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Morir por un sueldo

El 83 % de los estadounidenses ve el futuro como motivo importante de estrés

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Hablar de ecología y sostenibilidad del medio ambiente se ha convertido desde hace años en un lugar tan común como obligado. A estas alturas, nadie sensato duda de que nuestro planeta y la vida en él se encuentran seriamente amenazados por los comportamientos de quienes lo habitamos, empezando por empresas y gobiernos. Se están adoptando medidas, aunque a todas luces insuficientes. La degradación del medio ambiente ha de interpelarnos a todos.

Sin embargo, existe otra sostenibilidad que también nos afecta íntimamente y a la que no se dedica la atención que se merece; se trata de la sostenibilidad humana, que se pone diariamente en peligro al exponer a las personas que trabajan en empresas y organizaciones a entornos laborales que menoscaban su salud e incluso ponen en peligro sus vidas. Y no me refiero en concreto ni principalmente a trabajos físicamente peligrosos, sino a la llamada “degradación del medio humano”. El puesto de trabajo influye profundamente en la salud humana, incluso en su mortalidad.

Informes disponibles de la American Psychological Association apuntan que el trabajo y el dinero eran las principales fuentes del estrés, con un 25% de los adultos reconociendo sufrir niveles extremos. Según otros estudios, más de la mitad de los empleados afirman padecer un nivel de estrés que les lleva a enfermar, y un 10% necesitan hospitalización. Mientras la pandemia Covid 19 sigue ocupando casi todo el espectro informativo y la correspondiente atención de los directivos y empresarios; sin embargo, la realidad subyacente acerca del medio ambiente tóxico de no pocas empresas persiste, y va al alza. A mi juicio, está patología social casi tiene mejor pronóstico que la erosión voluntaria de la naturaleza, sin embargo, no me inunda el optimismo al pensar que carecemos de las dosis necesarias de voluntad para afrontar el tratamiento.

Hace un par de años Jeffrey Pfeffer, profesor de Stanford, publicó Dying for a Paycheck. How Modern Management Harms Employee Health and Company Performance, un libro que subraya dos realidades contrapuestas que se retroalimentan en un bucle negativo: demasiadas empresas echan mano de prácticas de gestión que no favorecen ni a empleados ni a empleadores. Las mismas prácticas insanas que hacen enfermar debido a su grado de toxicidad, simultáneamente matan la motivación y el compromiso, impulsan el abandono del trabajo por otro; en definitiva, empobrecen la calidad del trabajo y sus resultados en todas las dimensiones.

Mientras sabemos medir la sostenibilidad medioambiental para mejorarla continuamente, lo que es un gran logro, apenas paramos mientes en la sostenibilidad humana, que no es menos esencial. A la salida del túnel en el que llevamos tantos meses, hemos de ser capaces de reconstruir puestos de trabajo que fomenten la salud mental y física, en vez de socavarla; que soslayen prácticas de gestión que conducen al desgaste hasta la consumición por cremación (síndrome de burn-out) y a otras enfermedades. 

Conviene que todos tengamos presente que los riesgos psicosociales están más omnipresentes que los físicos. Los empleadores deben entender qué está pasando con las prácticas que usan a la hora de dirigir a sus empleados, identificar si polucionan el ambiente humano, en qué medida y proceder a cambiar. Es hora de dejar a un lado tanta palabrería acerca de las políticas y prácticas que inducen entornos de alto rendimiento, en los que se acrecienta la productividad empresarial, para abordar la realidad insobornable de la insatisfacción, la desconfianza y la desconexión con la dirección que campan por demasiadas de nuestras empresas. El puesto de trabajo importa para la salud humana en todas sus dimensiones y el bienestar. Convencerse de que cambiar para hacerlo mejor tiene consecuencias deseables para todos no exige ser muy listo.

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