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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Tiempo de cuñados... o mejor, tiempo de periodismo

El periodista que se quejó de estar informando sobre el calor en las calles de Toledo.

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Mi reciente crónica en directo sobre el calor en Toledo ha hecho subir estos días la temperatura de las redes, usadas como se sabe por algunos pescadores ventajistas para ganar notoriedad en los ríos revueltos de la información. El aviso amarillo ha dado paso al debate en rojo sobre el concepto mismo de noticia, la manera de contarlas, las preferencias de la audiencia a la hora de recibirlas y las condiciones de trabajo de los profesionales que se dedican a su producción.

Nunca pude imaginarme que lo que empezó siendo un encargo cotidianamente asumido abriría la espita de un intercambio acalorado sobre distintas visiones del periodismo. Se me pedía entrar en vivo tanto a las 11.00 h como a las 12.00 h en el Canal 24 horas de TVE para informar del calor tanto en la capital de Castilla-La Mancha como en otros puntos de esta comunidad autónoma. Era 16 de julio y las previsiones de la AEMET fijaban una temperatura máxima en la ciudad de las Tres Culturas (y de los treinta y muchos grados en julio) efectivamente de 37 grados centígrados.

Lo que viene después es una crónica en directo que ya ha sido vista por millones de personas. Crónica (porque lo permite este género periodístico) que pretende narrar con un estilo personal, pero sin alejarse de la información, unos hechos que en este caso son los del aviso amarillo (dije “alerta”, perdón) en una parte de la región castellano-manchega y el riesgo de incendio que esa circunstancia conllevaba. Efectivamente no me limito a ello. Saludo a la gran Olga Lambea y resitúo inmediatamente a la audiencia respecto a la relevancia de la información. “Es 16 de julio y hace calor en Toledo”. O, como nos dirían en la Facultad de Ciencias de la Información, “el perro está mordiendo a la niña” y no al revés (que es lo que separa una noticia de lo que no lo es). A continuación doy todos los datos, grados, zonas geográficas, etc. Y devuelvo la conexión porque no hay más que contar. No da más de sí el tema. Paso el balón a mis compañeros de los servicios informativos centrales porque con toda seguridad “tendrán cosas más interesantes que contar”. Las conexiones en directo para televisión no las regalan y los medios son escasos. Precisamente porque creo en el derecho a la información de la ciudadanía, perder un segundo más en una no-ticia es hurtarle espacio y tiempo a historias que sí pueden cumplir ese objetivo.

A partir de ahí, la viralidad. Mala palabra en este tiempo, valga la redundancia. Pero quedémonos con lo positivo. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué llama la atención esta crónica en directo? De ahí es de donde hay que extraer las mejores conclusiones de lo sucedido.

Sin jugar a ser sociólogo (tampoco quise ser meteorólogo…), mi interpretación es la siguiente: llama la atención porque se sale del relato habitual, del patrón preestablecido de limitarse a ser cable de transmisión de los datos más o menos relevantes que pretenden que los periodistas vehiculemos. No voy a entrar en grandes análisis de la estructura de la información, del papel de los medios como generadores de miedos, etc. Digo que existe un modelo dominante de presentar el relato informativo y todo lo que se salga de él permanece al margen, casi sin sitio.

Como puede imaginarse, resultaría más fácil no ir por el arcén, transitar informativamente por el carril central. Darle a cada cual lo que pide. Es menos costoso energéticamente. Por eso, quien ha dicho (pocos, por suerte) que en ese directo demuestro que no me gusta mi trabajo o no lo respeto, no solo no me conoce, sino que ignora que es más difícil abrirse camino, tener voz propia (siempre con sentido de la responsabilidad social de la información, claro) que limitarse a repetir esquemas y pasar desapercibido. Es más laborioso contar las cosas creativamente (cuando procede y se puede) que hacerlo con un preguión reiterado y previsible. La reacción mayoritaria de la audiencia indica que la gente pide otras formas de comunicar y el comunicador tiene también el derecho a hacer uso de ellas. Yo, la verdad, en los veintiséis años que llevo en televisión siempre lo he hecho así. Y mi trabajo me ha costado, aunque debo reconocer que nunca he sufrido censura alguna en la radiotelevisión pública.

Pero no solo ha llamado la atención una manera de narrar personal. El vídeo se dispara en visionados en las redes porque mucha gente (profesionales y peatones de la información que mayoritariamente así lo han expresado) se siente identificada con un hartazgo de la información redundante, de relleno, de un tratamiento casi irrespetuoso desde el punto de vista intelectual de la audiencia. Unas apreciaciones que han sido sobradamente recogidas en años de reporterismo en la calle. Saben bien mis compañeros cámaras y periodistas que cuando hacemos encuestas sobre el calor en verano o el frío en invierno, muchas de las personas encuestadas nos muestran su indignación porque nos dediquemos a esos menesteres pseudoinformativos o se ríen de nosotros, cuando no se compadecen directamente de nuestro trabajo.

