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Ese Rufián tan ocurrente, pícaro y desclasado

El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, a su llegada a una sesión plenaria, en el Congreso

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¡Ah, cómo me cautiva el diputado Gabriel Rufián, ese de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) de tan llamativo -por lenguaraz y ocurrente- verbo! Ya me interesó cuando advertía, como desde el púlpito, en plan inspirado y castigador (¿iría para clérigo este retórico apocalíptico?), sobre la amenaza de la pandemia, haciendo responsable a Madrid de lo que se venía encima. Para callarse en seco cuando Cataluña lideró, en los peores indicadores, las aterrorizadas tierras de España.

Esperaba a una buena ocasión, considerándola siempre inminente dadas las características del personaje, para atreverme con su semblanza. Ha sido su voto en contra de la reforma de la reforma laboral del PP lo que me ha decidido. ¡Qué bien ha quedado ERC -coherente, rigurosa, progresiva- votando en contra! ¡Y qué bien ha calculado la jugada, que de no ser por un zombi del PP podría haber encaminado al Estado hacia elecciones anticipadas tras las que, con la posible victoria del PP más Vox, nuestro revoltosillo y su simpática muchachada habrían tenido que buscar cobijo en la confortable Europa, fugitivos de un seguro 155!

Y eso que a mí lo de llamarse de izquierdas y estar tirando para la tribu todo el rato no me encaja ni con calzador. Y que lo de republicanos como lema me dice bien poco, ya que el republicanismo que no se interesa por corregir los vicios y desperfectos de una democracia francamente mejorable (sin el valor necesario para echarse al monte), ya puede entretenerse con problemas identitarios, que carece de efectividad específica (según el concepto histórico del republicanismo radical y laico).

Este pillastre, divertido y sonriente incluso cuando se pone en plan Savonarola (condenando, entonces, todos los males de esa España perversa y despreciable, que camina hacia los infiernos por madrastrona y explotadora) representa a la perfección la deriva, muy consolidada con los aires neoliberales, de los políticos que se arrogan conciencia social pero que no quieren entender el mundo como pugna de clases (ricos y pobres, poderosos y sometidos) y se entregan a delicias irredentistas carentes de límite y sentido, que son incompatibles con cualquier izquierda no fraudulenta. En este caso veo que aportan poco al panorama político catalán, que siempre ha estado dominado por burguesías de nombres diversos, pero sustitutivas e insulsas: ERC es una denominación de las mejor escogidas ya que dice, de un tirón, que se opone a la aborrecida España en uno de los puntos que más le duele, la monarquía borbónica; y pretende situarse en el lado contrario de sus dominadores seculares (derecha eterna, digamos) para crearse su propio e inteligente limbo, como si la idea de izquierda pudiera ser peculiar -apropiable y etnicista, por ejemplo- por el hecho de ser republicana o, más todavía, nacionalista.

El día que le oí hablar un catalán con llamativa ausencia del acento correspondiente, me dije que su caso habría sido el de tantos a los que se les ha negado la inmersión lingüística anhelada (¿será verdad, como dicen que dijo en el Congreso, que la tal inmersión es “una conquista de la clase obrera”?). Y me dije: el pobre… Pero quedé intrigado, y no ha sido hasta ayer que no me he hecho las cuentas de que, aun disfrutando de la gloria de su verbo agresivo y su eco grandilocuente, debe de vivir con algún desasosiego el forcejeo personal con su exhibición catalanista, siendo andaluz (ya que sus padres son andaluces); lo que, aun no siendo excepción, me llena de zozobra, máxime cuando leo que sus padres han sido obreros y él mismo ha nacido en Santa Coloma de Gramanet, crisol de trabajadores -andaluces, murcianos, extremeños- perfectamente refractarios a un nacionalismo ajeno.

Étnicamente andaluz, aunque catalanista por una opción que no me atrevo a suponer que vaya a ser definitiva visto el raro rictus de su expresión, que combina -no diré que magistralmente, pero sí con un arduo trabajo de tenaz entrenamiento- el cinismo político con la inseguridad anímica y la chulería pretenciosa, estoy seguro de que se trata, en el fondo, de muy buena persona, que debe resultar, en la farra, estupendo y leal. Por otra parte, que un charnego se eleve a la cúpula de un partido de tan clara trayectoria independentista, aunque tiene mucho mérito implica riesgos ciertos; que no debe ser nada cómodo echarse encima la enajenación de la sangre, la tierra y la clase.

(En mi mecer universalista, cosmopolita y vagabundo, o sea, ecologista, me repito que me subyuga el personaje, y no descarto conocerlo y echármelo a la cara un día de estos, lo que estoy seguro que será de gran divertimento para ambos. Y le diré que, de la literatura más conocida, su figura no me evoca al Gabrielillo galdosiano, protagonista de los Episodios Nacionales, una referencia que lo horrorizaría por españolista y vulgar; sino más bien, por su estilo petulante, amoral y buscavidas, al de un producto neto, y bien perfilado, de la España picaresca de siempre.)

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