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Breve guía de consulta si estás dudando en apuntar a tus hijos a un campamento

Campamento de verano. EFE/Bragimo/Archivo

Patricia Gea

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Este será el segundo verano que Teo, de cinco años, se va de campamento. El año pasado fue su primera vez y la experiencia fue tan positiva que tanto su familia como él han decidido repetir. “Fundamentalmente porque él se lo pasó genial e iba encantado”, explica su madre, Teresa Lázaro, “pero también porque nosotros lo necesitamos”. Ambos trabajan y no pueden estar con sus hijos –tienen otra niña de diez meses- todo lo que duran las vacaciones infantiles, en torno a diez semanas. “Podemos cogernos como mucho dos o tres cada uno, pero ni siquiera turnándonos y separando las vacaciones llegaríamos a cubrirlo”. Así que, “si puedes permitírtelo, porque algunos son bastante caros aunque hay muchos públicos”, dice, el campamento de verano es un buen salvavidas para todos. “Allí hace actividades distintas y con gente nueva”, aconseja.

Estos dos años se han decantado por un campamento organizado fuera del colegio de Teo para que salga del contexto en el que se desenvuelve durante todo el curso y además conozca a otros niños distintos: “Queremos que salga de la ciudad –viven en Madrid-, que haga actividades al aire libre, que tenga sensación de verano”. Pero no es fácil elegir.

La oferta de campamentos es actualmente abrumadora. Ha habido una evolución, desde una actividad que relacionábamos hace un par de décadas con poco más que la tienda de campaña, los sacos y las noches de playback, a un catálogo pormenorizado de especialidades que, sin duda, complica la elección de los progenitores. De robótica, de inglés, de artes marciales, de granja, de inteligencia emocional, de cocina; solo hay que teclear “campamentos de verano España” en Google para toparse con más de cuatro millones y medio de resultados.

El consejo de la psicóloga infantil en los centros Crece Bien, Sonia Martínez, es que para elegir el mejor campamento para nuestros hijos hay que tener en cuenta, por un lado, que se adapte a sus gustos y, por otro, a sus hábitos de socialización y pernocta –si ha dormido ya fuera de casa o ha pasado unos días separado de los progenitores, por ejemplo-. Pero en cualquier caso, dice, “trae asociados muchos beneficios a cualquier edad”, especialmente la fórmula elegida por Teresa de apuntarle a uno distinto al organizado por la escuela, en el que los niños se exponen a nuevos escenarios, nuevas personas y diferentes actividades.

Qué les aporta

La socialización empieza en la infancia. Mediante nuestra relación con los demás, construimos una personalidad preparada para integrarse en la sociedad. A medida que los niños van estableciendo lazos con otras personas y con sus iguales, ganan capacidades para enfrentarse a diferentes situaciones, se sienten más seguros, se integran mejor. Cuando no están presentes los adultos de referencia, que suelen ser los padres y madres, tienen que llevar a cabo esta socialización por sí solos. Esto se fomenta en los entornos académicos, como las escuelas, pero también en los entornos de ocio, como los campamentos. “Suele suplir lo de antaño de irte al pueblo con tus abuelos y tus primos. Se ve como una prolongación de las experiencias vitales (más allá del colegio)”, apunta Montse Modesto, pedagoga.

“Cuando ven que están allí solos y que pueden hacerlo todo, además de ganar autonomía, ganan confianza en sí mismos”. Si, a mayores, fomentamos que se relacionen con niños distintos a los que lo hacen normalmente, como sus amigos del colegio, se verán obligados a aprender cosas que a los adultos nos resultan tan habituales como iniciar una conversación, trabar una nueva amistad o llegar a acuerdos y jugar nuevos roles.

El hecho de que salga del campamento organizado por el colegio también le expone a nuevos contextos. “Si ven que son capaces de manejarse en la naturaleza, o en un campamento hablando inglés, o simplemente haciendo varias actividades como pintura, natación… van a sentirse seguros en muchos tipos de situaciones. Esas oportunidades les sirven como pruebas para cuando sean adultos y les enseñan, además, a elegir a sus compañeros y amistades”, afirma la psicóloga.

“Entrenarles” para ello

Podemos entrenar a los niños y niñas para que, llegado el momento de iniciarse en la aventura que para ellos supone ir de campamento, tengan las habilidades y cualidades necesarias para verlo como algo de lo que disfrutar y no con lo que sufrir. Esto se puede hacer teniendo una pequeña conversación con ellos un tiempo antes o, lo que sería más adecuado, ir labrándolo a lo largo de la infancia con pequeñas salidas fuera del hogar.

