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Cuando la guerra es negocio, la paz no es la prioridad

Soldados ucranianos disparan un cañón antiaéreo a una posición cerca de Bajmut, en la región de Donetsk, al este de Ucrania, el pasado 4 de febrero, en medio de la invasión de Rusia. EFE/EPA/SERGEY SHESTAK

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Al abrigo del anunciado envío de los tanques Leopard españoles a la guerra en Ucrania y coincidiendo con la presentación del último informe de exportaciones españolas de material de defensa del primer semestre de 2022, cuando la guerra apenas comenzó, enviado hace tan solo unos días al Congreso, aparecen cuanto menos tres aspectos que nos hacen pensar que trabajar por un alto el fuego y un acuerdo de paz no sea la prioridad de nadie en estos momentos. El elevado y creciente volumen de transferencias de armamento de España a Ucrania, el liderazgo cada vez más evidente del Pentágono en la respuesta a la invasión de Ucrania y los intereses una industria militar que está viviendo su agosto particular.

En el primer semestre de 2022, el Gobierno español autorizó la venta de armamento a Ucrania por valor de 209 millones de euros, solo superado en los destinos fuera del entorno OTAN por el siempre controvertido destino para el armamento español, Arabia Saudí, por el encargo para Navantia 5 de nuevos buques de guerra para su Armada, inmerso en otra guerra.

Las autorizaciones de licencias de exportaciones de armas españolas a Ucrania se refieren sobre todo a la categoría 3, en la que se incluyen municiones, explosivos. De hecho la licencia de mayor valor se refiere a disparos de 155 mm para cañones de artillería, probablemente suministrado por Expal, por valor de 186 millones de euros.  Durante el mismo período se entregaron vehículos militares. Como podemos comprobar en una noticia del propio ministerio de 6 de octubre de 2022, España entregó armamento por valor de 200 millones hasta esa fecha consistente en “artillería de campaña, combustible, vehículos acorazados, sistemas de misiles de defensa de punto”, además de haber comenzado entonces a “brindar un adiestramiento básico a fuerzas ucranianas en España”, en la Academia de Infantería del Ejército de Tierra en Toledo y en la base aérea de Zaragoza.

El envío de los Leopard españoles que se prevé en primavera aparecerá en el informe de exportación de armas del año que viene, junto al posible envío de aviones de combate y otro armamento que irá aumentando la participación española en la guerra de Ucrania.

La participación militar española en la guerra de Ucrania es en parte coordinada desde el Fondo Europeo para la Paz, una herramienta de intervención en el exterior de la UE por la que Europa transfiere dinero a otros países para que adquieran armas europeas. Sin embargo, el inicial protagonismo de la UE está viéndose claramente relegado por la OTAN, liderada también en este conflicto por el principal valedor del ejército ucraniano, EEUU, que ha destinado más de 23 mil millones de dólares en armamento y por Reino Unido, con cerca de 3 mil millones en ayuda directa militar. Ambos muestran sin ambages su rol activo en esta guerra. Otros miembros europeos de la Alianza Atlántica anuncian día tras día mayores compromisos en el envío de armas Ucrania

La contribución militar a la guerra de Ucrania proveniente de los países OTAN parece seguir una evolución ascendente en la que nuevos armamentos con características y posibilidades de uso de mayor alcance generan una escalada bélica en la que no parece descabellado pensar que pueda incluir el envío de tropas sobre el terreno en una fase más avanzada del conflicto. El único límite existente es el de no provocar una guerra abierta entre Rusia y los países OTAN. La vía militar, claramente hegemónica en este conflicto, no hace más que acercarnos a la línea roja que nadie quiere cruzar, la de provocar una escalada bélica de tal magnitud que lleve al uso del arma nuclear por Rusia. 

El resultado a la vista está, una guerra que no acaba ni se pretende que lo haga en el corto plazo. De hecho, todo indica que se preveía larga desde el inicio. Casi un año después vemos que uno de los indicadores de la guerra, el del negocio armamentístico, es descomunal. Las empresas de armas de los principales suministradores al ejército ucraniano están haciendo planes de ampliación de sus instalaciones y cadenas de producción, para  dar respuesta a la creciente demanda de la carrera armamentista en la que estamos inmersos. 

Cuando el 80% de la producción militar mundial está en manos de empresas de EEUU y Europa Occidental y más de la mitad del presupuesto militar mundial está en manos de los países OTAN, está claro quién hace negocio en río revuelto. Cuando la guerra es negocio uno no deja de pensar en qué puedan hacer para que no acabe quienes de ella se benefician. Quizá por ello los esfuerzos diplomáticos por la paz y por un alto el fuego inmediato que cambie el tablero de juego y de resolución del conflicto por una vía no militar no sean la prioridad. El interés de poner fin al conflicto por quienes se benefician de la nueva arquitectura de inseguridad en Europa, que genera una larga guerra con Rusia, es inversamente proporcional a la peligrosa escalada bélica que multiplica sin cesar sus beneficios. Cuando no quede nada por ganar, la paz será la prioridad.

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