Y no me refiero a las circunstancias en las que este se desarrolla, idea que algunos medios han destacado como el origen de mi supuesta queja, de un malestar. No fue el caso. Yo no me quejé de que trabajara en la calle con calor. Soy muy consciente de que hay muchas personas que se ven obligadas diariamente a hacerlo. También los profesionales de la información trabajamos muchas veces en contextos adversos. Ahora bien, entendemos que esto debe ser así si la información misma lo requiere, pero no para hacer de meros figurantes en una película proyectada una y otra vez en las pequeñas pantallas.

Además, otra de las ideas expresadas por numerosos internautas, y con la que muchos profesionales han declarado también sentirse identificados, es la sobreactuación informativa. Lo aclaro. Que el o la informadora tengan que estar en medio de las llamas para informar de un incendio (es una manera hiperbólica de describirlo) o que tenga que tiritar a cámara con la nieve por la ingle no aporta absolutamente nada al relato informativo, salvo cierto espectáculo en el que los profesionales de la comunicación dejan de ser periodistas para convertirse en actores especialistas de riesgo. Estar en el lugar de la noticia da prestigio al medio, por supuesto. Pero querer demostrar al espectador que lo que le contamos es verdad porque “mire usted cómo lo sufre nuestro reportero o reportera en su piel” se torna en un espectáculo innecesario y contraproducente.

Sin embargo, la crónica tampoco quiere tirar por tierra el trabajo de los editores, muchas veces víctimas de la descompensación entre las ventanas informativas que tienen que cerrar y los medios de los que disponen para hacerlo. En ese escenario, lo posible es el único camino frente a lo deseable y la inercia y ciertas modas informativas completan muchas veces los minutados.

Algo particularmente grave en los centros territoriales de la gran cadena pública de Radiotelevisión Española, que no solo tienen que atender a sus propios informativos regionales sino cubrir las peticiones de los servicios centrales con una escasez de recursos manifiesta. Por eso, muchos profesionales de la estructura territorial de RTVE se han visto reflejados en la crónica toledana del tiempo. Abandonar un reportaje cerrado con tus fuentes por tener que atender una petición de dudoso interés periodístico, y más cuando esto se repite una y otra vez, produce un malestar que, aunque se calle la mayor parte de las veces, no deja de estar ahí. Y sé de lo que hablo porque antes de mis trece años de informador en provincias fui otros trece años redactor en la metrópoli madrileña.

Reporteros de calle versus meteorólogos

Debo reconocer que lo que más me ha sorprendido de las reacciones a la crónica ha sido que se haya podido interpretar como un desaire hacia el trabajo de los meteorólogos. Véanse aquí cinco emoticonos de sorpresa… Entiendo que haya algunos medios que gusten de la guerra entre compañeros como manera barata de alimentar el interés de sus lectores, pero yo no me he dado por aludido por la supuesta respuesta de Albert Barniol (el jefe de Meteorología de TVE) a mi directo. Sería extraño que no me lo dijera así, directamente. Como yo le digo ahora que es un profesional al que vengo admirando desde siempre por su manera didáctica y clara de contarnos el tiempo. Por eso no entiendo que se haya podido relacionar su salida de cuñado con mi persona.

Cuando yo arranco mi intervención, relativizo que 37 grados de temperatura máxima en Toledo un 16 de julio sea excesivamente noticiable y encima que para hacerlo haya que tener a un periodista en la calle contándolo. Pero con ello no menosprecio la información meteorológica. Al revés. Precisamente porque la respeto sobremanera, considero que el Servicio de Meteorología de RTVE ya dispone de un espacio para contar con profesionalidad (y, por cierto, con creatividad e innovación de unos años a esta parte) todo lo relacionado con el tiempo atmosférico. Qué tiempo hace y cuál vamos a tener en los próximos días, hacernos entender mejor el clima, etc. Pero salir de ese espacio especializado para cubrir otras franjas informativas solo debe ocurrir si verdaderamente está justificado periodísticamente hablando.

Lo que hago es limitarme a introducir la crónica de datos con una relativización del concepto de alerta en un tiempo en el que la población está sobrealarmada, diciendo que efectivamente un día del Carmen en Toledo y Ciudad Real, 37 grados (“NI fiebre en términos de temperatura corporal”) no es excesivamente sorprendente.

Con ello no digo que no haga calor, ni menosprecio los efectos del mismo sobre determinada población. Tampoco formo parte del sospechoso grupo de negacionistas. Me preocupa el cambio climático y soy consciente de la gravedad del aumento de la temperatura del planeta, pero también me preocupa que se borren las fronteras del periodismo y más en una cadena pública. Porque eso es lo que yo me siento desde hace un cuarto de siglo: un servidor de lo público a través de la información en una RTVE que debe ser de y para todxs.

Por eso concluyo que un periodista no debe (porque no sabe, además) hacer una previsión meteorológica, ni explicar con precisión científica qué es una DANA. De la misma manera que un físico (un meteorólogo) no puede (o al menos no debe) decir lo que es noticia. Tenga o no un cuñado dentro.

Por cierto, deseo mucha suerte a la meteoróloga Mónica López en la inminente conducción del magacín informativo de la mañana en TVE, aunque lamento, eso sí, que en el camino se hayan merendado a los míticos y prestigiosos Desayunos. Malos tiempos para el periodismo… O no. Ya lo veremos.

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