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Etxarri-Aranatz, el pueblo navarro donde el tiempo y la convivencia se congelaron

Borrado de pintadas a favor de ETA en Etxarri-Aranatz.

Miguel M. Ariztegi

El País Vasco y Navarra han dado pasos notorios para mejorar la convivencia desde aquel feliz 20 de octubre hace 8 años, cuando ETA anunció el cese definitivo de la actividad armada. Con EH Bildu como expresión mayoritaria de una izquierda abertzale que ha apostado definitivamente por la política para expresar sus ideas, las sociedades vasca y navarra hacen esfuerzos para pasar página, para superar sin olvidar lo que ocurrió durante 40 años de “conflicto” o “terrorismo”, según quién califique. Hoy son los presos de ETA -la política penitenciaria- y el “relato” de lo que ocurrió los puntos de fricción más evidentes en una sociedad que, sin embargo, no ha superado del todo el trauma.

Especialmente en los pueblos: “Las ciudades son otra cosa”, dice un nacionalista que prefiere mantener el anonimato, como todos los que han hablado para este reportaje. “No es miedo, es prudencia”, afirma lacónico. Vive en Etxarri-Aranatz, un municipio de poco menos de 2.500 personas que hace un par de semanas volvió a ocupar titulares propios de una época peor: la familia del exalcalde Jesús Ulayar había colocado unas flores por el 40 aniversario de su asesinato a manos de un comando de ETA y alguien las había destrozado y esparcido por el suelo.

Son los pueblos de la Barranca-Burunda como Etxarri-Aranatz, Arbizu, Alsasua… y sus vecinos guipuzcoanos del otro lado de la muga los que más sufrieron no ya la violencia, sino la división profunda que provocó entre familias y cuadrillas de amigos. Etxarri vive anclando en el pasado, incapaz de sacudirse la atmósfera de desconfianza que tantos años de silencio provocaron en el pueblo. El mejor ejemplo está en el Ayuntamiento: 9 concejales de EH Bildu -incluida una alcaldesa que es prima del asesinado Jesús Ulayar- y dos del PP. El resto de fuerzas políticas no encuentran a gente dispuesta a dar la cara para defender sus ideas, ni siquiera los nacionalistas moderados.

 “Hace falta más tiempo, esto no se arregla tan fácil”, explica un vecino. Hay excepciones, claro, como la de Julen Mendoza, ese alcalde de Errenteria de EH Bildu que fue el primero en mirar a una víctima de ETA y pedirle perdón. Pero los héroes son la excepción, no la norma.

El día a día en Etxarri-Aranatz está lleno de detalles que muestran a las claras que el fin del terrorismo y la recuperación de la convivencia son cosas diferentes. Que el asesino de Jesús Ulayar sea hijo predilecto del pueblo, que unos postes donde los vecinos dejan la basura se encuentren justamente en el lugar donde el asesinado recibió cinco tiros, que la casa familiar de los Ulayar aparezca con pintadas cada cierto tiempo, o que en el Mapa del sufrimiento publicado por la fundación Euskal Memoria aparezcan como víctimas el propio Ulayar y su asesino -que según los autores del escrito fue “torturado por motivos políticos”- son apuntes para un estado de la cuestión alejado de lo que en cualquier otros sitio se consideraría normalidad.

La lista es larga, y no ayuda a mejorar la convivencia. Las pasadas fiestas de la localidad, en agosto, fueron invitados al balcón del ayuntamiento hijos de etarras encarcelados, y el pueblo celebra habitualmente actividades como el tiro al facha o el día del inútil para meterse con la Guardia Civil y otras autoridades del Estado, que parece incapaz de mejorar la convivencia en el pueblo.

Juan Antonio Extremera, de 38 años, es uno de los concejales del PP en el Ayuntamiento. El otro es una señora de 78 años que hace tiempo que no acude a los plenos por “motivos personales”. Extremera vive en Pamplona, que está a apenas 30 minutos en coche, pero a un mundo de Etxarri-Aranatz en materia de convivencia. Mientras en la capital navarra EH Bildu es un partido civilizado, que participa en el día a día político, sostiene el Gobierno de Uxue Barkos y ostenta la Alcaldía de Pamplona; en Etxarri ni siquiera dirigen la palabra al concejal popular: “Se niegan a hablarme en castellano, no hay comunicación”, asegura el edil, que no obstante matiza que “el euskera no muerde, muerden los que lo utilizan para insuflar su odio. Muchos votantes míos saben euskera, y están en contra de la violencia”, afirma en una aclaración que también parece propia de otro tiempo.

