Retorno al penal de Burgos
Ya no está la inscripción. Ha sido borrada del muro. “En este recinto impera la seriedad de un banco, la caridad de un convento, la disciplina de un cuartel”. Pero el patio de la cárcel parece idéntico que hace cincuenta años. Repintado. Más limpio. Con muchos menos hombres que entonces caminando en sus soportales. Ahora apenas unas docenas. Recuerdo entonces, en los sesenta, que eran cientos. Habían sido miles al principio de la postguerra.
Pero el “penal” sigue igual. Una compuerta de la memoria se abre hacia mis recuerdos de niño. Los castaños amenazantes en la carretera de entrada. El portón, ahora sin las garitas, que da paso a lo que fueron –y a lo que son- los locutorios. El ruido extremo de los cerrojos de las cancelas al abrirse y al cerrarse. El color gris del cielo burgalés. El frío, ese frío lóbrego de la prisión central. El patio porticado, el suelo de cemento, un deambular sin rumbo. Sin sentido. Dar vueltas por el patio.
Miles de presos antifranquistas se agruparon en esta cárcel durante la dictadura, en lo que fue el principal reservorio de la oposición democrática. Condiciones de vida imposibles. Hacinamiento y su reverso, la soledad. Comida insuficiente y de mala calidad. Misas obligatorias. Trabajo semiesclavo en sus talleres por un peculio miserable. Años de aislamiento sin contacto con las familias, salvo en los momentos contados en que estas podían desplazarse y verse a través de la doble reja del locutorio.
También fue, desde el principio de la dictadura, la “universidad de Burgos”. Un espacio, como bien refleja el libro de Enric Juliana, de permanente formación. Una escuela política por la que pasaron miles de hombres. Un lugar de encuentro.
Para los niños y las niñas fue otra cosa. En la década de los 60 solo podíamos entrar a ver a nuestros padres tres veces al año. El Día del Carmen, el 16 de julio: era una graciosa dádiva de la esposa del general Franco, Carmen Polo. El 24 de septiembre, la Merced, la “piadosa”, patrona de las instituciones penitenciarias. Y el Día de los Reyes Magos. Tres días al año. Lo recuerdo siempre como un momento tenso. Los niños de punta en blanco, como siempre hemos ido los hijos de los pobres. Los padres, esos hombres apenas conocidos para nosotros, con sus mejores galas bajo los uniformes grises. Se desvivían para que todo fuera perfecto. Nos hacían chocolate y lo repartían en los soportales del patio. Inventaban juegos y espectáculos para romper el hielo. El doble hielo. La ceremonia de las sonrisas. Todos mentíamos. Todos estábamos bien. Todos nos refugiábamos en la lejana esperanza de la normalidad. Todos callábamos.
Lo sorprendente es que hoy esta prisión sigue funcionando como tal. Inaugurada en 1932. No contamos con las cifras exactas, aunque su archivo es un tesoro de información a explotar. Una cárcel construida para 400 presos en las que se amontonaron más de cinco mil. Alrededor de 293 reclusos fueron fusilados en sus muros entre los años 1936 y 1941. Más de 380 “desaparecieron”. Otros 359 presos murieron por enfermedad entre rejas. Años de largas condenas hasta la muerte del dictador. Miles pasaron por allí.
Ahora, sin embargo, la cárcel se comporta como un ser vivo diferente. La labor comprometida de un grupo de periodistas burgaleses y de funcionarios de la prisión ha puesto en marcha un extraordinario proyecto. Con la presencia activa de un grupo de internos: el periódico “La voz del patio”. Un magnífico instrumento de participación y de reparación. Con motivo de la película “La cigüeña de Burgos”, dirigida por Joana Conill, hija de preso político antifranquista, ella y el que esto firma pudimos volver a la cárcel. Volver a sentir, a observar, a compartir nuestros recuerdos, nuestras ausencias y nuestros silencios. Con los presos que ahora la habitan y que conforman la redacción del periódico. Afortunadamente, la película podrá ser presentada en el propio penal en la próxima primavera.
La rehabilitación de la militancia resistente requiere un amplio, sosegado e innovador proceso que nos lleve a la recuperación política, cultural, simbólica… de la memoria global de las mayorías, a partir del cuestionamiento del relato imperante, que ha pretendido convertir a las mujeres y hombres resistentes en elementos para el olvido, o quizá peor, para el leve recuerdo o la nostalgia. Abordar nuestra memoria es abordar nuestro presente y nuestro futuro: colocar nuestras visiones y nuestras maneras de entender la vida y el mundo en el centro de la narración colectiva de este país, y en particular de sus ciudades y sus pueblos. Y ello va mucho más allá de la escasa legislación actual y de las reivindicaciones –necesarias, pero insuficientes- de justicia y reparación. El penal de Burgos debería ser por ello un espacio recuperado para la memoria común.
Este camino complejo de construcción colectiva casi desde los márgenes podría generar reconocimiento, práctica política, diseminación de los saberes y aprendizaje. Para ello, su abordaje debe estar amparado con el testimonio de la resistencia, ahora difuso y diseminado, en propuestas educativas, culturales, de gestión de espacios públicos ligados a la memoria histórica, de ocupación de los espacios formales (museos, bibliotecas, centros de investigación, etc.). Esto trae hacia nosotros la tensión entre la emancipación individual y la emancipación colectiva, relacionando pasado, presente y futuro de las luchas individuales y comunitarias como elementos cruciales de nuestra “manera de ser”.
Los relatos de apariencia personal no pueden quedarse en el ámbito de lo meramente individual. Su valor estriba en lo común, en que nos revela y nos coloca. Para que no escondamos la memoria en el ámbito privado. Ocurrió, y es lo que nos explica.
También se ha borrado de los muros de Burgos otra frase sobre la que aprendí a leer. “Solo una lágrima redime a un hombre”. Al recordarlo ahora pensamos que una gente capaz de orquestar la muerte mecanizada y la desaparición de decenas de miles de personas y la represión en masa en las prisiones, y después diseñar su propio olvido, debe inevitablemente saquear mucho más. Tal como fue.
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