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La 'ruptura' familiar cuando los hijos se van a la universidad: “Siento alegría por verla independiente, y también soledad”

Pablo, que este curso se va de Córdoba.

Elena Cabrera

Cuando Paco se fue de casa, su madre le regaló ‘1080 recetas de cocina’ de Simone Ortega. La edición blanca. Veinte años después, Paco compró para su hija Marina una copia del mismo libro, edición azul, con una foto en la portada que contiene un ejemplar de la vieja edición blanca servido sobre un plato. En la portada del libro y en el gesto de Paco hay un guiño a la continuidad del saber popular, del cariño y del cuidado canalizado a través de la cocina. Cuando Simone Ortega murió, Paco escribió en su blog que, cuando se fue de casa, aunque su madre no le escribió una dedicatoria, lo que le quería decir con este regalo es: “No me puedo ir contigo, pero te doy este libro para cuidarte bien”.

Marina, como su padre, piensa que la receta de Simone Ortega para hacer las tortitas es “infalible”. La cocina y la música acompañan la historia de esta familia que vive en Villarrobledo y está formada también por Juli, la pareja de Paco, y el hijo menor de estos, Pablo. Marina, música profesional, tiene 21 años y se fue de casa con 17. Pablo, que cumplirá 18 en noviembre, está a punto de irse para el inicio del curso en Albacete. Juli y Paco se quedan solos. Habrá un silencio nuevo, habitaciones vacías, responsabilidad a distancia. Podrán dedicarse más, admiten con alegría y rubor, a la cocina y a la música.

Vivir en un pueblo, o ciudad pequeña, como Villarrobledo, trae incorporada la alta probabilidad de abandonar, algún día, la casa familiar para estudiar una carrera universitaria. Pablo va a empezar Ingeniería Informática en la Universidad de Castilla-La Mancha y ya lo tiene todo listo. Va a compartir piso con uno de sus compañeros del equipo de baloncesto en el que juega en Villarrobledo, además de otras cuatro personas que no conocen aún. Sus padres le dieron la opción de vivir en una residencia pero el carácter independiente de Pablo desechó esa idea de plano. “Está encantado”, dice su madre. “Lo primero que nos dijo este verano –recuerda Paco– fue 'no penséis que voy a estar viniendo a casa todos los fines de semana' pero como va a seguir jugando con su equipo de baloncesto, va a venir, pero va a venir por jugar, no por vernos a nosotros”.

En realidad, la tarea de irse mentalizando para la vida fuera de casa es algo que hacen más los hijos hacia los padres que al revés. Les van lanzando señales “de que me voy”, como poco, durante el verano anterior. Por parte de los padres, el trabajo ha sido hecho, bien o mal, durante años. Paco y Juli han educado a Marina y a Pablo para que sean autónomos, para manejarse en las ciudades, para hacerse las cosas. Pero, en la recta final, son los hijos los que van lanzando advertencias para que los padres sepan también cómo soltar amarras. Estos días es cuando Pablo se da cuenta, “realmente”, de que se va. “Y que no es algo temporal de unos días o unas semanas si no que es todo el curso escolar... y realmente te vas a vivir fuera”.

Aunque unos consejos finales tampoco vienen mal, como repasar antes de un examen. Previo a la partida de Marina, Paco organizó un curso de cocina básica para ella y sus amigos. “Nos enseñó a cocer bien los macarrones, porque parece sencillo pero hay gente que no sabe, y también su receta especial para la salsa de tomate”, recuerda Marina. Aunque admite que fue una buena idea, a ella no le apetecía mucho: “El verano en el que terminas segundo de Bachillerato no tienes ganas de hacer nada”.

La despedida

Pablo imagina que el día que sus padres le lleven en coche a Albacete, cargado con maletas, sábanas, toallas y una primera compra de comida, será todo “natural y sin dramas”. Juli, en cambio, aventura que lo pasará mal. “Me está costando más porque ya conozco ese sentimiento, aunque supuestamente pasar por esto con el segundo hijo va mejor, pero yo estoy en plan 'ya verás como me va a dar pena”. “Es que cuando se fue Marina nos quedaba Pablo, pero cuando se vaya Pablo, no nos quedará nadie”, remata Paco. “Llevamos todo el verano entrenándonos para este momento, aprendiendo a no ser egoístas”.

Juli recuerda de manera muy nítida cómo fue la despedida de Marina. “Estuvimos viendo pisos. Todo fluía. Todo muy normal. Después, los primeros días de septiembre, planificamos la mudanza, hicimos viajes para llevar las cosas, la ayudamos a acomodarse”. El último día en el que ella ya no se tenía que volver, la tarde amenazaba tormenta. Fueron de compras por Albacete a buscar las últimas cosas que necesitaba. Se hizo tarde. Las dejaron en el piso y procedieron a la despedida, intentando no hacerla muy formal ya que, a fin de cuentas, estaban a una hora de distancia. Marina se recuerda a sí misma muy feliz. Juli, muy triste. Se puso emocional pero se contuvo. A Marina le extrañó no verla llorar. Lo que ella no vio fue que, cuando Juli y Paco bajaron a la calle y cogieron el coche, la tormenta estalló, y con ella las lágrimas. “Por un lado sentía una alegría muy grande por verla independiente, lanzándose al mundo, pero por otro lado sentí la soledad al pasar por la puerta de su habitación, que estaba vacía. Ahí fui consciente de la realidad de lo que había pasado”.

