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El 'duelo por separación' y otras claves para saber cómo y cuándo presentar una nueva pareja a tus hijos

Madre Con Sus Hijos

Patricia Gea

6 de mayo de 2021 22:53 h

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Cerca de la mitad de los niños españoles van a pasar por una separación de los padres. Los últimos datos anuales del INE, de 2019, recogen que el 45% de las parejas que se divorcian o separan en nuestro país tienen hijos menores de edad. A ojos de los niños y las niñas se derrumba el castillo de naipes que constituye su núcleo familiar, el único que tienen de referencia, y es posible que además vayan a conocer a nuevas parejas de sus progenitores, a convivir con ellos y también con la idea de que su padre y su madre no van a volver a estar juntos. “Esta posibilidad late como una pequeña esperanza en su imaginación fantasiosa hasta que aparece la nueva pareja; entonces, se la carga de un plumazo”, cuenta Silvia Álava, doctora en psicología.

Hace una década, la Unión Nacional de Asociaciones Familiares (UNAF) se unió a la Universidad Complutense en la realización de dos estudios sobre la situación de las familias reconstituidas en España, y “una de las conclusiones es que necesitan una intervención específica”, explica Gregorio Gullón, responsable del Área de Familias Reconstituidas de UNAF desde el momento de su creación, en 2015. “Llevábamos cerca de 30 años trabajando diversidad familiar en separación y divorcio, y nos dimos cuenta de que había otro momento crítico: cuando empezaban a aparecer las nuevas parejas del padre y de la madre”.

¿Hay una forma correcta de hacer las presentaciones? ¿Cuándo es el mejor momento? ¿Y para iniciar la convivencia? ¿Lo llamo “pareja” o lo llamo “amigo”…? ¿Puedo ponerle normas si no es mi hijo? “Está muy claro cuál es el rol de los progenitores, pero hay mucha ambigüedad con las nuevas parejas”.   

El momento oportuno

Gullón cuenta que una de las grandes dudas que le plantean en terapia es cuándo introducir a la nueva pareja en la vida del niño o la niña. Blima Fernández, psicóloga especializada en familias, aconseja evaluar primero el nivel de estabilidad que se tiene con la persona con que se ha iniciado la relación. “Es imposible saber si va a salir como esperamos o no, cuánto va a durar, pero no es tan difícil saber si hay un proyecto de futuro en mente”.

Si no lo hay, la psicóloga recomienda no hacer las presentaciones, porque “el niño va a construir un vínculo y cuando se rompa va a ser doloroso. Nosotros tenemos estrategias para gestionarlo, pero ellos no”. En caso afirmativo, añade Gullón, lo que aconsejan en UNAF es “esperar un año desde la separación para presentárselo”. Un año es el tiempo medio necesario para superar el duelo por pérdida, en este caso no por muerte sino por separación. “Les explicamos que el punto de partida de las familias reconstituidas es una pérdida, incidiendo especialmente en la persona que decide separarse”. 

Sobre todo cuando hay hijos, el miembro de la pareja que anuncia que quiere separarse suele llevar tiempo madurando la idea, evaluando las consecuencias de la decisión y elaborando poco a poco el duelo de separación. “Normalmente cuando se decide a dar el paso ya ha superado ese duelo, ha conocido a otra persona y lo comunica a la pareja y los hijos. Le hacemos entender que para ellos el duelo empieza en ese momento: tú estás pletórico, pero tu pareja y tu hijo necesitan tiempo. Un año es suficiente para esto”. Pero superar con éxito esta nueva etapa familiar no depende solo de la destreza en el manejo de los tiempos, hay una barrera también complicada, que varía mucho, explica Gullón, según el género y que ocasiona problemas con los hijos y con la propia pareja: el rol que el recién llegado asume (o se le otorga). 

“En nuestra cultura, y también los niños lo pueden percibir así, hay una creencia de que la aparición de la pareja nueva pone en riesgo el espacio que tú y yo tenemos, tanto con la expareja como con los hijos. Sin embargo no hay que caer en el escenario de competir por el amor de papá o mamá, porque en ningún caso la nueva pareja es un sustituto de nadie.”

No es un amigo, es mi pareja

Carlos, de 38 años, soltero desde hace tres, sentó en el sofá del salón a su hijo para contarle que había encontrado una nueva pareja, una persona que le “hace feliz” y con la que ha “comenzado una relación”. Pero acabó hablándole de “una amiga”, que “vendría a jugar algunos días con nosotros” y que “tenía que tratarla bien porque era muy amiga de papá”. En ese momento, explica, no supo verbalizarlo “por miedo a hacer daño a Diego”, que solo tiene cinco años. Es un error muy común, señalan las expertas consultadas, a la hora de tener la primera conversación sobre el asunto.

“Lo ideal es ser lo más claro posible, evitar engaños o palabras suaves, y decirlo sin miedo: no es una amiga, es mi pareja y a partir de ahora estará presente en nuestras vidas”. Mentirle u ocultarle la realidad son estrategias que no facilitan la construcción de una relación de apego segura. “Va a despertar desconfianza en el niño o la niña y estropearlo todo. Uno de los objetivos de los padres, a lo largo de toda la crianza, es que los hijos confíen en ellos”, añade Blima. Se puede trabajar con otros mensajes, como que esa persona no va a sustituir al otro progenitor o que no habrá cambios en la frecuencia de las actividades juntos. “A un adolescente se le puede tratar de forma más adulta y preguntarle, por ejemplo, si quiere conocerle”. Es importante, en todos los casos, elegir para contárselo un momento tranquilo, agradable, de buena relación y que permita hablar con calma.