“Es mejor hacerlo progresivo”, señalan las expertas consultadas. De esta forma, podremos saber cuándo el niño o niña está preparado mucho mejor que basándonos en criterios de edad. “Depende más de a qué les hayamos acostumbrado, si han hecho otras actividades más cortas con otros niños, si han tenido éxito con ellas y se ven capaces de sentirse bien viviendo otras experiencias…”, apunta Martínez. Por lo que aconseja que la primera vez sea un campamento urbano y de unas pocas horas en la mañana. Después, cuando haya tenido tiempo de entrenarse pernoctando, por ejemplo, con un amigo o con algún familiar y se haya separado de los padres un fin de semana, dar el paso a un campamento con pernocta.

Montse Modesto cree que es útil dividirlo por edades para saber por qué tipo de campamento tirar. Así, “de 4 a 5 años es mejor apuntarles a lo que se llaman campamentos de día, en los que están ocupados el tiempo que los padres están trabajando, pero luego duermen en casa. Hacia los 8-9 años podrían empezar a hacer campamentos en los que duermen fuera, pero mejor en un entorno próximo o con unos monitores o compañeros que conozcan de otras actividades para que no lo tomen de forma brusca”.

Hacia los 13 o 14, ya pueden dormir en campamentos lejos de casa, incluso en otros países. Las malas experiencias en campamentos, dice, suelen vivirlas niños o niñas que no han viajado con el colegio en las excursiones, van acompañados por los padres a todas partes o no han dormido nunca fuera de casa... “Pero si se va haciendo poco a poco, no tiene por qué haber problemas”, recomienda.

Sonia Martínez coincide en que antes de los siete u ocho años suele ser pronto para pernoctar fuera porque todavía dependen del adulto en la propia autonomía. “A partir de los siete ya son más independientes, tienen interiorizados los hábitos de higiene, comida, sueño, ya no tienen despertares nocturnos y controlan perfectamente los esfínteres. Pero siempre depende de la madurez del niño, hay algunos que pueden irse de campamento siendo más pequeños porque están más preparados y otros para los que a los siete años puede ser pronto”, dice.

Si ya hemos tomado la decisión de apuntarles, lo aconsejable es hablar con ellos con naturalidad de cómo va a ser, transmitirles mensajes positivos sobre lo que van a vivir y dejarles claro que vamos a estar allí cuando vuelvan: “No hace falta darle demasiada importancia o hablarlo mil veces. De hecho, puede ser contraproducente porque puede percibirlo como algo muy grande y cogerle miedo”.

¿Qué pasa si no quiere ir?

Si un niño no quiere ir de campamento, lo primero es preguntarse por qué y preguntárselo a él, aunque en principio puede resultar normal que le dé inquietud y miedo enfrentarse a cosas nuevas con gente que no conoce. “Hay niños que se resisten más porque es un entorno que no conocen y no saben al 100% si lo van a poder dominar”, explica Martínez. Pero el miedo es una emoción más y, como tal, se puede educar. “Lo sabrán manejar si cuando expresan ese miedo les comprendemos y les apoyamos para superarlo. Si evitamos que se expongan a él lo único que conseguimos es aumentarlo”, dice.

Les ayudamos a entender su miedo contándoles que todos tenemos miedo a cosas que no conocemos, poniéndoles ejemplos propios en los que como adultos hayamos pasado miedo también, buscando alguna situación en la que ellos hayan sentido miedo y lo hayan superado, explica la experta en psicología infantil. “¿Te acuerdas cuando fuiste al cole la primera vez? También te daba miedo al principio y ahora te gusta y tienes amigos allí”, pone como ejemplo.

Otra estrategia es ayudarles a visualizar cómo va a ser el campamento, lo bien que se lo va a pasar, qué actividades va a hacer, lo bueno que es conocer a otros niños, lo bien que le van a cuidar sus monitores -esto es importante ya que para ellos son adultos desconocidos y necesitan confiar en ellos- y lo contentos que se van a poner todos cuando vuelva a casa de nuevo. “El ‘no tengas miedo’ a secas no funciona, hay que ayudarle a visualizarlo y proponérselo como un reto que va a superar y sobre todo, disfrutar. Al fin y al cabo, consiste en que lo disfruten”, concluye la psicóloga.

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