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Un café con todas las letras

La librería Walden, situada en la calle pamplonesa de Paulino Caballero.

Garikoitz Montañés

Pamplona —

Un café, un libro, unos minutos de lectura. Sin duda es una buena manera, muy común, de arrancar el día o de tomarse un descanso a media tarde. Lo que no parecía tan habitual, al menos en Pamplona, era que se pudiera hacer en una librería. Esta posibilidad es la que ofrecen las librerías-café, como Walden o como la antigua La Hormiga Atómica, ahora reconvertida en Katakrak. Sus responsables explican esta apuesta, más alternativa y quizá más propia de ciudad grande, y que sin embargo parece haberse asentado en la capital navarra.

La Hormiga Atómica es la que abrió el camino. En 2006, un grupo de socios procedente de diversos movimientos sociales detectó la necesidad de crear una librería política, más centrada en los libros de ensayo, en Pamplona. Así que, primero, acercaron los libros a diversas conferencias que se realizaban en la ciudad o en la Feria del Libro y, después, ya en 2007, comenzó la búsqueda de un espacio físico. Y se toparon con un bar cerrado en la calle Curia para abrir su librería. Pero, al ver la barra y las máquinas, se preguntaron por qué no ir más allá y ofrecer también un servicio de cafetería. Así, en diciembre de ese año, arrancó La Hormiga. Una librería-café, al estilo de otros negocios que sobre todo ya triunfaban en Latinoamérica y en ciudades italianas o capitales como París o Berlín. “No inventamos la pólvora, pero sí que en Pamplona no existía nada parecido”, explican sus responsables.

Ahora sí hay otra librería-café en Pamplona, Walden, en Paulino Caballero 31. Abrió el 20 de diciembre de 2013 y, tras siete meses en activo, “estoy contento, porque nos hemos dado a conocer bastante, y se ha corrido la voz”, cuenta su propietario, Daniel Rosino. Su apuesta, la de unir café y libro, tiene para él cierta lógica, porque “parece que casan muy bien. Además, supone un contrapunto frente al ruido y los coches”. Y lo ha conseguido. Entre novelas perfectamente expuestas en estanterías de madera, hay espacio para unas pequeñas sillas en las que tomar el café y una magdalena, leer unas páginas y decidir si se compra el libro o no. “Se trataba de crear un ambiente, un lugar especial”. Un relaxing cup, vamos.

La Hormiga Atómica logró el mismo efecto. Y atraer a un público suficiente como para plantearse nuevas metas. El local de Curia se quedó pequeño (ahora lo ocupa la tetería La Luna) y decidieron trasladarse a la calle Mayor, donde abrieron hace siete meses Katakrak, un local para la que la denominación librería-café resulta algo limitado. Para empezar, porque tienen cocina. Y eso les permite ofrecer menús y cenas, incluso con ofertas para personas con ingresos “precarios”, que ingresen menos de 1.000 euros al mes: el menú habitual completo cuesta 12 euros y el precario, 9.

De librería a restaurante

Katakrak, ahora convertida en una cooperativa con once trabajadores, también cuenta con un espacio para charlas o, incluso, funciones de teatro, con capacidad para entre 150 y 180 asistentes. Pero mantienen su librería, con unos 30.000 tomos, y “una cantina” con bebidas alternativas a las comerciales, productos ecológicos, de cercanía y de comercio justo, cervezas artesanales… Es una propuesta hostelera coherente con sus orígenes y sus objetivos.

Todo surgido, simplemente, de la unión de un libro y un café. Y ahora la duda de los torpes: ¿qué pasa si se hojea un libro y se mancha con el café? “Pues era uno de los miedos que tenía -admite Rosino-, es verdad. Pero no ha ocurrido todavía. Si me pasara a mí, yo lo pagaría. Así que confío en la buena voluntad de los clientes”.

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