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Aliocha Coll: el escritor que rehuyó la facilidad

El escritor y periodista Javier Serena, en la librería Walden de Pamplona.

Garikoitz Montañés

¿Quién fue Aliocha Coll? El escritor Javier Marías, que fue su amigo y quien más y mejor ha escrito sobre él, recordó los últimos momentos de Coll insistiendo en que su vida dejó de tener sentido cuando dio por terminada su obra literaria: “Tenía 42 años cuando se mató, tras leer un cuento de Nerval, beberse una copa de vino y escuchar no recuerdo qué música. Había terminado su novela Atila […] y con ella dio por concluida su obra […]. Acabado el papel se acabó la vida”.

Coll fue un catalán que apostó por la escritura de vanguardia extrema en un momento en que, de haberse dedicado a la literatura más accesible, “quizá habría contado con mejor acogida de lectores y crítica, y sería un autor hoy difundido, pues publicó durante los años 80, la época en la que se promocionó la generación conocida como La nueva narrativa, en un momento de cambio político en el que había mucho interés por autores jóvenes y nuevos”. Sin embargo, mantuvo hasta el final, hasta su suicidio en París en noviembre de 1990, una apuesta por un tipo de novela indescifrable, cuyo único posible lector “parece ser él mismo”.

Quien habla es Javier Serena (Pamplona, 1982), joven periodista navarro que, tras llegar a Coll en un primer momento por los artículos y textos de ficción de Marías, entendió que, además de tratarse de un autor que merecía una segunda lectura, era un personaje digno de una novela. De hecho, su verdadero nombre era Xabier Coll (1948-1990), y tomó prestado el Aliocha de la novela de Dostoyevski Los hermanos Karamazov. Y del homenaje a este escritor surgió Atila, la obra de Serena que homenajea la última entrega de Coll (la novela lleva el mismo nombre que la obra póstuma del autor catalán) y que recrea, mediante la ficción, los últimos años de la vida de este escritor empeñado en ir más allá, en mantener su proyecto de escritor que, según decía él mismo, apostaba en materia literaria por “ir más lejos que Mondrian” porque estaba convencido de que todo lo publicado hasta el momento era más bien convencional.

“Desperté y estaba en pleno arenal el alba era del punto en que aún era posible la noche marcha atrás”. El propio Marías, en un artículo de El País, recordaba estas líneas de Coll. A Serena, por su parte, le cuesta incluso describir el estilo de ficción del autor catalán: “Sus frases no tienen sentido, es un lenguaje sin referencias a la realidad, aunque tiene ritmo y musicalidad, talento y trabajo, y una intención inteligente que, sin embargo, solo parece perceptible para él”. Coll, que en realidad era licenciado en Medicina, fue un traductor impecable (por ejemplo, de Marlowe) y ensayista, pero cuyo trabajo de ficción era más bien ilegible. Ahora, cuesta encontrar esas obras si no se indaga en algunas bibliotecas públicas, de ahí que sea considerado un escritor “respetado y admirado como hombre de letras entre quienes le conocieron, pero subterráneo como autor de ficción; olvidado salvo para quienes fue alguien cercano en su vida”.

Una de las preguntas que incitaron a escribir a Serena sobre él es por qué un hombre nacido en la burguesía catalana, médico y con talento para la literatura, y que escribió en una década con mucho interés para abrir puertas a nuevas voces literarias, entregó su vida a algo extremo, a viajar a escribir a París cuando eso parecía un refugio de otro tiempo, a dar rienda suelta a una obsesión tan valiente y visceral que nunca cedió a ningún tipo de facilidad. Estas cuestiones son las que se reflejan en Atila, una obra publicada este pasado 15 de diciembre y que Serena presenta como su primera novela.

El objetivo, “seguir escribiendo”

En realidad, este escritor navarro residente en Madrid, que entre 2004 y 2005 fue uno de los 17 jóvenes artistas que reciben cada año una beca de creación literaria de la Fundación Antonio Gala, ya cuenta con obras anteriores como Las torres de El Carpio y La estación baldía, y también con otras novelas premiadas por instituciones públicas. Pero presenta sus trabajos anteriores como una fase de aprendizaje hasta llegar a este momento, cuando sale a la luz esta novela dos años después de haberla terminado. El camino no ha sido fácil. La editorial de Atila, Tropo Editores, publica cada año ocho libros y en 2013 recibió 1.200 manuscritos. Ser uno de los elegidos es, por tanto, una cuestión de azar, arte y empeño. Tropo es una editorial independiente de prestigio, que en sus diez años de andadura ha descubierto nuevos autores de interés, como la también navarra Margarita Leoz, y otros muchos que luego han dado el salto a editoriales de mayor difusión, como Sergio del Molino (Mondadori), Sara Mesa (Anagrama), o Carlos Castán (Destino), entre otros.

Serena insiste en que un joven escritor no se dedica a ello “ni por el dinero (Atila parte con 1.000 ejemplares) ni por el reconocimiento”, sino simplemente por las ganas de “seguir escribiendo”. Ahora, confía en que el boca oreja ayude al crecimiento de un libro que, según defiende, recrea una historia que merece ser contada. Esa es su meta, igual que Aliocha Coll persiguió la suya con una integridad absoluta.

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