Resulta curioso que la sarta de despropósitos que vamos soportando a cuento de la pandemia haya tenido un hito reseñable en la metedura de pata de la ministra de Industria, Reyes Maroto, anticipando la movilidad del personal para la Semana Santa, que está ahí mismo, a la vuelta de la esquina como quien dice.
Curiosamente, esta vez no picó ese tan denostado señor de ojos claros, pelo alborotado y cejas pobladas que, quién sabe si por la presión de dar la cara todos los días, nos tenía acostumbrados a esas previsiones que luego nunca se cumplían, sino todo lo contrario. Afortunadamente, sobre todo para él, Fernando Simón salió por la tangente y dijo no saber cuándo serán los siete días de Cristo en este segundo año de pasión recién iniciado.
Aún más sorprendente ha sido la mesura mostrada por un señor así como muy de derecha nacionalcatólica que hasta ahora nos tenía acostumbrados a soflamas religiosas más bien acordes con el ala cafre del episcopado español. Pocos días después de haber cargado con armas y bagajes contra la nueva ley de eutanasia «como inmoral y antisocial, incluso aunque lo pida la propia persona, porque uno no es dueño de su vida», Lorca Planes, obispo de Cartagena, ha pedido sabiamente por escrito a los cofrades semanasanteros que no saquen los desfiles folclórico-religiosos y se queden rezando en sus casas este año, que no está el horno para monas de pascua.
A la propia ministra verbalizadora del desaguisado le han salido rectificadores con menor o mayor contundencia hasta en su propio partido socialista y su propio gobierno. Todo el mundo ––menos la inefable presidenta de Madrid, que parece dispuesta a seguir jugando a la ruleta rusa pandémica–– se ha escandalizado en mayor o menor medida con “lo” de Maroto.
Ahora bien, habrá que dilucidar, con el tiempo, si esto significa que vamos aprendiendo, todos en general, con las experiencias aún no pasadas como la retahíla interminable de muertes, hospitales atestados, sanitarios más que exhaustos, familias completas contagiadas y muchas de ellas de luto irreparable… derivadas de los excesos cometidos para salvar el ´puente´ de la Constitución, primero; la navidad, después, y los reyes orientales, más tarde.
Ya puestos, hasta parece que las rebajas ––como atestigua la afluencia a los centros comerciales–– y las casas de juego y casinos ––como sigue siendo observable hoy por hoy–– entraban en el paquete de bienes culturales destinados ineludiblemente a ser rescatados por ese nuevo ejército de salvación formado por actuales contagiados de COVID-19 a las órdenes de jefes políticos que no se sabe muy bien a qué intereses sirven: si a los de la ciudadanía o a los de sus amiguetes.
Algunos bienpensantes pueden creer que la prolija salva de matizaciones, rectificaciones y críticas que ha recibido la ministra Maroto nos pone a salvo de repetir el insensato ––podría ser hasta criminal–– espectáculo de la pasada navidad. Porque, además, muchos parecen haberlo olvidado gracias a que sin solución de continuidad hemos disfrutado del escándalo todavía sin aclarar de los listos con cargo público que se saltan la cola de la vacuna. No es muy evidente que haya calado el mensaje de que es de salvar vidas de todos de lo que se trata.
Las experiencias recientes indican que no debemos tener muchas esperanzas de que no volvamos a tropezar por enésima vez en la misma piedra. Consolémonos pensando que, de aquí a dos meses, por lo menos los pocos “más mayores” supervivientes ya estarán vacunados ––o deberían––. Y la china les tocará a otros. Vale.
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