Sentido y sinsentido
El pasado mes de diciembre escribí sobre la palabra existencial, reconocida como palabra del año a partir del particular interés mostrado por una parte importante de la sociedad a través de internet. Si los próximos meses no nos deparan grandes sorpresas, es probable que la palabra elegida en 2020 sea coronavirus o pandemia. El hecho es que, si fuese posible dejar a un lado los acontecimientos, la relación entre una y otras palabras no pasaría desapercibida. La sensible inquietud por lo existencial manifestada en 2019, pesa sobre las palabras que estos meses han abrumado nuestras conversaciones. En sus significados se retuerce la existencia, y la vida y la muerte recuperan un espacio perdido, como los animales salvajes que fueron avistados en varias ciudades confinadas, o el reconocimiento de ciertos trabajos o labores que normalmente son subestimadas. Y bajo todo esto, abriendo zanjas aún más oscuras en la historia de nuestra especie, aguarda la inextinguible mirada de todas las víctimas de lo que tenemos, y que ya no sabemos dejar de tener, aunque nos convierta en armas de destrucción masiva.
A pesar de su dureza, las crisis existenciales que derivan de la herida de otras crisis son las que tienen un mayor potencial constructivo de la vida. El resto de los problemas y necesidades básicas tienen mucha importancia, e indudablemente merecen el trabajo que se les dedica, pero siempre estamos en peligro de desatender lo menos visible, de quedarnos sin el último giro argumental que nos hace resurgir, sin epílogo y sin ninguna historia que merezca la pena contar. Podemos recordar a Viktor Frankl, quien ejerciendo la libertad humana para elegir su actitud ante el destino, conservó la dignidad en las peores condiciones. Así se salvó de un holocausto en el que muchas personas que conoció terminaron muriendo de la misma desesperanza. Pero Viktor no solo salvó su dignidad y su vida; en aquel abismo pudo percibir “en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor”. De este modo inefable, lo existencial se manifiesta en la última palabra. De este modo, afirmar que las crisis son una oportunidad para crecer como personas o que podemos resurgir fortalecidos de cada embate de la vida, no son la repetición de palabras vacías.
Desafortunadamente, algunas virtudes e ideales que podrían ayudarnos en nuestra búsqueda de sentido, han perdido ya el lugar en una sociedad que desconfía, con algo de razón, de cualquier presunta utopía. Paradójicamente entre quienes nos precedieron habitando un mundo cotidianamente más grave y bastante más inestable que el nuestro, hubo quienes encontraron paz y sentido, junto a quienes no lo lograron. También entre las personas que actualmente sufren la ferocidad de la desigualdad salvaje de nuestros privilegios, hay quienes compasivamente me han preguntado qué nos pasa para estar tan tristes. Ahora que lo intangible y lo profundo valen más por su verdad que por cuanto son vendidos, y que las razones puras siguen sin respondernos del todo algunas preguntas, puede que sea tiempo de retomar la poesía, de sostenernos en las bellas artes, de alimentar la inspiración. Nos acompaña una ciencia que avala el valor de lo imaginario y redescubre viejos recursos en los mitos que contamos. La psicología moderna reanuda el interés por la felicidad, a partir de las palabras que la filosofía intenta comprender desde el principio. La tradición y la teología advierten de que lo que podemos llegar a intuir trasciende el propio lenguaje.
Quizás así, en este camino al ser que somos, descubramos que la esperanza está hecha por los momentos en los que el optimismo no es posible, o que al reconocernos vulnerables, crecemos fortalecidos en relaciones. Y si como sentía Hölderlin, en la palabra el poeta resuelve el espíritu y se hace uno con todo, quizás reconozcamos como Séneca, la importancia de “concordar las palabras con la vida”. Por ello me atrevo a decir, que además de asegurar las preconizadas vacunas, necesitamos más que nunca, confiar nuestro sentido a la cultura.
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