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Por un feminismo civilizatorio

'Alianzas rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad', coordinado por Clara Serra, Cristina Garaizábal y Laura Macaya (Bellaterra, 2021)

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He leído recientemente el libro 'Alianzas rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad', coordinado por Clara Serra, Cristina Garaizábal y Laura Macaya (Bellaterra, 2021). Es un libro sumamente productivo para pensar toda la potencialidad que contiene el feminismo hoy. Por ello, he querido extraer algunas ideas de este enjundioso libro para componer la presente reseña por si pudiera servir de estímulo a su lectura.

El libro en cuestión es un conjunto de textos de intervención en el debate feminista. Su principal virtud, y diría que conclusión, es mostrar que el feminismo es internamente plural y que esta diversidad es un valor. Aspira en este sentido a componer un cierto punto de vista dentro de la diversidad de posiciones que conforman el movimiento feminista contemporáneo. Su primera toma de posición es precisamente reivindicarse como un punto de vista específico: “otro feminismo”, “un feminismo diferente al hegemónico hoy”. Para desde ahí insistir en la necesidad del reconocimiento de la pluralidad de posiciones en el seno del feminismo. El valor de la diversidad.

Pienso que el feminismo implica un avance en términos civilizatorios. Es decir, me gusta pensar el feminismo no solamente en lo que supone de mejoras para tal o cual identidad (en primer lugar, e indudablemente, para las mujeres), sino también en lo que conlleva de mejora civilizatoria. La propuesta del libro es “un feminismo más allá de las identidades”, es decir, y si no me equivoco en mi interpretación, un feminismo que aspira a contribuir con sus propuestas al conjunto de la civilización humana. Por encima de “las fronteras” que dictan las identidades. Presentándose así, como una conquista que aspira a ser civilizatoria, es por lo que el libro dedica muchas páginas a hacer saltar en pedazos la categoría de “identidad”, para proponer identificaciones con Otros (y Otras y Otres) con los que configurar “alianzas rebeldes”. Romper fronteras para establecer vinculaciones rebeldes.

Encontramos 18 textos en el libro (más un breve pero enjundioso prólogo de Empar Pineda, y una introducción de las coordinadoras) cuyo hilo conductor es el cuestionamiento de “la identidad de género” como una identidad monolítica, homogénea e inmutable. Hay un esfuerzo por mostrar que el género es un concepto relacional que diferencia a las mujeres (y los hombres) en términos de clase, etnia, edad e incluso por elementos más simbólicos como los deseos y fantasías sexuales. De tal forma que problematizar la identidad de género implica al tiempo la condición de posibilidad de apertura del feminismo hacia otras problemáticas y otros sujetos con los que establecer alianzas (mujeres racializadas, transexuales, masculinidades feministas, trabajadoras sexuales, precarias, etc.).

En otros momentos históricos del feminismo, también se han expresado fuertemente las diferencias internas del movimiento y, por tanto, la imposibilidad de una identidad homogénea. Por ejemplo, a fines del XIX, la diferencia entre el feminismo socialista y el feminismo liberal o burgués, la cual  se expresó de forma especialmente virulenta en el Congreso de las Asociaciones Feministas en Berlín, 1894. Como bien observó el sociólogo Georg Simmel (1896) analizando precisamente ese congreso feminista, no se trataba únicamente de diferencias ideológicas, sino sobre todo de mujeres que tenían experiencias diferenciadas en función de su posición social. De tal forma que no podía ser el mismo feminismo el de las mujeres que habían sido extraídas de sus hogares para sufrir la explotación de la fábrica o de trabajos mal pagados que el de las mujeres de hogares burguesas que estaban experimentando la atrofia del enclaustramiento doméstico o de unas reglas matrimoniales que las subordinaban a los varones. No era posible una “identidad de género” pues las relaciones de género estaban cruzadas por las posiciones de clase.

Efectivamente, pensar en términos identitarios supone una visión del mundo esencialista, es decir, que clasifica a los sujetos en función de esencias culturales: las mujeres son esto y los hombres aquello. Conlleva una lógica de cierre (“somos”) y de exclusión de todo aquello que no entra dentro de la definición hegemónica del “somos”. Con razón, Pierre Bourdieu decía que el esencialismo era el principio de todo racismo, pues hace de una supuesta esencia cultural una forma de clasificación del mundo (por ello no es de extrañar que la genealogía de esta forma de entender la identidad de género provenga, según advierte Cristina Garaizabal, del denominado “feminismo cultural” de los EEUU de los años 70).

