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Por una Sociología de la cuarentena

Diario del estado de alerta. Jornada 13

Andrés Pedreño

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Si tuviera que recomendar dos libros de sociología que ayudaran a entender las actitudes sociales que vemos a nuestro alrededor en la actual crisis sanitaria señalaría la División Del Trabajo Social de Emile Durkheim (1893) y La Ayuda Mutua de Piotr Kropotkin (1902).

Durkheim captó el valor moral de la división social del trabajo por su capacidad de producir solidaridad social y conciencia colectiva: “Cuando las conciencias individuales, en lugar de permanecer separadas unas de otras, establecen relaciones, actúan efectivamente unas sobre otras, forman una síntesis que crea una vida psíquica nueva … Arrastrado por la colectividad en la división social del trabajo, el individuo se desinteresa de sí mismo, se olvida, se entrega por completo a fines colectivos”.

Por su parte, Kropotkin vislumbró la emergencia de la ayuda mutua y de la cooperación como parte de la historia evolutiva animal y humana: “Ya en los comienzos de la vida social existió naturalmente, en cierta medida, la identificación entre los intereses del individuo y los de su grupo, y asimismo la encontramos entre los animales inferiores. Pero a medida que se arraigan las relaciones de igualdad y de justicia en las sociedades humanas va preparándose el terreno para el refinamiento de las mismas. Merced a ellas el hombre se acostumbra a descubrir el reflejo de su conducta en la sociedad entera, hasta tal punto que llega a abstenerse de molestar a los demás renunciando a la satisfacción de un apetito o de un deseo. Y hasta tal punto llega a identificar sus sentimientos con los de los demás que se halla dispuesto a sacrificar sus fuerzas para el bien de sus semejantes sin espera de recompensa”.

Tiene un indudable interés sociológico recopilar todas esas iniciativas sociales de ayuda mutua que están proliferando en la actual crisis sanitaria. Barrios donde los jóvenes se ofrecen a los vecinos más mayores para atenderlos en sus necesidades de compra o atención. O esas mujeres de Petrel, Alhama de Murcia o Segovia que cosen batas o mascarillas para llevarlas al Centro de Salud para que sean utilizados por el personal sanitario. Estamos viendo muchas iniciativas de entrega. El mismo confinamiento no deja de basarse en el principio de ayuda mutua, pues con tal acto de reclusión estamos protegiendo a los profesionales sanitarios como a las personas con mayor riesgo.

Efectivamente, sobre los rescoldos del incendio neoliberal, esas décadas de exacerbación de los valores del emprendedor y del individuo competitivo, durante las cuales se decretó el final de los vínculos colectivos, está consiguiendo emerger la solidaridad social expresada a través de la división social del trabajo, la cooperación y la ayuda mutua. Conviene que tomemos buena nota de esto, muy especialmente los sociólogos y sociólogas cuyas cualificaciones, en principio, nos dotan de una especial sensibilidad para apreciar esta musculatura del vínculo social. Estaría tentado de hablar de “milagro social”, por emplear el calificativo que ya Bourdieu utilizara para referirse a las movilizaciones colectivas de los desempleados en Francia. Seguramente se me podrá objetar que no hay nada de milagroso en movilizar todo lo disponible para garantizar la supervivencia pues la necesidad obliga. Pero después de tanta vida dañada por el neoliberalismo es un milagro social que todavía se mantengan con cierta solidez los vínculos de la solidaridad colectiva, el altruismo y la vocación de servicio público.

Dicho esto, ciertamente, también observamos el florecimiento de actitudes que son justamente lo inverso de lo anterior, esto es, actitudes de egoísmo. Aquellas imágenes iniciales de los días del confinamiento de la gente agolpándose en los supermercados llenando compulsivamente los carros de la compra (el famoso papel higiénico). Como también fue un comportamiento egoísta el de esos miles de madrileños que se fueron a sus segundas residencias en la costa a sabiendas del alto riesgo de propagación del virus que conllevaba tal acción. O todo ese buen número de personas que incumplen las normas del confinamiento y que en la primera semana del estado de alarma dieron origen a 60.000 denuncias y 600 detenciones por parte de las Fuerzas de Seguridad. No cabe duda que todo eso está también presente en la vida social. Por ello, la teoría sociológica de Durkheim sobre la solidaridad social en La División del Trabajo Social tiene como complemento lo que él llamo la teoría de la anomia. Por anomia, Durkheim entendió la ruptura del vínculo colectivo que conduce al individuo hacia una crisis de vacío moral en la cual prolifera el egoísmo, las conductas de desorden, etc.

¿Por qué, entonces, estamos viendo proliferar al egoísmo también en esta crisis, cuando, objetivamente, es un comportamiento que pone en peligro la vida de nuestros semejantes? Utilizo adrede el término “nuestros semejantes” pues justamente en la visión egoísta no existe tal noción. ¿Y cómo ha desaparecido la noción de “nuestros semejantes” en tantas personas? Esto es lo que debemos explorar, pero me atreveré a adelantar una posible respuesta. Hay una equivalencia fundamental entre ese egoísmo que violenta la solidaridad colectiva que da sentido al confinamiento y esas empresas que están obligando a sus trabajadores a trabajar aun no realizando una actividad esencial, y encima a menudo sin proporcionarles medios mínimos de prevención. Si a este comportamiento empresarial lo calificamos de utilitarista pues solamente vela por el interés económico, al otro -al de las personas egoístas- también hemos de entenderlo en términos de actitudes utilitaristas. ¿Acaso todas estas décadas de neoliberalismo no nos han inoculado una visión del mundo absolutamente utilitarista? A mi modo de ver, aquí lo que se revela es un conflicto entre normas contradictorias: entre los contenidos promulgados por la norma neoliberal utilitarista y los que dicta la norma colectivista que ahora estamos tratando de expandir pues nos va la supervivencia en ello.

Finalmente, me referiré a otra actitud social que ha aparecido en esta crisis. Son conflictos entre vecinos en los que unos señalan, insultan o incluso agreden a otros acusados de infringir las normas del confinamiento. Se ha tachado a estos comportamientos de “chivatos” (o de “fascismo de los balcones”, según he leído en algún cartel que circula por las redes), pero creo que la cuestión es más compleja. Y de nuevo recurro a Durkheim quien sostenía que la sociedad que se ha dotado de una conciencia colectiva, y por tanto es consciente del valor de supervivencia que conlleva la cohesión social, tiende a mostrar reprobación de todo aquello que amenaza con quebrantarla. En esos conflictos vecinales del confinamiento late la tensión entre la solidaridad colectiva y el egoísmo y, sin duda, son conflictos que se pueden manejar y modular para que no degeneren. Pues efectivamente estos conflictos pueden desembocar en indeseables formas de linchamiento moral y autoritarismo.

Todas estas actitudes están en nuestra naturaleza social. Y son objeto de disputa política, pues cómo entender si no la fuerte ofensiva de las fuerzas de la derecha (muy especialmente PP y Vox) contra el Gobierno progresista, justo en estos momentos dramáticos, más que como una estrategia destinada a contrarrestar la solidaridad colectiva azuzando las pulsiones del individualismo utilitarista o de la personalidad autoritaria. Y es que, en definitiva, en las actitudes sociales que vemos hoy a nuestro alrededor se van a jugar los destinos del mundo post-coronavirus: la solidaridad colectiva, el utilitarismo o el autoritarismo.

*Andrés Pedreño Cánovas es Profesor Titular de Sociología

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