Vamos a buscar otro Pablo –a pesar de que la coincidencia de nombres nos confunda–, en otro lugar de España, otra ciudad pequeña. Este otro Pablo tiene 19 años. Me manda este mensaje de WhastApp desde la biblioteca: “Lo he dejado todo para el final, me voy en cinco días y aún me quedan muchísimas cosas, principalmente debido a que antes de irme tengo un examen de una asignatura que suspendí y estoy centrado en eso”. Él quería irse este año de Erasmus pero no se lo han concedido. Habiéndose hecho a la idea de que pasaría un año fuera, no quiere quedarse en Córdoba para cursar tercero de Historia del Arte, así que se ha matriculado en Granada mediante el programa SICUE de intercambio entre universidades.

Se va “a pulmón”, como dice Mamen, su madre. Se va sin beca. Se va no porque sea necesario ni porque la universidad granadina sea mejor que la cordobesa. Se va por la experiencia vital. Para Mamen, pasar un año fuera de casa es indispensable para que se haga autónomo, para que crezca. A pesar de la confianza en sus argumentos, Mamen se siente “bipolar” en este tema: sabe que es lo mejor para él pero al mismo tiempo le va a echar de menos; va a dejar de ponerse nerviosa cuando llega tarde a casa pero al mismo tiempo está preocupada porque no ha hecho los preparativos: “Ha hecho cero patatero –dice–, como si se fuera a la piscina, todo in extremis”. Mamen se ha alarmado porque Pablo ha ido al banco a pedir una tarjeta y no sabía que tenía que llevar el DNI.

“Sobre mi vida independiente creo que lo que peor se me dará será la organización de todas las tareas domésticas”, dice Pablo. “Sin duda, una de las cosas que más me emociona es vivir solo, ya que es la primera vez que no viviré con mis padres, sumado a que compartiré piso con amigos”. Mamen sabe que Granada es una ciudad perfecta para vivirla como estudiante con inquietudes culturales y activistas: “Le digo que lo va a pasar genial, pero también que no debe dejar de estudiar, dar el callo y no flipar”. “Tengo ganas de involucrarme en algo social y participar en un colectivo”, anticipa Pablo sobre un año “de máxima actividad”.

Cuando acabe el curso, tendrá que volver a casa. Pero Mamen y él saben que, cuando regrese, necesariamente será una persona diferente. “A nivel emocional, me encuentro un tanto nervioso al comenzar una etapa diferente pero con muchísima inquietud, con ganas de irme ya y vivir una nueva experiencia”, expresa Pablo, a cinco días de hacer las maletas, montarse en el coche de sus padres y, en sus palabras, “salir de su zona de confort”. Cada tres o cuatro semanas volverá a casa. “Yo no tengo ninguna intención de aparecer por allí –advierte su madre– salvo que haya algún concierto en Granada que quiera ir a ver y lo vea allí. Entiendo que también se trata de construir su intimidad y no tengo intención de ir a dar el coñazo”.

Expectativas versus realidad

Los dos pablos están a punto de vivir un momento decisivo en sus vidas, aunque ninguno de ellos quiera echarle tanta pompa. Pero hay que hablar con quien ya transitó ese viaje para entenderlo. Marina, por ejemplo.

Si pudiera darle un consejo a la Marina de 18 años, o a su propio hermano –quien por su naturaleza introvertida no es muy dado a recibirlos– o a alguien que la escuche, Marina le diría “respétate a ti misma”. “Fue bastante fuerte el contraste entre lo que esperaba y la realidad”, admite. “Mis expectativas no eran muy fantasiosas ni peliculeras. Lo normal: estar sola, llevar mis gastos, ser feliz, tener mucha libertad, hacer nuevos amigos, vivir nuevas experiencias... pensaba que compartir piso con iguales sería más fácil, pero surgen conflictos y los tienes que resolver tú sola. Me di cuenta de que estaba menos preparada para vivir como una adulta de lo que pensaba”, reflexiona cuatro años después.

“No soy muy buena con las relaciones sociales. Tuve que aprender a decir todo lo que tenía que decir y no quería decir. Vi la diferencia entre la vida de adolescente y la vida adulta. Antes parecía que la vida era más fácil. Tienes inseguridades, dudas, miedos, complejos… y o te enfrentas a ellos o mueres o pasas la vida huyendo de eso, y yo no soy así”. Esos conflictos llevaron a Marina al hospital y a tratamiento psicológico durante un año largo: “Yo aprendí por la vía mala. Exploté en el primer año. Mis problemas me llevaron tan abajo que aprendí del hostión. Pero aprendí a relacionarme mejor y a construir desde cero relaciones que no sean tóxicas, que sucedan al mismo nivel”.

Envuelto en las ganas por levantar el vuelo, confiado en sí mismo, su hermano Pablo admite que tener a sus padres a una hora de carretera hará todo más fácil. Al principio Marina quería irse lo más lejos posible, pero luego se dio cuenta de que, aunque no los llamaba, le hacía sentir bien saber que estaban cerca. Ahora ella ha vuelto a Villarrobledo, pero vive con su pareja. Pablo está seguro de que todos los ensayos previos en casa, cuando sus padres les dejaban solos y les enseñaron a hacer las tareas domésticas, le allanarán el camino: “Al no ser el hermano mayor también cuento con la experiencia de mi hermana, que me puede ayudar”.

Paco y Juli van a comprarle a Pablo otro libro de Simone Ortega. Esta vez llevará dedicatoria.

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