Las autoras y autores del libro muestran convincentemente que hay un montón de realidades de las mujeres de hoy que quedan fuera de un feminismo demasiado apegado a identidades monolíticas. Y es que donde hay una identidad fuerte hay al tiempo una imposición simbólica de lo que es legítimo e ilegítimo. Resistirse a esta violencia simbólica es lo que recorre a cada una de las aportaciones del libro para propiciar una apertura a la pluralidad de vivencias de las mujeres que permita pensar alianzas, como escribe convincentemente Nuria Alabao: “tenemos la tarea de organizar esa fuerza colectiva que encarne ese proyecto histórico y solo puede partir de un feminismo constituido por un sujeto plural. Un sujeto transversal, en el sentido de que pueda sumar luchas en marcha: las de libertad sexual y de género, pero también las articuladas a partir de la redistribución de la riqueza, por el derecho a la vivienda, en defensa de los derechos públicos, por la renta básica universal, por los derechos de todas las trabajadoras -también las sexuales”.

La democracia siempre sale ganando cuando los esencialismos identitarios se dejan atrás, es decir, “cuando se asume el riesgo de escuchar lo que uno no quiere oír” (en feliz expresión de Santiago Alba Rico en su aportación en el libro). Pues si el género es un espacio de relaciones sociales (y no una esencia), ello implica el reconocimiento de los muchos Otros involucrados en esa relación. E implica darles voz, es decir, que puedan expresar sus visiones del mundo y demandas quienes conforman toda la diversidad de posiciones de género: las mujeres negras o islámicas, las luchas trans, “los hombres en el feminismo” (Josetxu Riviere), las trabajadoras sexuales o el feminismo de clase. En una conversación célebre entre los filósofos Gilles Deleuze y Michael Foucault, el primero le decía al segundo en el contexto de las luchas de los años 70, desarrolladas por Foucault (y otros), en las cárceles propiciando que los presos tomaran la palabra: “usted fue el primero en enseñarnos algo absolutamente fundamental: la indignidad de hablar por los otros”. La posición que se defiende en este libro que reseño es inteligentemente foucaltiana pues se denuncia una y otra vez esa indignidad de hablar por los otros impidiendo que, por ejemplo, las trabajadoras sexuales se expresen en un acto público (como denuncia en el libro Mamen Briz) o convertir la palabra de las víctimas de la violencia sexual en un relato incuestionable sobre la opresión patriarcal o el “macho depredador”, lo cual es “la vía directa hacia un silenciamiento asegurado de las víctimas que no cumplan con el papel que se espera de ellas o que no defiendan las posiciones mayoritariamente aceptadas” (escribe Clara Serra en su texto).

Termino con la cuestión de la violencia de género. No hay duda que la reciente ola del feminismo, y su impactante capacidad de movilización, ha tenido como eje articulador la denuncia de la violencia sexista y sexual. Por ello el feminismo requiere de una reflexión profunda del hecho de la violencia. Pues es claro que un feminismo apegado a esencialismos e identidades fuertes puede hacer tal lectura esencializada de la violencia que termine incurriendo en una defensa del “populismo punitivo”, es decir, que haga del endurecimiento del código penal y de la cárcel una supuesta solución al problema. Las aportaciones y reflexiones que hacen en el libro Paz Francés, Violeta Assiego, Laura Pérez, Miren Oturbay y Laura Macaya, en la mejor tradición de la criminología crítica, son extremadamente importantes para alejar al feminismo del poder punitivo: “El castigo basa su legitimidad en la modificación de las conductas sobre las que interviene, pero la realidad empírica nos da muestras reiteradas de su ineficacia para tal fin. Por otra parte, la existencia de la violencia sexual contra las mujeres responde a factores sociales, económicos y culturales que renunciamos a transformar si nos centramos únicamente en castigar a la persona individual que la lleva a cabo” (Laura Macaya).

Para terminar, dejadme insistir en la invitación a la lectura de este libro. A que leáis lo mucho que tiene que aportar ese “otro feminismo” que quiere pensar un feminismo más allá de las fronteras identitarias. Además, no dudo en animaros a asistir al acto de presentación pública del libro que organizan las amigas del Colectivo feminista Hipatia, colectivo en el que también militan algunos amigos -si resalto esta participación de amigas y amigos es para evidenciar el tipo de feminismo que practica el Colectivo Hipatia, un feminismo que se abre a alianzas también con los varones sensibilizados en el feminismo-. Esta presentación pública será el 1 de octubre, en el Huerto Urbano de Santa Eulalia (Murcia), de la mano de Libros Traperos Librería Circular a las 19: 00h. Y contará con la participación de varias autoras y coordinadoras del libro Alianzas Rebeldes. ¡No os lo perdáis!

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