Después de darle a nuestra hija o hijo toda la información y hacer las presentaciones, el vínculo “se va a formar poco a poco”, explica Álava, así que la paciencia puede ser una buena aliada. “Al principio es mejor hacer actividades fuera de casa, pasar más tiempo juntos progresivamente, intentando sacar conversaciones de cosas que sepamos que le gustan para que se sienta cómodo… Y no obligarle a darle dar besos o abrazos a la nueva pareja si no nace de ellos”. La relación avanza bien, es posible que el próximo dilema de la familia reconstituida sea cómo iniciar la convivencia.

El lastre de los roles de género

Es un momento siempre delicado, pero que se complica especialmente en la adolescencia. Y en concreto en la temprana, sobre los 13, 14 años, explica Gullón a elDiario.es. “Hay que ser cuidadoso e ir echando el freno porque en el contexto evolutivo del adolescente supone una crisis, ya que le pedimos que se desvincule de su padre o su madre y se vincule a una nueva persona adulta que, especialmente cuando es un hombre, suele entrar en la casa intentando poner orden”. El paso a la convivencia, añade el experto, suele ser más fácil en la infancia aunque los roles no estén bien marcados porque los niños pequeños responden bien a la autoridad, pero en la adolescencia surge la famosa frase: 'tú no puedes mandarme porque no eres mi padre'.

Lo que se espera del 'padrastro', o más bien el rol que acaba asumiendo, es muy distinto al de la 'madrastra' por una cuestión de herencia de roles de género. Gullón incide en que “es un aspecto importantísimo en las familias reconstituidas. ”De ella se espera que sea la nueva madre, proveedora afectiva y que se ocupe de las tareas domésticas de la casa. Y de él, la otra cara de la moneda, que sea el sujeto normativo que pone y hace cumplir las normas, además del proveedor económico“. Si las nuevas parejas se ajustan a estos roles de género, advierte, se condenan al fracaso.

“Cuando trabajamos con ellos les pedimos que vengan a una consulta con su nueva novia, les preguntamos qué tal se lleva con los hijos, y la respuesta es muchas veces, y con mucha alegría: 'va perfecto, de hecho se llevan tan bien que cuando están tristes no vienen a mí sino que recurren a ella'. Pero eso no es una buena señal”, apunta Gullón. “También es muy común que, cuando es ella la que aporta los hijos a la relación, estos son adolescentes y surgen discusiones, llega el nuevo novio como un caballero andante a decirles que no la pueden tratar así. Esto genera problemas con los hijos y además los traslada a la pareja porque a la madre en el fondo no le gusta que la cuestionen y vengan a rescatarla”.

Normalmente estas personas han llevado el mismo papel en su anterior relación, pero en las familias tradicionales se suele sostener mejor. “La recomendación general es que tienen que abandonar esos roles de género, y que son el padre y la madre quienes se tienen que hacer cargo de sus hijos en todos los aspectos: crianza, afectos, económico…”. Explica Gullón que ven a menudo que “cuando la nueva pareja es un hombre, se genera mucha confusión en cuanto al tema económico, también porque algunos padres biológicos no se hacen cargo de la pensión del menor”. Les invitan a hablarlo, y no ignorarlo, porque dar por hecho que va a funcionar como proveedor económico “le hace acumular malestar y explotar de la manera menos apropiada”. “Si ellos acuerdan compartir gastos, perfecto, pero hay que abordar este asunto”.

Una buena base emocional

Antes de llegar al punto del divorcio, el duelo de separación y la presentación de la nueva pareja, venimos tejiendo un tipo de relación con nuestras hijas e hijos cuyas virtudes pueden cambiarlo todo en un momento de crisis. Es lo que en términos de crianza se conoce como ‘Teoría del apego’: de qué forma establecemos el vínculo con ellos para que se críen en un entorno de seguridad emocional. “Si ha habido una cobertura física y emocional de sus necesidades, en los momentos de cambio, como el de conocer a la nueva pareja de su padre o su madre, esta seguridad funciona como un colchón, un factor protector”, dice Blima. Así que, para saber cómo puedo introducir la nueva pareja en la vida que tengo con mi hijo y comprender sus reacciones, primero he de entender qué represento para él en ese momento.

La psicóloga Kathrynk Kerns hace en su libro ‘Apego en la niñez media’ una diferenciación por etapas en la que afirma que, por ejemplo, en la primera infancia, las figuras paterna y materna son el centro social del menor (su todo), y así es percibido por éste aunque durante un periodo de tiempo quede al cuidado de otras personas. Cuando llegan a la escuela el centro de socialización cambia, pero los progenitores siguen siendo las figuras de apego, dice, insustituibles por amistades y cuidadores. Este vínculo se mantiene incluso en la adolescencia, cuando “el papel de las figuras parentales es estar disponible cuando sea necesario, mientras el adolescente hace excursiones al mundo exterior”. Blima explica que “estando presentes en cada momento cuando lo necesitan, escuchándoles y dejando que expresen sus emociones, la sensación que van a tener, aunque aparezca una nueva persona, es que pueden contar con nosotros”.

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