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El primer paso, reconocer el verdadero problema

Palestinos protestan en Nablus tras el ataque a un hospital de Gaza.

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Hay un giro curioso que ocurre en muchas reacciones a los ataques de Hamás: en el momento en que uno menciona la necesidad de comprender el trasfondo de la situación, la reacción predominante es que se le acusa de apoyar o justificar el terrorismo de Hamás. ¿Somos conscientes de lo extraña que es esta prohibición de entender? Lo considero una catástrofe moral.

Al entender el trasfondo ciertamente no me refiero a la fatuidad absoluta disfrazada de profunda sabiduría: “Un enemigo es alguien cuya historia no has oído”. ¿Estamos también dispuestos a afirmar que Hitler era sólo un enemigo porque su historia no fue escuchada? ¿No es más bien que cuanto más conozco y “entiendo” a Hitler, más enemigo es Hitler? Sin mencionar el hecho de que las historias que nos contamos a nosotros mismos son, por regla general, mentiras fabricadas para justificar los horrores que les hago a los demás: la verdad está ahí fuera, en lo que estamos haciendo en la realidad. Todo agresor se presenta como una víctima que reacciona ante una agresión. Cuando el ministro de Defensa israelí dijo que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) están luchando contra “animales humanos”, cruzó cierta línea y él mismo actuó como un animal.

Ismail Haniyeh, líder de Hamás que vive cómodamente en Dubái, dijo el día del ataque: “Sólo tenemos una cosa que decirles: salgan de nuestra tierra. Fuera de nuestra vista… Esta tierra es nuestra, al-Quds [Jerusalén] es nuestra, todo [aquí] es nuestro… No hay lugar ni seguridad para ustedes”. Claro y repugnante. ¿Pero no dijo el Gobierno israelí algo parecido, aunque no de forma tan brutal? Aquí está el primero de los “principios básicos” oficiales del actual Gobierno de Israel: “El pueblo judío tiene un derecho exclusivo e inalienable sobre todas las partes de la Tierra de Israel. El Gobierno promoverá y desarrollará la colonización de todas las partes de la Tierra de Israel: en Galilea, el Néguev, el Golán, Judea y Samaria”. O, como ha afirmado Netanyahu, “Israel no es un Estado de todos sus ciudadanos”, sino “del pueblo judío, y sólo de él”. ¿Cómo se puede, después de semejante “principio”, reprochar a los palestinos que se nieguen a negociar con Israel? ¿Este “principio” no excluye cualquier negociación seria, no deja a los palestinos sólo una resistencia violenta? Los palestinos son tratados estrictamente como un problema, el Estado de Israel nunca les ofreció ninguna esperanza delineando positivamente su papel en el Estado en el que viven.

Entonces, ¿quién tiene la culpa? ¿Deberíamos culpar a las FDI o a sus servicios secretos? Véase 'The Gatekeepers' de Dror Moreh (2012), un documental de entrevistas con seis jefes del Shin Bet que muestran una moderación sorprendente y están llenos de advertencias contra los políticos. Moreh dijo que, después de entrevistar a los jefes del Shin Bet, decidió que Netanyahu “representa una gran amenaza para la existencia del Estado de Israel”. Continuó: “Vi en sus ojos cómo nuestros líderes realmente no quieren resolver este problema. No tienen la audacia, la temeridad, la voluntad, el coraje que necesitamos de un líder”. No culpo sólo a los dirigentes israelíes. Creo que los líderes palestinos padecen la misma horrible enfermedad. Creo que lo que dijo Abba Eban acerca de que los palestinos “nunca pierden la oportunidad de desaprovechar una oportunidad” se aplica a ambas partes. Lo mismo ocurre con las FDI –recuerden a los refuseniks que no querían servir en el ejército en Cisjordania–. Lo que sucede en Israel con el último gobierno de Netanyahu es un proceso político en estado puro.

Simon Wiesenthal escribió: “El Estado de Israel, continuamente victorioso, no puede depender para siempre de la simpatía mostrada hacia las víctimas”. Arthur Koestler, el gran anticomunista converso, saca la conclusión de esta idea: “Si el poder corrompe, lo contrario también es cierto; la persecución corrompe a las víctimas, aunque quizás de maneras más sutiles y trágicas”. Esto es válido para ambos bandos en la guerra en curso. La primera generación de líderes israelíes confesó abiertamente el hecho de que sus reclamos sobre la tierra de Palestina no pueden basarse en la justicia universal, que estamos ante una simple guerra de conquista entre dos grupos entre los cuales no es posible ninguna mediación. Esto es lo que escribió David ben Gurion, el primer Primer Ministro de Israel: “Todo el mundo puede ver el peso de los problemas en las relaciones entre árabes y judíos. Pero nadie ve que no hay solución a estos problemas. ¡No hay solución! Aquí hay un abismo, y nada puede unir sus dos lados… Nosotros como pueblo queremos que esta tierra sea nuestra; los árabes como pueblo quieren que esta tierra sea suya”.

El 29 de abril de 1956, un grupo de palestinos de Gaza había cruzado la frontera para saquear las cosechas en los campos del kibutz Nahal Oz; Roi, un joven judío miembro del kibutz que patrullaba los campos, galopó hacia ellos en su caballo blandiendo un palo para ahuyentarlos; fue capturado por los palestinos y llevado a la Franja de Gaza; cuando la ONU devolvió su cuerpo, le habían arrancado los ojos. Moshé Dayán, entonces jefe de Gabinete, pronunció el panegírico en su funeral al día siguiente: “No culpemos hoy a los asesinos. ¿Qué derecho tenemos contra su odio mortal hacia nosotros? Han vivido en los campos de refugiados de Gaza durante los últimos ocho años, mientras que justo ante sus ojos hemos transformado en nuestra propia heredad la tierra y las aldeas donde ellos y sus antepasados alguna vez vivieron. No es entre los árabes de Gaza sino entre nosotros mismos donde debemos buscar la sangre de Roi. ¿Cómo hemos cerrado los ojos y nos hemos negado a mirar directamente nuestro destino y ver el destino de nuestra generación en toda su brutalidad? ¿Hemos olvidado que este grupo de jóvenes que viven en Nahal Oz lleva sobre sus hombros el peso de las puertas de Gaza?”.

¿Se puede imaginar una afirmación similar hoy? Basta recordar lo lejos que estamos de la situación de hace un par de décadas, cuando hablábamos de un acuerdo de “tierra por paz”, de la solución de dos Estados, cuando incluso los partidarios más firmes de Israel lo presionaban para que no construyera asentamientos en Cisjordania. En 1994, Israel construyó un muro que separa Cisjordania del Israel de 1967, reconociendo así a Cisjordania como una entidad especial. Todo esto ahora se desvaneció en el aire.

Europa tiene que encontrar nuevamente su propia voz aquí, no simplemente unirse al clamor global. Puede hacerlo, porque pudo hacerlo durante décadas, siempre dispuesto a ver la complejidad de la situación y escuchar a todas las partes. Sería una pena dejar este papel a Putin y China.

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