La portada de mañana
Acceder
La gestión de la DANA y sus mentiras ponen a Mazón contra las cuerdas
Los catedráticos y jefes de mantenimiento que 'salvó' a 1.718 alumnos en la UV
Opinión - Lo siguiente era el fascismo. Por Rosa María Artal

¿Renovables? Sí, gracias

Economista ambiental y ensayista —
10 de marzo de 2023 22:42 h

0

Dedicado a Amory B. Lovins

El 1 de octubre de 1976 la prestigiosa revista norteamericana Foreign Affairs publicaba un largo ensayo del físico Amory B. Lovins (tenía entonces 29 años), quien después sería presidente y fundador del legendario centro de investigación y asesoramiento sobre temas energéticos Rocky Mountain Institute. Se trataba de un ensayo extraordinariamente visionario titulado “Energy Strategy: The Road not Taken”, en el que por primera vez se contrastaba de manera exhaustiva las ventajas de una estrategia energética suave a largo plazo, basada en la eficiencia, la generación distribuida y las tecnologías renovables, frente la estrategia dura por la que apostaba su país, Estados Unidos, basada en la proliferación de centrales nucleares y la explotación exhaustiva de todos los recursos fósiles. El sueño del camino energético entonces no adoptado descansaba en los tres pilares mencionados. Disminuir de manera radical las enormes ineficiencias del sistema, avanzar hacia una generación distribuida aproximándola al lugar donde tenían lugar los usos finales de la misma y aprovechar la casi infinita energía proveniente del sol para sostener las necesidades de la economía y la sociedad.

Tres años antes, 1973, se había producido el primer shock del petróleo y las élites norteamericanas habían entrado en pánico ante el daño infligido por el uso geopolítico del crudo a manos del cártel de la OPEP. Se trataba de reaccionar al sentimiento de inseguridad en el abastecimiento de energía que se había generado en dicha crisis. Lovins argumentaría lúcidamente que había otro camino para responder a la situación… Sabemos bien cuál de ambas estrategias prevaleció, así como las consecuencias que dicha decisión acarrearía en años y décadas venideras no sólo a Estados Unidos sino a nivel mundial: shock del petróleo de 1979 y del gas en 2022 con sus graves efectos sobre la inflación y el empleo, guerras de ocupación por el control de los recurso petrolíferos (Irak), grave crisis climática, siete millones de muertes anuales por la contaminación del aire, Chernóbil y Fukushima, utilización de las exportaciones de gas como vector de poder, etcétera. La lista es larga y  aporta un elemento definidor de nuestro tiempo.

A lo largo de los casi cincuenta años transcurridos desde la publicación del seminal ensayo de Lovins, el movimiento ecologista internacional y la inmensa mayoría de los movimientos ecologistas nacionales y locales hicieron de la defensa del camino energético suave un elemento clave de su identidad. Durante décadas fue una propuesta casi utópica. El solo hecho de imaginar que algún día se podría ir poniendo fin a la columna vertebral energética que sostenía la economía-mundo con sus centenares de centrales atómicas, sus miles de centrales térmicas de carbón y gas, sus millones de pozos de petróleo, etcétera, parecía literalmente un sueño. Sin embargo, una generación después la conversación había cambiado. La principal razón: se había hecho realidad la temida desestabilización del clima, atisbada ya en los setenta por las mentes más informadas y lucidas. 

El cambio real comenzaría en el año 2000 cuando el gobierno de la principal economía europea y entonces tercera del mundo, Alemania, puso en marcha su propia versión del camino suave, la estrategia Energiewende. Significativamente, la impulsó el primer gobierno de coalición entre la socialdemocracia y los Verdes, cristalización política del movimiento ecologista alemán curtido en las formidables luchas antinucleares de aquél país. Una vez que Alemania hizo una apuesta por la eficiencia y las renovables, estrategia que a agrandes rasgos sería replicada por la Unión Europea a partir de 2007, se crearon las condiciones de demanda de mercado para que una economía industrial como la china  se lanzase a la fabricación masiva de módulos solares y aerogeneradores. En poco tiempo, sus precios unitarios relativos descendieron de manera drástica, lo que dio pie a su vez a que se incrementase la demanda internacional de dichas tecnologías. Se había activado un círculo virtuoso, una disrupción tecnológica, por el que en el importantísimo sector de la generación eléctrica las tecnologías renovables y su generación distribuida, incluyendo el autoconsumo, comenzaban a hacerse realidad treinta años después del ensayo de Lovins.

En ese marco de referencia produce una cierta tristeza ver que desde algunos círculos se menosprecia hoy día el avance que supone pasar de quemar carbón y gas, a utilizar el poder del sol y del viento a la hora de generar la energía eléctrica que necesitan nuestros hospitales y universidades, nuestras fábricas y hogares, nuestras residencias… Qué fácil se dice que dicha transformación apenas supone cambiar el surtidor de la gasolinera por un enchufe eléctrico! Se oculta que detrás de esa aparente nimiedad se está manifestando la divergencia entre dos modelos, dos estrategias, dos visiones del mundo de la energía. El sendero suave del aprovechamiento del poder del sol y el viento, frente al sendero duro nuclear y fósil. 

