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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Goebbels tenía razón

Gonzalo Bolland

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Hace muchos siglos una mentira repetida hasta la saciedad generaba una costumbre o una religión, pero ahora las mentiras que se propagan continuamente a través de los medios de comunicación no generan más que periodistas que parecen funcionarios, patriotas que parecen fanáticos, consumidores que parecen drogadictos y políticos que parecen líderes eclesiásticos. Me parece recordar que fue el lascivo y lisiado Josef Goebbels, ministro de propaganda del tercer Reich, quién sostuvo la revolucionaria teoría de que basta con repetir una mentira lo suficiente como para que todo el mundo se la crea. Por eso lo sorprendente de este estado de cosas en nuestro maltratado país no es que a nadie le escandalice que un presidente de Gobierno tenga por mejor cualidad ser un consumado mentiroso – recuérdese, por ejemplo, lo que ocurrió con sus promesas electorales o lo que dijo acerca de la contabilidad B de su partido – sino que haya quien se sorprenda de que quienes ejercen el poder, cualquier forma de poder, mientan. El poder miente. Siempre. Está en sus genes. No admitirlo resulta tan ingenuo como pretender ganarse la vida ejerciendo honestamente tu oficio en un país donde el dinero solo se obtiene mediante la especulación, la estafa, la malversación de fondos públicos, el tráfico de influencias o adhiriéndose a alguna de las muchas sectas, político, religiosas o económicas, que brotan por todas partes como malas hierbas en un jardín desatendido.

El engaño es la actividad económica que más rendimientos mercantiles obtiene, seguramente porque la cultura de nuestra época está basada en la mentira de la que hablaba Goebbels – en esto, como en tantas otras cosas, los nazis han terminado venciendo -. Todo ello explica el tremendo éxito del premio Planeta, por ejemplo, las tetas de silicona, las cremas antiarrugas, la cotización bursátil de las empresas tecnológicas, las dietas adelgazantes, los muebles de Ikea, las exposiciones en museos como el Guggenheim y las películas porno, además de todas esas hollywoodenses que muestran mujeres pluscuamperfectas, asesinos chicanos, coches que no sufren rasguño alguno aunque colisionen contra manadas de rinocerontes histéricos y musculosos protagonistas que no se despeinan el flequillo ni un ápice por más que los despeñen desde la cumbre más alta de las Montañas Rocosas.

“El mundo es tal estercolero que me veo obligado a llevar sombrero”, reza una sentencia de Leonard Cohen. Esto ha sido siempre así, desde el inicio de los tiempos hasta el reinado de Felipe Sexto. Así que para sobrellevar, con un mínimo de dignidad, toda la inmundicia que, a diario, cae sobre nuestras desorientadas cabezas me parece que el truco consiste en aprender a convivir con la mentira. Eso sí, sin hacer demasiados aspavientos, sin rasgarse las vestiduras, sin proferir estremecedores alaridos por los pasillos y procurando, siempre, no mesarse desesperadamente los cabellos ante las desvergonzadas mentiras que el poder promociona continuamente desde sus innumerables medios de comunicación. Convivir con la mentira como quién convive con un animal doméstico ligeramente trastornado. O lo que es lo mismo, levantarse todas las mañanas de la cama teniendo perfectamente asumido que no solo los espejos mienten – uno siempre es mucho más joven de lo que los espejos reflejan - sino que también lo harán los periódicos, la radio, la portavoz del gobierno, los analistas bursátiles, el tendero, María Dolores de Cospedal, el charlatán del barrio, las canciones de los Rolling Stones, los ideólogos de Podemos y la amistad que se encuentra en eso que llaman las redes sociales. Nada es lo que parece. Nada. Salvo, tal vez, las rutinas que conforman los limitados horizontes de nuestras limitadas vidas. Aunque a veces ni siquiera eso...

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