Impídanme hacerlo: por qué el PSOE no quiere gobernar
Cuentan que, a finales de 1932, en plena resaca de la Gran Depresión, un flamante Roosevelt recién elegido presidente reunió a los sindicatos y a las principales organizaciones sociales para escuchar sus demandas de cambio en la política económica de los EE UU. Y que fueron tantas y tan profundas las solicitudes que, al acabar la reunión, se dirigió a ellos diciendo: “Todo eso está muy bien, así que salgan ahí fuera y oblíguenme a hacerlo”.
Es curioso, pero tres cuartos de siglo más tardes, esa misma -pero exactamente al revés- parece ser la manera elegida por el PSOE para afrontar su papel político en la resaca de la crisis actual.
Ante la presión de nuevos actores políticos que exigen verdaderos cambios en favor de políticas enfocadas a las necesidades de la gente, el PSOE busca atraer elementos que simplemente le impidan cumplir con sus promesas, con su lugar histórico, con su programa y, si es posible, también que le impidan gobernar. Porque esa es la otra parte del pacto: que precisamente a cambio de no poder gobernar se les permita a ellos ser quienes gobiernen.
Pongamos por ejemplo el pacto de la mesa del Congreso al inicio de la legislatura. Teniendo en cuenta el sistema de elección, el PSOE tenía en su mano forzar a Podemos a votar a Patxi López como presidente del Congreso. Esto, junto con los dos miembros que les correspondían a Podemos y al PSOE directamente con sus votos daría a estos dos partidos cinco miembros de nueve en el principal órgano de la Cámara. ¿Que hizo el PSOE? Pactar con Ciudadanos y PP la Presidencia del Congreso a cambio de otorgarles a ellos la mayoría: tres miembros para el PP -con el voto de Ciudadanos- y dos de Ciudadanos -con el voto del PSOE-. Lo suficientemente enrevesado para ocultar el pacto con el PP que les daba igualmente la presidencia y lo suficientemente efectivo para conseguir quedarse en minoría y no tener que afrontar las importantes cuestiones que la Mesa del Congreso tendría que afrontar. Lo que el PSOE propuso como pacto fue simplemente 'impídanme hacerlo'.
Si nos fijamos, no muy diferente ha sido la estrategia para formar Gobierno. Si ya fue complicado conseguir que el PSOE introdujera en el programa cuestiones como la derogación de la reforma laboral, no debemos sorprendernos de que prefiera un pacto con Ciudadanos a un pacto con las llamadas fuerzas del cambio: el pacto con Ciudadanos tiene una ventaja indiscutible que supera con creces lo limitado de su apoyo y es que, sin duda, les va a impedir cumplir con su programa, les va a impedir gobernar, les va a impedir hacerlo... Y, claro, no será culpa suya, ya saben, es que hay que pactar.
¿Alguien de verdad puede pensar que hay impericia o error en el 80% que de la negociación obtiene un partido como Ciudadanos respecto al 20% de un PSOE curtido en mil batallas? En realidad la impotencia es la esencia del pacto. El pacto de gran coalición que el PSOE propone es simplemente otro: Pedro Sánchez pone el Gobierno y los de Ciudadanos -y luego el PP- le impiden gobernar. Así nada cambia en este país aunque cambie el Gobierno. Pero la culpa no es del PSOE... porque se lo impidieron.
No es extraño, por tanto, que ahora el Régimen se revuelva contra un Rajoy convertido en la pieza amorfa del puzzle gatopardiano, descubriendo, escandalizados cual capitán Renault en Casablanca, que el PP es un partido corrupto. No es extraño, tampoco, que el Régimen trate de escarbar en las diferencias de Podemos tratando de instalar su fino radar para la traición, a ver si entre sus filas consiguiera encontrar a alguien dispuesto a conformarse con esta flamante gobernabilidad impotente.
Porque la propuesta es sencillamente hermosa para un Régimen preocupado: el PSOE acepta el Gobierno... a cambio de no poder gobernar.
Solo así se explica que, tras el planteamiento de los nacionalistas en el debate de investidura, cuanto más factible se muestra la posibilidad real de un Gobierno de verdadero cambio con Podemos y las confluencias, más les horrorice el acuerdo.
Y que, finalmente, a partir de ahora hayan decidido que a todas las negociaciones vaya también Albert Rivera. No sea que en cualquier despiste se vean en disposición de pactar. Y entonces, simplemente, necesiten de alguien que les impida hacerlo.