Esta reflexión es pertinente en un momento en el que se escuchan en nuestro país cada vez más voces contrarias al desarrollo de las renovables. Por supuesto nadie las cuestiona por sí mismas, ese es un debate ya ganado a nivel de la sociedad. Sin embargo, al alimentar un discurso público en el que se cargan las tintas sobre los aspectos negativos de su desarrollo en lugar de los positivos se va generando un significado social contrario a su avance. El despliegue de las renovables es percibido en ese discurso más como una pesada carga que como la cristalización de un progreso real hacia un modelo diferente de relacionarnos como sociedad con la energía que precisamos. Por ello, los movimientos sociales y políticos que tan alegremente se están apuntando al “pero no así”, han de ser consciente de que en la batalla cultural y social que están alimentado hay un riesgo real de que con el agua sucia sea el niño al que se arroje por la bañera.

Este debate legítimo y significativo es difícil que impida alcanzar los objetivos que nuestro país se ha propuesto para 2030 en su Plan Nacional de Energía y Clima, 2021-2030. Ahí no está el problema. Afortunadamente el desarrollo de las renovables goza hoy día en España de un extraordinario impulso político por parte del gobierno progresista de coalición, así como de un apoyo social mayoritario y de un importante respaldo económico. Sin embargo, la relevancia que está adquiriendo dicho debate apunta a tres problemas muy serios a medio y largo plazo que merecen la debida atención. 

En primer lugar, si va calando el marco narrativo que asocia desarrollo de las renovables con injusticia para la España Vaciada, destrucción de la naturaleza y la biodiversidad y beneficios para “los de siempre”, se generará como lluvia fina un efecto secundario no deseado. Adquirirá más fuerza y credibilidad la prolongación de la vida del parque nuclear, tema que permanece latente y agazapado en los partidos de la derecha y la extrema derecha a la espera de unas condiciones políticas y de opinión pública más favorables. Si las renovables traen más problemas que beneficios, ¿qué perdemos por alargar la vida de unas centrales que no generan emisiones de gases de efecto invernadero, ni impactos en el territorio? ¿Qué sentido tiene cerrarlas si las alternativas ocasionan tantos problemas?

En segundo lugar, la transformación de la energía hacia la neutralidad climática es una apuesta nacional y europea que se ha de ir desarrollando a lo largo de las tres próximas décadas, en el horizonte 2050. Los objetivos a 2030 pivotan sobre todo en la transición del sector eléctrico y son los menos difíciles de alcanzar. La descarbonización del transporte y la movilidad, de la edificación, la industria y la agricultura suponen retos formidables que en buena medida se han de ir logrando a partir de esa fecha. Precisarán una electrificación basada en renovables a una escala muy superior a la que tendremos en 2030. Por eso, es tan decisivo ganar la batalla de la opinión pública ya que sin un apoyo social claro y rotundo a las renovables será difícil que se logren los desarrollos y las transformaciones que se precisarán con posterioridad a 2030.

Finalmente, por lo que tiene de repercusión hacia el resto de Europa y hacia el resto del mundo. Las renovables suponen, con la eficiencia y el ahorro, el núcleo central de la respuesta real a la emergencia climática. Tres de cada cuatro toneladas de gases de efecto invernadero que se generan anualmente a nivel global provienen del sistema energético fósil y de los usos industriales asociados. Si como consecuencia de esa desvalorización de las renovables no encuentran en los próximos años el apoyo de la opinión publica en un país  como España, al que con razón se le considera a la vanguardia mundial de la transformación de la energía, ¿cómo será percibido esa decisión por la sociedad brasileña, la india, o la sudafricana? Dirán, y con razón, que si en un país como España económicamente desarrollado, con enorme potencial solar y eólico e industria propia en esos ámbitos, no quiere las renovables, ¿por qué razón la habrían de querer ellos? El efecto contagio podría ser desmotivador convirtiéndose en una palo entre las ruedas. Quienes se frotarían las manos en ese escenario serían los sospechosos habituales: Exxon, Shell, Aramco, BP, Petrobras, Gazprom… y por supuesto el Retardista Nacional Jefe, Repsol. Sin un desarrollo masivo de renovables a nivel mundial la transformación de la energía será una quimera y el estatus quo fósil saldría vencedor como ya lo hizo en la coyuntura en la que Lovins escribió su ensayo. En esas circunstancias, la emergencia climática se convertiría inexorablemente en catástrofe climática.

Por supuesto, es preciso reconocer y respetar la lucha distributiva que se dirime en esta batalla cultural y social por el relato sobre las renovables. Los territorios en los que se desarrollan tienen todo el derecho a participar de manera justa en los beneficios que generan los proyectos mediante fórmulas creativas e innovadoras que las empresas han de promover. Existe mucho recorrido de mejora en la manera en que las mismas han de escuchar y relacionarse con las instituciones y las comunidades locales en las que se desarrollan los proyectos eólicos y fotovoltaicos. Pero por favor, que los árboles no nos impidan ver el bosque. 

En esa dirección, y con la intención de contribuir constructivamente a este debate sugeriría que el próximo gobierno nacional (progresista) que surja de las urnas desarrolle un código detallado de buenas prácticas que, si no de iure sí de facto, obligue mediante los incentivos adecuados a las empresas a una metodología sistemática de interlocución y cobeneficios con las comunidades locales. Asimismo, que promueva una normativa y una estrategia específicamente dirigidas a responder afirmativamente a las justas demandas que surgen en esta conversación. 

Por primera vez desde la revolución industrial España se encuentra extraordinariamente bien posicionada en una decisiva transición tecnológica, económica e industrial. No nos saboteemos a nosotros mismos. Por ello, recapitulando cincuenta años de lucha por esa gran transformación de la energía que despunta en el horizonte, algunos decimos alto y claro: ¿Renovables? Sí, gracias!