplicásemos el predicado de la clase “cretenses” al individuo “Epiménides”, su afirmación resultaría contradictoria, pues se estaría llamando mentiroso a sí mismo. Del mismo modo, del hecho de que Joan Manuel sea mediterráneo, no podemos deducir que tenga vínculos fuertes con su familia o que los vaya a visitar al hospital.
Esta falacia ecológica, unida a algunas afirmaciones negativas y falsas sobre determinadas culturas y razas, ha llevado a la persecución de individuos por el mero hecho de pertenecer a estos grupos humanos. Como reacción a las atrocidades cometidas a partir de este mecanismo, encontramos en nuestra sociedad una fuerte resistencia a cualquier afirmación generalizada sobre un grupo humano. Esta resistencia se acompaña frecuentemente de la acusación de “racismo”, independientemente de que se esté hablando o no de raza, provocando la banalización del término. Este es otro error lingüístico que podemos acabar pagando algún día.
Este rechazo a las afirmaciones sobre grupos humanos atenta contra los cimientos de la Antropología, imponiendo el escepticismo y la ignorancia sobre las cuestiones culturales, rechazando la existencia misma de la cultura. Sin embargo, la cultura existe. Nosotros tenemos una (al menos), otros grupos humanos tienen otras. Podemos tratar de conocerlas, de atenderlas, incluso de mejorarlas (desde la promoción de la coherencia grupal y sin caer en los excesos del colonialismo), o podemos apostar por la ignorancia de nosotros mismos y del resto del mundo y cimentar la diplomacia sobre esta ignorancia. La elección no está exenta de consecuencias.
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