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Economía requiere un contrapeso

El nuevo ministro de Economía, Carlos Cuerpo recibe la cartera de manos de su antecesora, Nadia Calviño.

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El apretón presupuestario, con el retorno al cumplimiento de las reglas fiscales europeas, ha marcado el relevo ministerial en Economía. El nuevo ministro, Carlos Cuerpo, es técnico comercial y economista del Estado, teco en la jerga administrativa española. Como Nadia Calviño, Román Escolano, Luis de Guindos o el recientemente fallecido Pedro Solbes. Todos ellos aprobaron una dificilísima oposición que abre las puertas a la Administración, a las empresas privadas y a puestos clave en la Unión Europea. 

Precisamente en la Comisión fue donde Carlos Cuerpo comenzó a bregarse. Era 2011, cuando las normas de austeridad fiscal y los rescates financieros exigían a los Estados una reducción de gastos que agravó la recesión. Cuerpo trabajó con el gobierno conservador de Rajoy en la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, Airef. Allí ejerció de director de análisis macroeconómico con José Luis Escrivá como máximo responsable. Escrivá ejercerá a partir de ahora como ministro de Transformación Digital y Función Pública; Cuerpo, como titular de Economía y presidente de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos. La tecnocracia suele circular hacia arriba cuando no viaja al sector privado. 

Quizá el mayor mérito del nuevo ministro sea el de representar la continuidad en una cartera que ejerce de faro y enlace con el poder supranacional. Las posibilidades de su perfil han quedado acrecentadas por dos factores: el primero, por el supuesto rechazo de otros candidatos como los exsecretarios de Estado José Manuel Campa y David Vegara, que sirven actualmente en el sector bancario y que no son altos funcionarios; y segundo, por el papel del ahora titular económico como negociador de las nuevas reglas de déficit y deuda pública. Cuerpo cesa precisamente como secretario general del Tesoro, donde ejercía como responsable de la gestión de la deuda pública estatal. 

Las reglas fiscales obligan al Estado español a respetar una serie de límites de déficit público y de endeudamiento con respecto al PIB, en particular, a no superar el 3% de déficit y el 60% de deuda. Pese a la flexibilidad que ha logrado otorgarse a estos criterios tras las últimas negociaciones, la presión alemana ha logrado mantener las cifras del pacto de estabilidad y crecimiento, establecido tras el Tratado de Maastricht. Unos criterios que deberían ser siempre medios y nunca fines para que Europa y sus países miembros pudieran incrementar su productividad y resiliencia en un contexto de incertidumbre radical. 

En dicho contexto, el impulso de inversiones ambiciosas, de fórmulas más imaginativas de financiación, como la deuda mutualizada, e incluso, de una reflexión sobre la naturaleza del dinero y de la deuda pública podrían contribuir a hacer del supranacional un ente con más capacidad de supervivencia en el mundo a medio y largo plazo. 

Cuerpo representa, en definitiva, la continuidad entre los burócratas que toman algunas de las decisiones que más nos afectan. No obstante, algunas cosas han cambiado entre los tecos durante estos años. Entre estas, el papel del Banco Central Europeo desde 2012, la nueva orientación de la Comisión, una generación de economistas capaces de ver más problemas que la inflación en España y, por supuesto, el contrapeso de los ministros del gasto, y en especial, de los de Sumar, cuya voz debe seguir oyéndose también en esta área. 

Gobernar en coalición es caminar entre equilibrios políticos, ideológicos, corporativos y electorales. Este Ejecutivo continuará en un continuo diálogo entre democracia y tecnocracia: el tiempo dirá si el nuevo ministro se acerca más al recientemente fallecido Jacques Delors que al también finado Wolfgang Schäuble. Dos exministros de Hacienda y, al mismo tiempo, dos formas muy distintas de concebir la economía nacional y la europea. De nuestros actores políticos, sindicales, burocráticos y corporativos depende todo ello. 

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