Acude a los plenos con traductora y escoltado por cuatro agentes de la Guardia Civil. Lleva casi 7 años así, desde que en 2011 el PP logró un concejal en el Ayuntamiento. En la anterior legislatura  sacaron 7 concejales EH Bildu, 3 Nafarroa Bai (un nacionalismo moderado, antecesor del actual partido de Uxue Barkos, Geroa Bai) y 1 el PP. Extremera se presentó como voluntario. Y algo hizo bien, porque en la legislatura actual dobló su representación: de uno a dos concejales. “Fue el único pueblo de Navarra en el que el PP se mantuvo o aumentó, en los demás bajamos. Incluido el Parlamento, donde pasamos de 4 a 2 representantes”, afirma con orgullo. Geroa Bai no se presentó, así que la ley d’Hondt distribuyó el resto de votos en la única opción posible: EH Bildu, que subió a 9 concejales.

Geroa Bai no logró sacar listas esta legislatura, y tampoco lo harán en las elecciones de mayo. Solo Alsasua, dentro de la Sakana, cuenta con una representación plural, que incluye a socialistas, regionalistas y la marca local de Podemos. El resto de Ayuntamientos es territorio de EH Bildu, en exclusiva. “El problema del norte de Navarra es que hay dos partidos con implantación territorial fuerte: EH Bildu y UPN”, explican desde Geroa Bai, que no creen que la falta de voluntarios guarde relación con el ambiente político: “No es tanto por miedo como por estructura”, aseguran.

“Tienen miedo, por eso no pueden sacar listas”, contradice Extremera, que asegura que sus propios votantes no le saludan por la calle, sino que le hacen “gestos discretos” desde lejos, o le invitan a tomar café en la intimidad de sus hogares. “Yo no me creo que hayan cambiado, que Bildu haya cambiado, es teatro puro y duro. Son tan radicales o más que antes. Y ahora los más jóvenes ni siquiera vivieron el terrorismo, el sufrimiento, por lo que no tienen la prevención de sus mayores, el recuerdo de lo que supuso”, defiende Extremera.

Reconoce que gestos como el del alcalde de Errenteria, Julen Mendoza, “valen mucho, pero a esa gente se les está apartando, son los más radicales los que están cogiendo el poder dentro del mundo de Batasuna”.

Se refiere a las corrientes internas como Amnistia Ta Askatasuna (ATA), o los movimientos juveniles como Ikasle Abertzaleak, que representan una vanguardia dentro de la izquierda abertzale descontenta por los pasos dados en materia penitenciaria desde el fin de ETA.

La presencia de Extremera es testimonial en el Ayuntamiento. Los 9 concejales de EH Bildu aplican su rodillo e impiden que prospere cualquier iniciativa suya. Incluida la que pedía solidarizarse con la familia Ulayar después de que algún desalmado hiciese trizas las flores que recordaban su asesinato. “Su argumento es que hay mucha gente que sufre, que muchos hijos no pueden ver a sus padres porque están encarcelados a muchos kilómetros de distancia”, explica el edil. Los que están en esa situación son hijos de etarras o de condenados por algún tipo de relación con ETA a los que todavía se les aplica la política de dispersión. El Ayuntamiento contempla una partida anual de ayudas económicas para los viajes de los familiares de los presos.

Extremera gana 650 euros al año por su trabajo como edil en Etxarri-Aranatz. Ni las amenazas de muerte, ni los desprecios diarios le amedrentan, pero reconoce que se duda repetir en las listas de las elecciones de mayo: “Tengo que pensarlo, mi familia me dice que lo deje”.

Queda mucho por hacer en Etxarri-Aranatz para recuperar la convivencia. Y aunque los que expresan opiniones contrarias a la mayoría lo hacen bajo el requisito de permanecer en el anonimato, casi todos coinciden en que, con todo, “el ambiente es mejor que antes. O menos malo, si lo prefieres”.

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